A Carmen Calvo le interesan los objetos (el “objet trouvé”, santo y seña del surrealismo) pero no por su procedencia, por las historias que albergan o quién los poseyó. La artista los dota de su propio significado, no es coleccionista quizás acumula para desprenderse, sin pena, posteriormente. Tal vez, simplemente reposan en su estudio (vemos la recreación del taller de la artista) a la espera de su momento. Son letras de un alfabeto con los que construir mensajes que apunten directamente al cerebro del espectador, una descarga eléctrica, una mota de polvo que se te mete en los ojos, un destello sobre la realidad. Su pestañeo de concienciación no está exento de lirismo, juego de contrastes y extrañeza.
Pelo y cerámica (trabajó de joven en una fábrica de cerámica), tijeras y fotos antiguas o postales, alfileres y pintura… Los materiales son un buen punto de partida porque con ellos construye o mejor deconstruye: transfigura, deforma y repite. Como en ese puzzle de piernas y torsos de maniquíes desmembrados que ocupan la sala central de la muestra o los cuchillos níveos que podrían ser un monumento al silencio que encontramos a la entrada. Hay ¿vulvas sagradas?, reclinatorios para perdonarse a uno mismo y un cuarto oscuro de fragmentos (nuevamente) congelados de las películas de su vida, un vídeo que realizó durante la dura experiencia pandémica.
Y al fondo del recorrido, rodeando la instalación inédita La naturaleza agita de dedos de terracota que son placer y púas al unísono, sigue denunciando que la opresión a la mujer no es solo un tema del pasado. Y pese a todo el subtexto, el vigor de sus creaciones transmite una fuerza tal que la experiencia se convierte en una inyección de energía.
El IVAM acoge esta exposición retrospectiva crucial de la obra de Carmen Calvo, Premio Nacional de Artes Plásticas (2013) y el más reciente Premio Julio González (2022), hasta el 15 de enero y no hay que perdérsela.