¿Una imagen vale más que mil palabras? «Es la estupidez más grande que se ha dicho en esta vida. Estoy hasta los cojones de esta frase». Así de rotundo contestaba Francesc Jarque (1940-2016) en una entrevista en El Punt en octubre de 2002. «Una imagen fotográfica es de las más estúpidas que se pueden ver porque es una imagen que no informa de nada (…) Para que una imagen informe has de ponerle un pie literario (…) La fotografía siempre ha sido mentira porque solo es una pequeña parte de la realidad que nos envuelve», proseguía el fotógrafo valenciano. «Asignarle a la fotografía un valor histórico es falso. La fotografía, lamentablemente es un medio muy limitado». «Por tanto, ¿se siente manipulador?», le preguntaba el periodista. «Siempre». «¿En un buen sentido?». «En el sentido que le quieras dar». Genio, figura y provocación.
La entrevista se puede leer íntegra en la exposición Jarque. La càmera i la vida (Museu Valencià d’Etnologia, hasta el 2 de febrero), una muestra que comisariada por Tania Castro, reune 200 fotografías originales, dibujos, collages, un audiovisual, así como una selección de objetos personales (cámaras, artículos de prensa originales, publicaciones y libros). Lo más parecido a una integral que se le ha dedicado y el primer paso para corregir la asignatura pendiente que tiene la ciudad con él.
Dos grandes imágenes reciben al visitante. El exterior de Casa Balanzá llena de gente mirando hacia el cielo y una calle de València, en los años 70, en la que el primer plano lo ocupa una rata mientras al fondo se ve a un par de chavales acercándose a ella. Ambas sirven de prólogo de la primera de las áreas temáticas en que se divide la exposición: el País luminoso. Un viaje a la València de los años 60 y 70, claramente influenciado por el neorrealismo italiano, en el que se agrupan instantáneas del Corpus (algunas, de una fuerza narrativa impresionante), de la Playa de la Malva-Rosa o de la Fira de Juliol, que capturan momentos históricos, como ocurre en el resto de la muestra, aunque el propio Jarque se mostraría en desacuerdo. «Una especie de acta notarial con más precisión a menudo que los mamotretos de los notarios. Con la precisión de la realidad», escribe Ricard Pérez Casado en el imprescindible catálogo.
Las fotografías de Jarque exhalan vida, aunque en ocasiones, como las dedicadas a la España rural de los años 70, esta pueda parecer muy dura. Nada es casual en ellas. El encuadre, el momento justo del click, los paralelismos que a veces confronta, las segundas lecturas que presentan, hasta ese toque de humor que siempre, aquí y en otras áreas de la muestra, las impregna. Son constantes en su obra, como su pasión por retratar (incluso más allá de lo que conocemos como retrato) a los seres humanos, que se van repitiendo por la exposición. Sin importar que al otro lado del objetivo hubiera gente de mar, gente de tierra, gente luchando por sus libertades (como él mismo, que acabó en la cárcel, parada obligatoria son los dibujos que allí realizó), gente disfrutando de fiestas tradicionales, gente fumando en pipa, gente sentada en sillas, gente jugando al fútbol, gente tomando el sol en el balneario de Las Arenas, gente vendiendo tabaco o panochas de maíz, gente como Artur Heras o Vicent Andrés Estellés. Gente. Vida.
El ojo de Jarque lo veía todo, tenía una habilidad especial para encontrar petróleo fotográfico. Sabía leer la realidad que se le presentaba delante. Porque no basta con el oportunismo de estar en un lugar y un momento concreto. Hay que fijarse en los detalles más nimios. Y el resultado, entonces, es grandioso. Como se puede comprobar en el apartado Estampas naci-onales de la muestra. Ese exterior, en pleno franquismo, de un bar en Albalate del Arzobispo (Teruel), llamado La Esperanza, con una gigantesca imagen del yugo y las flechas y un anuncio de Coca-Cola refresca mejor. O la Plaça del Ajuntament de València, en los años, 70, con unas mujeres vestidas de negro, con mantilla y peineta, delante de la estatua ecuestre de Franco, mientras al fondo se divisa un cartel de la película Le llamaban Trinidad, con Bud Spencer y Terence Hill.
«La fotografía dentro del campo profesional me ha aportado una manera de vivir y poder comer y me ha permitido hacer locuras a las cuales les dedico tiempo, material y entusiasmo sin ningún rendimiento material. Los fotógrafos, y otros profesionales, tenemos una vanidad que nos obliga a mostrar aquello que hacemos y por el medio que más difusión tenga. ¿Modestia? No», explicaba Jarque en la entrevista en El Punt que citaba al principio. Como bien dice Mª Ángeles Arazo en el catálogo de la exposición, a Jarque no se le puede olvidar.