«Reinventar el espectáculo» (Santiago Talavera ).

Visitando la exposición de Santiago Talavera (Albacete, 1979) El pasado habría sido un país extraño (Gabinete de dibujos, hasta el 17 de diciembre) se tiene la sensación de hacer un viaje en el tiempo. Un viaje que no responde al itinerario típico con un punto de salida, un destino y una llegada, sino en el que confluyen todos y, también, el hoy, el ayer y el mañana. No nos habla de un futuro distópico, sino de un presente real. O de alguna manera de ambos.

Santiago Talavera vio como en unos meses el coronavirus suspendió su exposición Hauntopolis en el Centro de Arte Tomás y Valiente de Fuenlabrada y una borrasca inundó su estudio de Madrid. Era como si sus obras rompieran los límites materiales de su soporte para contar su relato, sí aquello tan manido de la realidad y la ficción.

El pasado habría sido un país extraño recibió el galardón a mejor exposición por parte de la Conselleria de Cultura en el reciente Abierto València.

Santiago Talavera.

Una exposición que no fue tal (Hauntópolis), una pandemia, la inundación de tu estudio, ¿cuánto han marcado estos sucesos El pasado habrá sido un planeta extraño?

Todo lo que he vivido durante estos últimos meses ha determinado cada pequeña decisión que ha conformado el proyecto. En realidad siempre es así, de hecho mi exposición Conmigo llevo todas las cosas (La New Gallery, 2013), en la que trasladé al milímetro mi estudio a la galería, ya hablaba de esta línea difusa entre las obras y las circunstancias personales, el estudio… En principio con Hauntopolis no pretendía eesto, no estoy del todo cómodo sacando intimidades, pero lo que me ha ido pasando en este último año ha ido encajando de manera casi mimética con las urgencias que tenemos como sociedad.

¿Hay algo de respuesta en la exposición a todas esas vicisitudes?

Sí, son obras que comencé en 2018 como una respuesta a la encrucijada social y climática en la que nos encontrábamos antes de la llegada del Covid19. En verano de 2020 hablé con Gabinete de Dibujos con la idea de poder mostrar las obras que no permitieron verse en el CEART de Fuenlabrada. En mayo de este año, mientras preparaba la conferencia en el CENDEAC sobre «El fin del mundo», una borrasca inundó las calles de Madrid haciendo saltar las arquetas del bajo de mi estudio donde tenía muchas obras. Me pareció que la exposición también debía hablar de todo eesto, conectando de nuevo lo personal con lo colectivo.

Las obras nos muestran la distopía a la que vamos encaminados como no nos replanteemos muchas cosas, sin embargo más que un futuro pesimista lo que transmiten es un mensaje en el presente, como si nos hablara de un futuro que ya es real.

En esta exposición hay algo de hauntología, de esta incapacidad que tenemos de imaginar el futuro si no es como catástrofe que describía Mark Fisher. Al mirar al futuro traemos imágenes nostálgicas del pasado y muchas distopías, es casi patológico en nuestra realidad cultural. Lo que hemos vivido este año y medio, en particular lo referente al confinamiento, es algo muy habitual en muchas novelas distópicas que representan espacios amurallados o protegidos del exterior. Hemos olvidado completamente la potencia de lo utópico, la idea de que el futuro dependerá en parte de cómo lo imaginemos hoy.

¿Crees que el arte tiene o debe tener un compromiso social / político con la realidad que le rodea o afecta?

Creo que los artistas somos muy conscientes de nuestro entorno y, a excepción de los “estetas”, solemos movernos contra la barbarie, la desigualdad y la injusticia de nuestro tiempo. Sin embargo, esperar que los artistas siempre salven el mundo podría hacer de ese compromiso social algo “normativo” o dirigido desde esferas teórico-ideológicas externas, e incluso peor, modas. Esto lo vio muy bien Adorno.

No creo que el compromiso social del artista deba ser consciente. Es curioso cómo algunas obras tienen una potencia crítica y política que no coincide con las intenciones directas del autor. Si por el contrario hay una pulsión crítica clara, veo muy importante que el artista sepa transmitir el mensaje a través de una “forma” artística adecuada, porque si tan sólo gravitas en esta necesidad de frenar los males del mundo y olvidas la dimensión formal y estética del compromiso, incluso negándola, las obras palidecen y son superadas en eficacia por un artículo de investigación periodística o por el activismo.

 

En la muestra conviven obras de mayor tamaño con otras más pequeñas, ¿hay alguna intención en ello y en cómo pueden o quieres que interactúen entre sí?

Siempre he tenido la intuición de que hay cosas muy grandes que se deciden en pequeños detalles. Este es uno de mis motivos favoritos, me gusta proponer al espectador un movimiento “hacia dentro” o de zoom para implicarle, para hacerle participar en algo donde lo pequeño o secundario puede tener alguna clave. El montaje expositivo siempre tiene ese rol donde jugar con los espacios y cómo las obras van encadenándose es determinante. En este aspecto el entendimiento con galeristas que miman tanto el proceso como Consuelo y Luis lo ha facilitado mucho.

Esa obras más pequeñas están realizadas sobre los escombros de tu propio taller, ¿hay que hacer una segunda lectura ante tu acción artística de construir a partir de la catástrofe?

Tras la inundación en el taller, durante el proceso de restauración de las obras, tuve que derribar un muro y seleccioné algunos escombros para dibujar directamente sobre ellos. Quería reconstruir alguna de las obras dañadas desde pequeños fragmentos rotos, como en aquellos maravillosos fragmentos de Roma de Piranesi, pero intentando generar algo distinto. Sobre esta práctica se pueden hacer muchas lecturas, hay algo de “metarrelato catastrófico” aunque no fuera buscado ya que tardé en recuperarme anímicamente. La única forma de seguir era asumir que sigo aprendiendo a través del arte y que aquella sombra “deseada” que relataba Plinio el viejo, nuestros temas y obsesiones, terminan atravesándonos y afectándonos en lo personal.

«Desde el vomitorio II» (Santiago Talavera ).

¿Qué papel juegan los textos que se pueden leer en la exposición?

En la entrada nos recibe un fragmento del texto que Fernando Castro Flórez ha escrito para el catálogo, que nos sitúa en un marco de urgencia climática y social. En el fondo de la sala he puesto algunas portadas de primeras ediciones de novelas distópicas como Nosotros, de Yevgueni Zamyatin, o El mundo sumergido, de J.G. Ballard, textos apocalípticos como El último hombre, de Mary Shelley o el poema Oscuridad, de Lord Byron. La presencia de estas páginas de libros antiguos tiene que ver con el acecho de nuestras viejas ideas sobre el fin del mundo. Como cierre está la traducción al castellano del conmovedor discurso de Domenico, que puede escucharse desde un walkman retrofuturista. Pertenece al film Nostalghia, de Andrei Tarkovski, y es una de esas escenas de cine que te dejan marcado por cómo nos habla de nuestro presente, de cómo debemos volver a estrecharnos la mano si queremos evitar que llegue lo peor.

La belleza de tu obra provoca que cuando se sale de la exposición no se tenga una sensación pesimista, pero sí más concienciada de lo que nos estamos jugando. No sé si jugar entre esos dos antagonistas es intencionado para transmitir mejor el mensaje.

Esa es precisamente la intención. Aunque mi obra surge de un imaginario catastrófico, he intentado evitar el derrotismo apocalíptico que no es más que una posición cómoda y desmovilizadora. Al final se trata de lograr poner en jaque nuestras ideas y creencias más arraigadas. La obra “No more dystopia” pone el acento en que debemos esforzarnos en generar otros relatos que dibujen mundos más allá del consenso distópico del cine de entretenimiento y la opinión pública. Como dijo Kim Stanley Robinson: después del desastre vendrá el próximo mundo. Nuestro sistema global va a colapsar para dar lugar después a otra cosa, y creo que en ese espacio podemos trabajar desde hoy imaginando mundos mejores en los que volver a estar juntos.

«Un escenario de posibles futuros» (Santiago Talavera).