Ana, Amparo, María Jesús, Felipa, Dolores, Aurora, Blanquita, Margarita y María (todos nombres ficticios) compartieron un viaje en autobús, en marzo de 1974, que les cambió la vida para bien. Una vida, hasta entonces, destrozada y narcotizada desde el momento en que fueron ingresadas en el espeluznante Manicomio de Jesús de València sin motivo alguno. El trayecto desde aquel tétrico lugar tenía como destino el Hospital Psiquiátrico de Bétera. No fueron las únicas, más de doscientas mujeres lo hicieron. Nueve nombres (Temporal, 2021), de María Huertas Zarco, cuenta la historia de nueve de ellas.

Mujeres cautivas, encerradas, por diagnósticos tan absurdos como «enfermedad delirante, ninfomanía» o «delirio místico, contenido erótico», que en el fondo escondían acciones admitidas (incluso celebradas) en los hombres o una denuncia de abusos sexuales llevados a cabo por un delegado de Cristo. A otras se les privó de la vida por haberse intentado suicidar como única salida a los brutales maltratos de su marido o por autoanularse vitalmente como respuesta a las humillaciones de su pareja.

La psiquiatra María Huertas Zarco conoció todas esas historias de primera mano porque trabajaba en Bétera cuando aquellas mujeres llegaron. Allí llevaron a cabo una labor de rehabilitación, de recomposición, les devolvieron unas vidas que les habían sido robadas, anteponiendo la paciencia, el respeto y la escucha frente a la medicación y los tratamientos represivos. Y funcionó. Así lo cuenta en un libro que huye del academicismo y el informe médico para lanzarse de cabeza a la literatura.

María Huertas Zarco.

¿Cómo nace el libro?

Nace por casualidad. Me puse a escribir sobre estas mujeres, pero podría haber escrito sobre cualquier otra cosa. Aunque a posterior sí le he encontrado una posible explicación. Al haberme jubilado costándome trabajo hacerlo, ya que lo viví un poco mal porque había trabajado de psiquiatra toda mi vida, escribirlo fue como darle un punto y final a mi carrera, fue como ir al principio cuando empecé a trabajar. Me ha servido como epílogo de mi vida profesional, para poder empezar a hacer otras cosas.

Lo escribí durante el confinamiento. Estaba en una aldeita de diez habitantes donde tengo una casita, con mi ordenador. Y escribía. Cuando me vine a València, mi hija que vive en Barcelona y trabaja con mi ordenador cuando está aquí, vio uno de los archivos, me preguntó si podía leerlo y cuando leyó la primera historia le encantó y me dijo que se lo iba a hacer llegar a una amiga suya editora. A partir de ahí llego todo lo demás, totalmente inesperado.

¿Esperabas la repercusión que está teniendo?

Para nada. Pensaba que podía gustar a la gente de mi generación, porque vivieron esa etapa y la refleja en parte. Una etapa, en los años setenta, en que había una crítica a todas las instituciones. Y en la psiquiatría hubo muchos cambios entonces. Y reformas educativas, sociales, había un movimiento muy importante. A esa gente sí pensaba que les gustaría recordar el entusiasmo que teníamos, que nos creíamos capaces de cambiar el mundo… Lo que me ha sorprendido es que le haya gustado a gente más joven.

El título ya es una declaración de intenciones. Nueve nombres para nueve mujeres que no los tenían cuando estaban en el Manicomio de Jesús o les habían puesto otros que no eran los suyos.

Mi propuesta de título era otro, “Té, chocolate y café”. Era un juego de niñas de cuando era pequeña, un juego de equilibrio, de creatividad… Comparaba el juego con lo que habían tenido que vivir las mujeres en una época determinada, aunque se sigue viviendo ahora también de otra manera. Pero las editoras son más jóvenes que yo y no entendían ese título. Me propusieron varios que no me encajaban y cuando dijeron Nueve nombres me pareció perfecto.

¿La situación de estas mujeres se vio acrecentada por el hecho de ser mujeres?

Sí, sin duda. La situación dentro del manicomio era distinta para hombres y mujeres. Era distinto todo. Desde la forma de ingreso. No hicimos informes de hombres, pero posiblemente ellos tenían más enfermedades mentales que las mujeres, porque lo hemos visto después en las consultas habituales. Y enfermedades más graves. No me puedo ni imaginar a un hombre que ingresara por tener una vida demasiado loca en la calle, ni por salir demasiado o por tener un hijo soltero como es el caso de dos de las historias que se cuentan en el libro.

Hicimos un estudio en 1980 de todas las mujeres que habíamos tratado, el motivo de ingreso y su evolución, y casi el 50% eran motivos , que decíamos, sociales, no había una enfermedad mental, ni siquiera una depresión. Y ahí hay una diferencia.

El trato dentro, tal y como lo explico en parte en el libro, sí era distinto. Estaban separados. Curiosamente uno de los estudios sobre el Manicomio de Jesús, en el que profundizan más en las diferencias entre hombres y mujeres, concluía con que se les castigaba más a ellas, eran encerradas en mayor número en las llamadas jaulas de locos, que eran cuartos cerrados y oscuros, con paja en el suelo y les pasaban la comida por debajo.

Lo que sí era igual en hombres y mujeres, dentro del manicomio, era que no recibían visitas o muy pocas. Era un circuito cerrado, como dice una de las mujeres. Al principio sí iban familiares, pero luego les decían que no era necesario.

¿Se podría establecer una conexión entre la precariedad económica de estas mujeres (aunque el caso de una de ellas, Margarita, sería una excepción) y su destino?

Influye mucho, sin duda. De hecho, a Margarita porque la incapacitaron rápidamente y la metieron en el Manicomio, pero lo normal es que hubiera ido a una clínica psiquiátrica privada. La gente con dinero iba a ellas y si no estaba realmente muy mal, al cabo de un tiempo, salía.

Lo que ocurría en el Manicomio de Jesús parece sacado de una película de terror.

Era lo que ocurría en toda España y en toda Europa prácticamente. La antipsiquiatría lo que hizo fue denunciar todo esto. Filósofos e intelectuales empezaron, también, a denunciar la inhumanidad tan tremenda que existía en los manicomios y en los tratamientos a los enfermos mentales.

¿En los manicomios pensaban que había respaldo científico a algunos de sus tratamiento inhumanos?

A algunas cosas, a otras sabían que no. La psiquiatría es una ciencia, si queremos llamarle ciencia, relativamente joven. El primer medicamento psiquiátrico es del siglo pasado, de 1950, la clorpromazina. Y se empieza a dar en la mayoría de los hospitales, pero eso no sustituye a todos los demás tratamientos físicos, hidroterápicos, quimicos y hasta quirúrgicos, que se estaban haciendo. Les daban cardiazol, también otro medicamento para la malaria, estricnina…, todo para que estuvieran sedados, les provocaban inflamaciones terribles que hacían que no se pudieran mover. O los electroshocks que estaban de moda. Nos quedábamos alucinadas de ver cómo llegaban a Bétera. Llegaban sin vida, eran como muñecas rotas. Lo único que buscaban era un rincón donde sentarse en postura fetal.

¿Existen los mecanismos para que hoy en día no vuelva a suceder algo así?

Existen los mecanismos, existe una red de equipos de salud mental que está trabajando, que trata a la gente. Esta red que se planifica en 1986, después de la Ley General de Sanidad, siempre ha sido deficitaria. Lo mismo que ahora se denuncia, nunca han estado implementados los recursos. Y en los últimos quince años, como el resto de la Sanidad, se ha deteriorado totalmente. En Salud Mental ha habido muchas jubilaciones de gente que empezamos en los años setenta y no se ha sustituido a ninguno, se han amortizado la mayoría de las plazas. Existen recursos, pero pocos. Y cuando existen pocos recursos pasa lo que pasa, la gente está mal atendida, se recurre únicamente a la medicación en lugar de a las terapias que se necesitan. La medicación debe de ser solo un recurso más y siempre dada de manera prudente, valorando si se necesita, pero cuando los otros recursos como la escucha empática de la gente no se pueden dar porque no hay tiempo, se recurre a medicar. Hay muchas cosas preocupantes como son los suicidios o los maltratos de hijos a padres. Una generación de hijos que han tenido de todo y se junta esa exigencia por tenerlo todo con la imposibilidad de tener un porvenir, es una desesperanza tremenda. Y Salud Mental debería tratar estos temas, dar cursos en colegios e institutos, trabajar con padres, algo que hemos hecho en momentos determinados, pero que ahora no se está haciendo.