«Todas las cosas que hago en relación al arte me dan una gran alegría». La frase de Picasso sirve de perfecto preámbulo y bienvenida a la exposición Picasso. La alegría de vivir, que se puede visitar en la Fundación Bancaja hasta el próximo 31 de marzo. Catorce palabras que sintetizan una muestra por la que dejarse envolver, pasear con serenidad y detenerse a observar, a mirar, a disfrutar lo que el arte es capaz de transmitir sin ningún intermediario entre obra y público. Dice Javier Molins, comisario de la exposición, que la alegría de vivir de Picasso «va más allá de una simple expresión para convertirse en una filosofía de vida». Esa debería ser la actitud.
El Mediterráneo, la relación entre pintor y modelo, los payasos, el circo, los toros, la música, el minotauro, bocetos de vestuario, la danza, Las Meninas de Velázquez, el respeto por los grandes maestros, la mujer, el sexo, la vida,… todo prende en el artista dichoso y lúdico que recogen las más de 170 obras de la exposición y que derriban cualquier sacralización para acercar las creaciones de Picasso a todos los públicos. Sin banalizar su discurso y permitiendo al mismo tiempo otra serie de lecturas, de capas, para el visitante más cultivado o curioso.
Especial atracción ejercen sus cerámicas casi al comienzo de la muestra. En una especie de sugerente pasadizo que aúna África con el Mediterráneo, conviven las máscaras del continente vecino que coleccionaba con su propia obra, luminosa y tremendamente actual.
La exposición se completa con Picasso y la paz, fragmento en el que «personas con diversidad funcional de 20 centros de València han creado su propia versión de los grabados Manos unidas, una serie de cuatro litografías con diferentes versiones de la paloma de la paz».