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Agapito Domínguez tenía dieciocho años cuando dejó su Beniflà natal y marchó a los Estados Unidos. Allí estuvo desde 1920 hasta 1931, trabajó en varias empresas (Ausonia, American Brass Company, una fábrica de manufacturas de acero y latón,…), se casó y se divorció, aprendió inglés y se integró con absoluta normalidad en la sociedad norteamericana. Regresó a su pueblo porque su padre cayó enfermo, pero su intención era volver al otro lado del charco. Nunca lo hizo. Como él, cerca de 15.000 valencianos viajaron al país de las grandes oportunidades. Su puerta de entrada fue la isla de Ellis. Estos emigrantes son los protagonistas de la exposición «Barres i estels. Els valencians i els USA», que se puede visitar en el Museu d’Etnologia, hasta el próximo 30 de agosto.

Cuesta entender que hasta ahora nadie hubiera fijado la atención en este flujo de personas, pero tanto Robert Martínez como Asunció García, conservadores del museo y responsables de la muestra, coinciden en que se debe a una cuestión geográfica. «Fuera de los pueblos protagonistas de este fenómeno, en general, es algo bastante desconocido. Si miramos cifras, más o menos globales, los valencianos contabilizados en esta emigración están muy focalizados geográficamente», apunta la segunda.

La primera sala de la exposición es como una puerta de embarque a uno de los barcos que realizaban el viaje. Salían del Puerto de Valencia, pero también de Barcelona, Cherburgo o Southampton. Una foto gigantesca, la bandera americana, palabras que resumen los motivos de la travesía, recursos sonoros y parte del vestuario que llevaban los emigrantes, consiguen hacer partícipe al visitante de uno de los momentos clave de este fenómeno. Cualquier aficionado al cine rememorará esas escenas, tantas veces vistas en películas, en que un navío partía con gente, mientras familiares y amigos los despedían en tierra firme. «Leyendo testimonios de los que marcharon, el viaje era muy importante, no sólo porque había que invertir un dinero o por los numerosos trámites que tenían que hacer, sino porque no era para nada un viaje fácil. Por eso lo quisimos destacar», explica Asunció.

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«Barres i estels» es como un viaje en el tiempo de la mano de los que sí marcharon. Una pared con un listado (en el que se refleja la escasa presencia femenina en los pasajes) con sus nombres resulta muy elocuente para calibrar el volumen de los que formaron parte de esta «expedición». Las fotografías, los recuerdos, los enseres, … ayudan a trazar tanto su estancia en los Estados Unidos, como su vuelta a casa. Conseguir, después de tantos años, un relato sostenible y coherente es uno de los grandes aciertos de una muestra, en el que valor escenográfico ayuda mucho a ese logro. «Testimonios de primera mano no hay. La única es una mujer de más de 90 años que se fue muy pequeñita y volvió enseguida. Hay testimonios que hay que traducirlos como las cartas, las fotografías, el diario de uno de ellos. Y hay que filtrar lo que te cuentan hijos y nietos, porque hay que diferenciar entre lo que quisieron contar los que se fueron, lo que entendieron sus hijos y lo que luego cuentan, sin hacerlo de manera consciente», puntualiza Asunció García.

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Llama la atención cómo acabaron integrándose en el día a día estadounidense, pero sin perder su señas de identidad. Así se les puede ver jugando al beisbol o disfrazados de Santa Claus, pero también haciendo paellas. Resulta curioso, igualmente, el contraste que se establece entre algunas instantáneas de los protagonistas en sus pueblos de origen y otras en tierras americanas, resultando estas últimas más modernas. Una conclusión que, sin embargo, puede pecar de precipitada como bien matiza Robert Martínez: «Esa sensación está en nuestras cabezas. En sus pueblos seguramente no había coches o bicis, … pero en Valencia y Alicante sí, evidentemente en menor cantidad. Allí veían lo mismo que aquí pero a escalas gigantescas. Sí sintieron una fascinación por lo que iban descubriendo y eso se recoge en las cartas, pero cuando volvían no lo hacían cambiados».

Ganar dinero era el principal objetivo de estos emigrantes. Algunos lo consiguieron jugando a las cartas. Se iban unos meses, hacían una gira de timbas y regresaban a sus casas. Junto a estos ciudadanos anónimos, la exposición incluye, «más por contrastar que por reivindicar su papel», como apostilla Martínez, las figuras de dos valencianos universales que también cruzaron al otro lado del mundo. Son Blasco Ibañez y Concha Piquer, con uno de sus famosos baúles incluido. Su periplo no tuvo nada que ver con el del resto, partiendo de la comodida en que hicieron su viaje hasta llegar a las circunstancias por las que marcharon.

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La exposición no es sólo un viaje de ida, sino también de vuelta. La segunda parte de la muestra ahonda en la influencia cultural de los Estados Unidos en la sociedad valenciana. «No queríamos hacer un discursos nostálgico, sino reflexivo», añade Martínez. En diversos espacios conviven el pop-art, Elvis Presley, Josep Renau o Los Simpson. Pero ni siquiera el impactante inicio colorista consigue que olvidemos las historias de Agapito y sus compañeros de «aventuras».