Mienten los que dicen que las fotografías sólo captan instantes de la realidad para la eternidad. Dotarles de un valor estático es hacerles un flaco favor. Y tal vez el problema no lo tenga la imagen, sino el que la mira y observa. Podría traerse a colación el manido subtexto o, simplemente, abogar por la vitalidad de las instantáneas para despertar el hambre, la curiosidad y la imaginación del que las contempla, sin olvidar el talento y la intención del autor de las mismas. Que una foto no tenga movimiento no quiere decir que no esté viva. La exposición «La Valencia olvidada», que recoge parte del trabajo de Joaquín Collado, es el mejor ejemplo.
Como en muchas cosas de la vida, la «culpa» de todo la tiene Alemania. Allí se fabricó la «Régula» que Collado se compró para hacer fotografías a su hijo Joaquín, recién nacido. Tenía entonces 29 años, ahora supera los 80 y sigue disparando a pie de calle. Está viviendo una segunda juventud gracias a los homenajes que se han ido sucediendo desde el pasado mes de mayo. Un reconocimiento necesario, del que se han visto beneficiados esas gentes anónimas que pueblan sus trabajos y sin cuya presencia quedaría huérfano el relato de la ciudad.
Es la Valencia olvidada del Barrio Chino, del Rastro en Napoles y Sicilia, de los poblados gitanos o la Plaza San Esteban. Pasear entre sus fotos es hacerlo por las calles que retratan. Cruzarse con prostitutas, esquivar clientes, mirar a la lumi que fuma en la puerta del bar Kentuqui, no pestañear ante la señorita con look hippy que entra en el Club Chaparral, querer limpiar los mocos y las babas a los niños calés, preguntarles a sus padres de donde sacan las fuerzas para no hundirse en un entorno como el que habitan, acercar las manos a la lumbre aunque estemos en pleno verano, comprar todo lo que está a la vista en esa chamarilería callejera en la que nada parece tener valor, escuchar la música invisible que toca el hombre del violón sin cuerdas, explicar a algunos vendedores que sus abrigos son tremendamente modernos casi 30 años después, pedirle a El Mudo que nos cuente su vida, saber qué ha sido de los niños de San Esteban y de los locales que se anuncian en sus paredes, hacer un documental (o dos) sobre el payaso con el sombrero en la cabeza, y así hasta el infinito. Porque las fotos de Collado rezuman historias y hay que estar muerto para no querer conocerlas todas.
«Collado hace reportaje humanista. La persona está en toda su obra y es la que mejor lo identifica, como él dice: mi interés siempre ha sido el tema humano, captar la persona», explica Luis Carrasco, comisario de la exposición del MuVIM, y uno de los principales impulsores del merecido tributo que está disfrutando el fotógrafo valenciano. «Viendo la exposición “Los niños de Collado”, el año pasado, en Railowsky, Juan Pedro Font de Mora (50% de la librería – galería) me comentó que no se había hecho justicia con la obra de Collado y me dijo que tendríamos que hacer algo. En ese momento comenzó la idea de este evento. Lo comenté con algunos socios de Agfoval (agrupación a la que pertenecen Collado y Carrasco) que se entusiasmaron con la idea y le pusimos nombre: “Un mes con Collado”. Pero ¿qué hacemos?, nos reguntamos. Y empezaron a surgir más ideas de las que éramos capaces de asumir, pero las acometimos todas».
De todas ellas, «La Valencia olvidada» destaca con luz propia. Dividida en las partes anteriormente comentadas (más una quinta en la que se agrupan otras fotos realizadas en la ciudad), las fotografías traspasan su valor artístico para convertirse en testigos históricos de un tiempo pasado e, incluso, como afirma Carrasco, «también antropológico porque capta el ser humano». Una de las obsesiones (en el buen sentido de la palabra) de Collado, que parece no conformarse con fotografiar a las personas, sino que quiere atrapar su alma y, de paso, la del entorno dónde se realizan. Y para ello, lo mejor es conocer a quién se está retratando, ganar su confianza, y que cuando el dedo dispare, capture la esencia del protagonista. «Primero hablar, luego disparar», apunta Carrasco, que es una de las máximas de Collado.
Una táctica que tuvo que ser sustituida en las fotos del Barrio Chino. Hechas a escondidas, gracias a una cámara que llevaba a la altura de la pierna, pero logrando unos encuadres en perfecta armonía con lo que quiere contar, gracias sin duda a unos trucos propios de la experiencia.«Toma la exposición en un lugar cercano que esté iluminado como el lugar donde pretende disparar, intuye el encuadre como si tuviera ojos en los dedos y tose para ocultar el ruido del obturados», aclara Luis Carrasco.
Joaquín Collado dedicaba a la fotografía el tiempo libre que le dejaba su empleo en la banca. Autodidacta y ávido de conocimientos, encuentra en Agfoval el mejor vehículo para aprender y crecer como fotógrafo. Más de 3000 negativos avalan su incesante carrera, en la que el blanco y negro ocupa un puesto de honor. «Ama el negativo y además defiende que tiene más fuerza y le gusta la foto contrastada. «Como el blanco y negro no hay nada», dice. Pero también hizo, y hace color, y por supuesto digital, sin complejos», continua descubriéndonos Carrasco. El símil con las obras de Joan Colom o Gerardo Vielba (aún recordamos las excelentes exposiciones que sobre ellos se pudieron visitar en el Museu Valencià d’Etnología y en el MuVim, en 2008 y 2009 respectivamente) es inevitable. Pero, ¿es posible que Collado conociera el trabajo de estos fotógrafos? Responde Carrasco: «No conocía, en aquel momento, a Colom; posiblemente a Vielba sí, por su relación con la Real Sociedad Fotográfica de Madrid, de la que fue presidente».
En el imprescindible catálogo publicado, con motivo de la muestra «La Valencia olvidada», van apareciendo nombres míticos como Cartier-Bresson, Capa o Doisneau. «Nunca hemos pretendido comparar», aclara Carrasco, «nada más atrevido por nuestra parte, pero sí, dentro de nuestro estudio de su obra nos hemos atrevido a hacer «paralelismos», que nunca comparaciones. Y hemos observado instantes decisivos y cómo pone el corazón, el ojo y la cámara en la misma línea como decia Cartier-Bresson, pues, sobre todo, en la fotografía de Collado hay corazón. Hemos notado su cercanía en el sentido que decía Capa: «Si tus fotos no son los suficientemente buenas es que no estás lo suficientemente cerca». Y sobre todo nos ha recordado las fotos de Doisneau y aquella frase de «hacer fotos normales, de gente normal, en situaciones normales», como las que hace Collado. Pero, además, Joaquín queda a salvo de cualquier plagio pues cuando le preguntas si emulaba a los maestros te dice: «Yo no los conocí hasta mucho más tarde, antes era difícil acceder a sus obras». Genio, talento y figura. Háganse un favor, un regalo, y no se pierdan, por nada del mundo, esta exposición.