Activistas por la vida es el explícito y acertado título de la exposición del fotoperiodista Gervasio Sánchez, que organizada por la asociación Entrepobles y el Col·legi Major Rector Peset se puede visitar en las instalaciones de este último hasta el próximo 27 de marzo. Una muestra que «explica la historia de cuarenta activistas de Honduras y Guatemala que luchan por su territorio y su naturaleza y por los derechos de las mujeres y las libertades ciudadanas». Y lo hace a través de fotografías, textos y videoentrevistas.
Una exposición que atraviesa los límites físicos de la sala de la Muralla del Rector Peset y se prolonga a través de Entrepobles en «una serie de formatos audiovisuales y didácticos (que se pueden consultar aquí) que recogen todos los testimonios de la muestra, aportando información extra del contexto». Además, la editorial Blume ha publicado el libro Activistas por la vida, «en una doble edición en castellano y catalán, que recoge todos los testigos de la exposición».
Hablamos con Gervasio Sánchez minutos antes de la inauguración de la exposición.
En el dossier de la exposición hay una frase de Teresa Reyes, una de las protagonistas de la misma, “No nos da miedo la muerte porque de algo hay que morir”, que ejemplifica a la perfección cómo se enfrentan a su destino.
El origen de este proyecto tiene que ver con que tras el asesinato de Berta Cáceres, en marzo de 2016, tuve un encuentro en El Salvador diez meses después, con el director general de Cooperación Internacional de la Generalitat de Cataluña, que somos amigos desde hace décadas. Me lo encontré yendo de la tumba del Arzobispo Romero a la tumba de los jesuitas, y le expliqué que uno de los principales problemas que hay en América Latina es que a la gente la matan y nadie se acuerda de cómo se llamaban. Es tan fácil matar en América Latina a activistas de derechos humanos, a cualquier persona que se opone a un proyecto se la cargan y casi nunca aparecen en los medios, ni siquiera en los breves. ¿Por qué no intentamos hacer algún proyecto sobre este tema? Si tienes presupuesto en tu departamento, lo podemos hacer, le dije. Le pareció interesante y nos centramos más que en países como México o como Colombia, que tienen más atención mediática, en dos más pequeñitos del istmo centroamericano, países que yo conocía muy bien desde los 80, porque empecé a trabajar en Guatemala y en Honduras en el 84. Y buscamos con Entrepobles, que era la organización que conoce bien el contexto, lo que pasa ahí, a los personajes, siempre vinculados a una persecución y con amenazas permanentes contra su vida, fueran hombres o mujeres, dirigentes campesinos o periodistas, y fuimos seleccionando y haciendo una historia personalizada de cada uno de ellos para mostrar lo fácil que es morir. Incluso si no te matan es porque les sale más caro matarte que dejarte vivo y prefieren criminalizarte. De esta manera, estas personas saben que pueden morir en cualquier momento, la muerte les ronda. Han matado a sus compañeros, han perseguido a sus compañeras, han amenazado a sus hijos. Les han disparado en una ocasión, los han secuestrado, han estado a punto de matarlos. La muerte es parte de su vida, de la vida diaria.
Poner nombre, apellidos y rostro a todas estas personas permite hacer más visibles sus denuncias y también reconocer su lucha, pero ¿hay en ese sacarlos de su anonimato una intención de que eso les permita vivir con cierta seguridad?
Sí. De hecho, fue una de las razones que yo esgrimí para hacer este tipo de trabajo. Son personas a las que matan porque son anónimas, porque sus nombres son muy fáciles de olvidar. Son nombres indígenas y eso implica que en ocasiones sean, incluso, difíciles de escribir… difíciles de escribir y muy fáciles de olvidar. Si, por ejemplo, matan a Bernardo Cal no es igual que Bernardo Cal aparezca o no aparezca en un titular. Y que se diga que este hombre luchó contra esto, que le metieron siete años de cárcel, que tiene dos hijas y una esposa y lucha por esto, por esto y por esto. O que Rosalina Domínguez tiene once hijos y lleva años y años luchando contra las empresas que quieren hacer hidroeléctricas y destrozar el río del que ella se nutre. Ponerles nombres y personalizar sus historias no sé si permitirá que les salve la vida, pero sí, por lo menos, que si los matan se conozcan sus historias.
¿Cómo fue el proceso de trabajo durante el tiempo que estuviste inmerso en este proyecto?
Para mí, lo importante era ir a los sitios donde viven. Lo establecimos claramente con Entrepobles. Yo no quiero que vengan ellos a verme, yo quiero ir a verlos a ellos. No quiero estar en Guatemala capital y que me venga del quinto pino, después de 24 horas de viaje para que les haga una puta entrevista y les haga un retrato. Eso no quiero hacerlo. Quiero ir donde están viviendo para sentir en mi propia piel lo que significa vivir aislado. O lo que significa tener una vigilancia, porque en estos lugares en el momento que apareces con un coche que no es de la zona enseguida te empiezan a vigilar gente con motos, walkie talkies, dando instrucciones… Sé que a mí no me van a disparar porque saben claramente quién soy y lo que puede pasar si me matan. Pero qué va a pasar con ellos cuando yo me marche. Esto es importante. Creo que es fundamental ir a los sitios para ver qué está pasando y entender que jugarte la vida en estos lugares es muy duro y hay que ser muy valiente y ser capaz de actuar con una dignidad difícil de entender si no lo ves con tus propios ojos.
¿El hecho de que haya mayor presencia femenina en la exposición es intencionado o simplemente una muestra de la realidad?
Honduras y Guatemala son dos países donde la mayor parte de las organizaciones populares son dirigidas por hombres, con un pronunciado carácter machista. Consideran que son hombres los que deben dirigir esto y las mujeres tienen que tener un papel secundario. Pero en estos lugares, hay mujeres que tienen un papel fundamental y que a veces se les margina o se automarginan por miedo a enfrentarse a los hombres. Te pongo un ejemplo. En una comunidad indígena de Venezuela retraté a una mujer, Marcela Chacach, con cuatro hombres detrás. Pero cuando yo llegué, esta mujer tenía un papel secundario. Me llevaron allí y había catorce miembros dirigentes de la comunidad, doce hombres y dos mujeres. Y las dos mujeres estaban ahí porque alguien les había dicho que incluyeran a alguna. Empecé a hablar con Marcela y me pareció muy interesante. Hice varias fotos y al final, en mi casa, decidí que iba a elegir esta en la que aparece con ellos detrás, porque ella decía lo que decían los demás, y con bastante más gracia. Seguramente si vuelvo a ese lugar, el hombre al que entrevisté me va a decir que no lo saqué. Tener la sarten por el mango te da el poder para decidir cómo va a ser el orden de los protagonistas, para organizar las cosas como tú quieres. Y a mí me gusta hacer las cosas a mi manera.
En muchos de los casos la responsabilidad de los poderes de Guatemala y Honduras es incuestionable, pero también que las empresas que intervienen allí proceden de fuera. ¿No se le podría exigir responsabilidad, también, a los países de origen de las mismas?
Está clarísimo que Guatemala y Honduras tienen gobiernos corruptos que hacen leyes a medida, tienen empresarios depredadores y pistoleros sin escrúpulos y donde el 97% de los crímenes quedan impunes. Eso queda muy bien en los titulares, pero ¿quién son los que corrompen a los corruptos? Son casi siempre gente que viene de fuera. Los estadounidenses, los chinos que son muy malos, pero también los canadienses. Qué curioso, un país donde el medio ambiente es tan importante y que luego haga lo que les dé la gana cuando salen de sus fronteras. Los holandeses, que también van poniéndose crucecitas y medallitas y que luego tienen su banco de desarrollo para financiar proyectos vergonzosos en estos países. Y los alemanes o los escandinavos, o los franceses o los españoles. Entonces esos son los verdaderamente grandes responsables, los que financian estos lugares contra la voluntad de los indígenas, los que no tienen en cuenta lo que ellos quieren, ni tampoco los sondeos que hay entre los propios indígenas. A veces los referéndum que hacen en los pueblos sale un 96% en contra del proyecto y en cambio se hace porque es un negocio para mucha gente. Entonces ahí es donde hay que batallar, buscar una legislación internacional que le llame a las cosas por su nombre. Cuando tú llegas a una zona indígena y quieres hacer un megaproyecto de hidroeléctrica y destruir el medio ambiente, eso es un crimen de lesa humanidad. No lo podemos llamar genocidio porque no es contra las personas, aunque sí es contra las personas, pero podemos llamarlo ecocidio. Legislemos contra el ecocidio, obliguemos a nuestros empresarios a mantener una actitud de inversión decente, no contra la voluntad de las personas y por supuesto, que no cueste vidas a los que están sobre el terreno. Queda mucho camino por hacer.
¿Hemos llegado a normalizar las injusticias, la violencia, la muerte, que ocurren a muchos kilómetros de nosotros por una cuestión de distancia?
Los españoles incluidos los valencianos, los europeos incluidos los españoles, tenemos una tendencia a mirarnos el ombligo. Somos muy ombliguistas y casi siempre activamos nuestro deseo de lucha en función de nuestros propios intereses, mezquinos muchas veces, de cosas que nos pasan a nuestro alrededor. Somos muy dados a protestar solo cuando nuestro partido favorito está en la oposición, cuando está en el gobierno nos callamos las mezquindades de nuestro gobernante. La lucha ecológica aquí en Europa es una moda y mucha gente se quiera poner medallitas, la lucha por los derechos ecológicos en Europa te puede costar algún porrazo en una manifestación. Y si eres menor de edad, pasar unas horas en la comisaría hasta que vienen tus padres a buscarte. En América Central te pegan un tiro, te matan. Allí se lucha por la supervivencia, contra poderes muy, muy, muy poderosos, poderes incluso ocultos y muy potentes físicamente hablando y si vas contra su voluntad lo que puede pasarte es que te maten o maten a tu familia o persigan a tus hijos. Y para esto hay que tener una capacidad de lucha bastante potente. Quizás si empezáramos a dar los premios ecológicos, los premios de derechos humanos a estas personas, en vez de dárselos a nuestras Gretas y demás, seguramente sería más importante cómo el mundo avanzase, pero tenemos tendencia a crear nuestros mitos en Occidente. De repente aparece una chiquilla y todo el mundo le hace la ola. Y todas estas cosas que dice las he escuchado en lugares aislados de Guatemala y Honduras, con bastante más solvencia y experiencia que la que pueda tener Greta. No tengo nada en contra de ella, ni de los que la han creado, ni de los que la han puesto en la vitrina, pero prefiero a esta gente que sí está luchando, verdaderamente, por la supervivencia y se están enfrentando a fuerzas extremadamente violentas.
¿Vivir conflictos tremendamente violentos de primera mano vacuna contra lo que podría llamarse dramitas de blancos europeos de clase media?
Llevo 40 años trabajando en zonas de conflicto. La única vez que he visto a la población española, digamos, activarse contra la guerra fue en el 2003, el «No a la guerra», pero en 2003 conocía guerras en los Balcanes, la guerra y genocidio de Ruanda, guerra en Sudán, guerra en Sierra Leona, guerra en Liberia, todas las guerras latinoamericanas, la desintegración de la antigua Yugoslavia, la de la antigua Unión Soviética… ¿Dónde estaban, entonces, los manifestantes?¿Qué pasa, que los manifestantes necesitan que les estire de un cordelito un partido político, que los instrumentaliza para llevarlos a la palestra? ¿O era porque la batalla era contra el demonio Estados Unidos? ¿O porque resulta que en el gobierno estaba alguien como Aznar, que era un impresentable, que incluso estaba a favor de una guerra, que tenía en contra a millones de votantes del PP? Son modas pasajeras, modas de pequeños burgueses y moda de salón.
No estamos hablando, por ejemplo, del tema de las armas. Llevo desde el 2008 criticando la política armamentística de este país. Desde que me dieron el Premio Ortega, que sé que hice un discurso que fue una bomba de cañón en medio de setenta personas, pero yo no lo hago porque sea un activista y un pacifista. No, tampoco soy un ambientalista ni soy ecologista. Lo que soy es periodista, y denuncio todo esto porque me parece una soberana vergüenza que personas que venden armas estén hablando de derechos, de igualdades, de Alianza de Civilizaciones como hacía Zapatero al mismo tiempo que España vendía más armas que nunca. Aznar también lo había hecho. Y ahora llegan Sánchez y Podemos y siguen con el mismo camino. Tenemos que empezar a construir una sociedad en función de valores que sean siempre los mismos, independientemente de quien esté en el poder y llamar a las cosas por su nombre. Si vendes armas eres un armamentístico de mierda seas del PSOE, de Podemos o del PP. Si haces una ley mordaza, eres un tipo que atenta contra la libertad de expresión, contra la libertad de prensa, seas del PP, del PSOE o de Podemos. No esto de que si están los míos en el poder me callo.