El sonidista de varias películas de Hitchcock, una mujer que aseguraba haber sido la doble de Julia Roberts en Pretty Woman, moteles, gente comiendo fast food en barras, coches largos, mucho color, miseria, personas durmiendo en la calle, gasolineras, alguna licorería, seres humanos con rostro de haber dejado escapar muchos trenes. Ese impresionante y variado panorama se encontró el valenciano Guillermo Polo durante los cuatro años que vivió en Los Ángeles. Aterrizó en 2012, en el barrio de Los Feliz y allí se quedó. Parte de aquella experiencia la ha recopilado en el libro de fotografías Los Feliz, Los Ángeles.
Guillermo se dedica al audiovisual, junto a su hermano Javier son Los Hermanos Polo, productora nada convencional. Este 2020, la Mostra de València se inauguró con su película (Javier dirigió y Guillermo se encargó de la fotografía) The Mystery of the Pink Flamingo. Sus fotógrafos favoritos son Mary Frey, Klaus Pilcher, Stephen Shore y William Eggleston, Nadia Lee Cohen o Jeff Brouws. Dice en el libro que la ciudad de Los Ángeles «no te juzga, puedes ser quién quieras ser, cada día, de nuevo otra vez». Él, con sus fotografías, tampoco lo ha hecho a la inversa, sino todo lo contrario.
En 2012 te marchas a vivir a Los Ángeles, ¿es entonces cuándo empiezas a hacer las fotos del libro?
Igual que un americano cuando se pasea por cualquier casco antiguo de una ciudad europea. Me dedico al sector del cine y el audiovisual, y los proyectos llevan mucho tiempo para armarlos y llevarlos a cabo. Concretamente los que dirijo, por eso me gusta compaginarlos con la fotografía. En una producción de ficción puede haber equipos de muchas personas, departamentos artísticos y técnicos… son rodajes donde todo se plantea desde muchas perspectivas, de contenido y forma, de límites de producción, de trabajo humano… en cambio con la fotografía vuelvo a algo más sencillo y directo. La siento distinta, sale de nuevo ese chaval a observar y explorar cosas… sólo.
¿Por qué te surge la necesidad de empezar a hacer fotos?
Al mudarme allí, como europeo en una ciudad como Los Ángeles, todo me atraía visualmente. Igual que un americano cuando se pasea por cualquier casco antiguo de una ciudad europea.
Has tardado 4 años en publicar el libro.
Había tomado bastantes fotografías y ahora tocaba darles un sentido global en una exposición o libro. Aunque me había vuelto a València, volví tres veces más a Los Ángeles en este tiempo, así que aproveché para hacer algunas fotografías más enfocadas en el lado más sórdido de la ciudad.
Dices en el libro que en la ciudad «no hay grises, es puro contraste y extremos. Explosión de color y cartón piedra» y eso precisamente es lo que capturan tus fotos.
Lo del cartón piedra lo conocemos también aquí en València (risas). Sí, la sensación que tenía en Los Ángeles es como el cuento de Hansel y Gretel, todo es de colores, con diseños infantiles, aparentemente inofensivos pero debajo se esconde un pequeño diablo llamado capitalismo salvaje. Es la misma sensación que cuando entras y sales en una tienda de Apple, parece que te hayas ido de allí sin haberte gastado el dinero… y luego vuelves. Un contraste mucho mayor al que estamos acostumbrados en Europa, aunque cada vez nos parecemos más, quizás aquí la clase media lo amortigua todo un poco más. Allí es un «sálvese quien pueda» que lo ves cada día frontalmente ante ti.
¿Qué tienen los moteles que te interesan tanto?
Nuevamente me interesa esa contradicción. Por fuera, un envoltorio de colores pasteles y neones de lo que ha quedado de los años cincuenta, por dentro familias que viven hacinadas, prostitución, si esas paredes hablaran… He recorrido muchos por Estados Unidos y en algunos los propietarios nos recomendaban atrancar las puertas de las habitaciones desde dentro. Unas cuantas aventuras.
La segunda parte de Los Feliz, Los Ángeles muestra una ciudad como más decadente, más miserable incluso, sin perder esa sensación de exceso y colorido. ¿Es intencionada esa evolución en el libro?
Gracias a Carles Rodrigo, que ha maquetado y editado el libro, construimos el relato. La idea ha sido proponer un viaje: la llegada a la ciudad casi con el principio del día, y poco a poco vamos entrando en sus paisajes urbanos, van apareciendo protagonistas, y a medida que avanza la luz del día, van saliendo a la superficie los olvidados, los desgraciados y los escondites de la ciudad. A la vez, no quería irme a lo dramático desde el punto de vista estético. Quería mantener las mismas paletas de color y forma de retratar el entorno.
¿Fotografiarla te sirvió para entender más ese Los Ángeles en el que vivías?
Totalmente, allí pasaba horas hablando con mi amigo venezolano Manuel sobre la dualidad de la ciudad. Las fotografías de alguna manera proponían escenas y situaciones representativas de la ciudad. Yo la considero una segunda casa, un lugar extraño y maravilloso.
¿Cuándo y cómo hacías fotos? ¿Salías adrede a ello, llevabas la cámara encima y siempre había algo que capturar?
Sí, precisamente, una cosa que me gustaba de Los Ángeles era la sensación de ser una hormiga anónima recorriendo sus calles. Muchos días, entre semana, me iba por la ciudad, y como nadie camina por allí, pues me perdía por ahí a hacer fotos. Algunos días volvía sin nada interesante, y otros me volvía con alguna foto que había merecido la pena.
¿Se produce un cambio entre lo que empiezas a fotografiar y a interesarte cuando llegas en 2012 y cuando ya llevas 4 años allí?
Sí, inicialmente el foco lo puse en la luz mágica de allí, en los carteles, coches antiguos, carreteras y poco a poco me fui centrando más en los personajes, en la noche, en la pobreza, los delirios…
En el libro mencionas algunos angelinos a los que llegaste a conocer, cada cual con una historia más alucinante que el anterior.
La verdad es que viví muchas historias surrealistas y encuentros con personajes míticos como James Gandolfini tomando café donde siempre veía a otros italianos reales con pinta de mafiosos, Mick Jagger cenando sushi antes de que dieran un concierto sorpresa en el EchoPlex por 10 dolares a quien pasara por allí… Conocí al hijo de Buñuel en una cafetería y desayuné con él mientras me contaba anécdotas de su padre cuando vivía en Estados Unidos. Pero sobre todo, anécdotas trabajando en rodajes y grabaciones. Le hice un vídeo de country al grupo de la actriz que interpretaba al personaje de Janice en Friends con su frase conocida: “Oh Dios mío…». Grabé la gira europea del grupo Alter Bridge y luego en un crucero de Metal Rock por las Bahamas con más bandas como Papa Rouch, Korn…
Siempre historias con un buen grado de locura, o bien por el exceso y la abundancia o por lo contrario. Siempre lo decíamos, Los Ángeles tiene locura en todas sus capas sociales, los que llegaron a esa cima que buscan como los que nunca lo conseguirán. Un día, grabando un videoclip, un mendigo por la calle se puso a mi lado y me empezó a hacer preguntas técnicas de la cámara que yo estaba usando, como qué ISO estaba utilizando, diafragma, características de la cámara. Quizás él había sido un operador de cámara o director de fotografía al que no le fueron bien las cosas. Cuando me quise dar cuenta, ya se había marchado.
Hablas de un conductor de camiones muy peculiar.
El conductor de camiones, era un afroamericano que después de haber probado en su veintena hacer hip hop, ahora tenia cuarenta y tantos, y trabajaba con su camión. Cuando tenía unos pocos ahorros grababa canciones. Me contrató para hacer un videoclip, y estaba convencido que iba a vender un millón de copias y se lo iba a comprar Dr. Dre. No he vuelto a saber de él.
También mencionas a «una mujer rubia neumática que aseguraba haber sido la doble de Julia Roberts en Pretty Woman«.
Aquella mujer, con pecho de silicona como balones de los años noventa, montó en cólera porque el fotógrafo que me había contratado insinúo que ella no sabía usar un programa de edición de vídeo. Entonces, empezó a gritarle y a lanzar la ropa por la ventana, mientras su hija estaba sentada jugando a un juego con el móvil, y se acercaba a mí con una revista antigua donde ella salía desnuda y me preguntaba si me gustaba su cuerpo. Luego me aseguró que ella era la doble de cuerpo de Julia Roberts en Pretty Woman…
Y a un señor con alzheimer que había sido sonidista de varias películas de Hitchcock.
Un señor muy entrañable, vecino de la primera casa donde viví en Culver City. Parecía sacado de una película de David Lynch. Todos los días pasaba con un carro motorizado de color rojo y me saludaba cada vez que daba la vuelta a la manzana: “Good morning, it’s a wonderful day”, le contestaba que sí, ¿cómo no?, siempre hace sol allí. Luego me decía que algún día tenía que ir a su casa para enseñarme sus álbumes de fotos. Un día, decidí seguirlo, y cuando me enseñó las fotos, allí estaba él, más joven junto a Hitchcock, Sean Penn y otros grandes del cine. Era sonidista de cine retirado y había grabado muchas películas.
Después de las fotos, de haber vivido allí cuatro años, de haber descubierto la ciudad de verdad, ¿todas esas miles de referencias visuales, musicales y cinematográficas con las que llegaste variaron de algún modo?
Las referencias, en todo caso siguieron ampliándose y conectaba más con muchas de ellas al ver los lugares donde se habían creado como escenarios de películas, bares donde habían tocado músicos, rincones de la ciudad…. Pero lo que sí me generaba preguntas era cómo lograban los americanos y americanas conectar con un lenguaje tan profundo en sus creaciones artísticas si luego tenían tan poco interés en profundizar en las relaciones humanas. Al menos las que experimenté en primera persona.
¿Despertaba en los angelinos curiosidad el país o la ciudad de la que procedías o no se molestaban en preguntar?
Sí, les despierta interés. Pero en Los Ángeles dicen que todos los días se mudan mil personas nuevas y se marchan otras mil. Es decir, lo exótico es difícil de encontrar para ellos. Están acostumbrados a muchos acentos, procedencias variadas… eso sí, a los españoles a veces no saben cómo ubicarnos, porque hay gran población latina, sobre todo de México, y nosotros hablamos español pero no entramos en esa categoría física de “latinos”. Eso muchas veces generaba situaciones curiosas. València no la conocen tanto, pero cuando dices que eres de España suele ir acompañado de un “Oh, I love Barselona”.
¿Hubo algo que te quedaste con ganas de haber fotografiado?
Siempre hay cosas que podría haber fotografiado nuevas, aunque en este caso fue un trabajo más de quitar fotos que añadir más… Pero adentrarme en algunos lugares turbios, ganarme su confianza y retratarlos, hubiera estado bien también.