Dark Room (Lanevera, hasta el 7 de enero), de Laura Silleras (València, 1979), es una de esas exposiciones que no hay que perderse, y que incluso hay que repetir. Sus fotografías son mundos propios donde la imagen captada es un punto de partida que acaba cuestionando el carácter estático de las instantáneas. Algunas pocas las conocíamos de la exposición y catálogo de la beca Fragments que ganó en 2018 con un proyecto en torno a El Cabanyal. Pero para hablar de su trabajo nadie mejor que la propia Silleras, que ejerce de guía en esta visita.
Las muestras en Lanevera siempre tienen algo de expectación e ilusión a medida que se suben las escaleras hacia la sala. Por si fuera poco, el recibidor, el primer contacto con la exposición, antes de entrar en ella, dispara esas sensaciones como bienvenida. En este caso, además hay una cortinilla, emulando el cuarto oscuro, el de la intimidad de la fotógrafa, a la que se alude en el título, donde el instante atrapado se hace imagen.
En ese preámbulo cuelga en la pared una amplia colección de aquellos calendarios de mano en los que en el reverso había una foto de una mujer desnuda o semi, o en bañador o bikini. Bajo del mismo, una vitrina con objetos personales de Laura Silleras. «La vitrina guarda mi alijo de tesoros», nos cuenta, «normalmente los guardo así en mi casa y su presencia en la exposición significa que te estoy invitando a que veas mi cuarto de juegos privado. Como cuando un niño te enseña sus juguetes. Ahí están un tirachinas, que suele estar siempre conmigo por si tengo que matar a alguna cobra G; también mi primera cámara de formato medio que intervino Carlos Mallol (Ovnicuadrado) poniéndole ojos y boca…; hay un componente mágico con las cartas del Black Power Tarot, la bola flotante o la figura de Harry Houdini el escapista… Además, aparece el disparador de la cámara de fotos de mi abuelo y una frase de un sobre de azúcar que es la verdad más absoluta que conozco: “La vida sin música sería un error”. Cada objeto tiene una historia».
Entrando ya en la sala, a mano derecha, en la pared hay tres reproducciones de una fotografía que después se puede ver en otro momento de la muestra con su color original. «Lanevera siempre que organiza exposiciones intenta hacer una colaboración con el artista. Es su manera de unir el taller con la galería. Las tres reproducciones son el resultado de experimentar cuatricomías en serigrafía con una de mis fotos.
Siguiendo el recorrido nos encontramos con la primera pared con un grupo de fotos. Son todas en blanco y negro. Proliferan las realizadas en un ambiente circense. Es, también, un acercamiento a los muchos y diversos tipos de cuerpos que tiene el ser humano. De procedencia distinta, establecen entre sí una relación de la que acaban retroalimentándose. «Esta exposición ha sido un ejercicio creativo para mí. La premisa era la intuición y la libertad. He podido experimentar uniendo fotografías de diversos trabajos, tratando de generar nuevas sinergias entre ellas. Ha sido como pintar sobre un lienzo en blanco y dar brochazos sin miedo a salpicar. No me puedo parar a explicar por qué cada una de las fotos es especial para mí y por qué la junto con la de al lado. Son más de ciento sesenta fotos. Lo que sí que hago es invitarte a que observes, te concentres y te dejes llevar. ¿Qué emociones te generan las fotos? ¿Te mueven? Creo que el arte sirve para eso».
A continuación viene una de las imágenes que más impacta de la muestra, seguramente por su tamaño. Una fotografía de una Bellea del Foc ocupa toda una pared. «Un amigo me dijo que le parecería maravilloso ver mis fotos promocionando las fallas de València y me dio curiosidad ver cómo quedaría la Bellea en un mural. Cuando te acercas a ver una falla ves que sus figuras tienen un tono satírico. La fotografía de la Bellea tiene ese punto que conecta con el sarcasmo de los propios monumentos. No hay que obviar que en fallas se sufre. Hay cansancio, catarsis, ansiedad…En mi proyecto de fallas, intento plasmar la sensación de estar escuchando tres orquestas diferentes tocando música a la vez en medio de una multitud de mil personas. A todo esto se le suma una traca inesperada que te tensa la nuca para dar lugar a ese olor a pólvora que tanto nos gusta. Eso también son las fallas ¿no? La foto de la Bellea aunque a primera vista parece un descarte, resume todas esas sensaciones de las que he hablado en una imagen».
La fotografía de la Bellea está perfectamente integrada en una exposición en la que lo folklórico, las raíces, por un lado reivindican lo suyo, pero al mismo tiempo se relacionan con naturalidad y conectan con las de otros lugares del mundo. «Me interesan las dinámicas que se generan en las fiestas folklóricas de cualquier parte del mundo. Suelen ser las mismas y en ellas los humanos nos permitimos la licencia de dejarnos llevar y conectar con nuestra parte más irracional e instintiva. Puede ser bebiendo, cantando, bailando, rezando, con drogas o llorando por la Mare de Déu dels Desamparats. Mi ensayo fotográfico de las fallas explora ese concepto. He crecido en València y conozco muy bien las sutilezas de su folklore. Así que partiendo de algo concreto como las fallas intento hablar de conceptos más universales».
Ese primer lateral de la sala finaliza con cuatro retratos de una serie de hombres desdentados, los chimuelos, que hizo en México. «Ese trabajo fue una de mis primeras series que hice cuando estuve viviendo en Méjico. Vivía en un pueblo pequeño de la provincia de Veracruz y me sorprendía la cantidad de gente desdentada que había y la normalidad con la que se llevaba el tema. El ser chimuelo en Occidente hubiera sido razón para ser un marginado social pero allí no. Mis chimuelos miran al espectador a la cara y se ríen de los problemas del primer mundo».
Llegamos a otra de las paredes corales. En este caso son todas en color. Y, de nuevo, consigue que imágenes tan alejadas entre sí como un hombre esnifando una raya y una mujer con mantilla, el papel rasgado de una habitación y una playa, o dos falleras bebiendo un refresco y una mujer haciendo topless, encuentren un punto de conexión y sea fascinante el resultado. Cuando entrevistamos a Laura por la beca Fragments, dijo algo que se ajusta a la perfección a lo que vemos en esta muestra: «Mi reto como fotógrafa es intentar normalizar lo extraordinario a la vez que encontrar lo extraordinario en lo común o banal». Laura explica que sigue pensando igual, «aunque he llegado a la conclusión de que lo extraordinario para mí puede ser común para otros y viceversa. Ahora redefiniría lo que dije y diría que mi reto como fotógrafa es crear puentes entre diferentes realidades, donde las personas podemos aprender a ver otros puntos de vista aparte del nuestro. Si me preguntas dentro de dos años igual te digo otra cosa».
El siguiente muro de la muestra está ocupado por fotografías que cuentan con la intervención de Toño Camuñas, que pueden incluso pasar desapercibidas en una primera mirada. «Toño y yo nos conocemos desde hace muchos años y podría decirse que somos como hermanos de vida. Durante los periodos que convivimos suelen surgir proyectos de todo tipo y las fotos intervenidas es uno de ellos. No es que nos sentemos a ver qué podíamos hacer juntos sino que sale de forma natural. Cuando viene a visitarme, mis fotos están por casa y él coge las que le interesan y la interviene mientras que yo estoy haciendo otras cosas. Así que poco a poco y con la calma nos estamos haciendo una colección muy potente. Los tatuajes se integran tan bien en las pieles que muchas veces no se sabe qué es real y que no. El resultado es magia».
Accedemos al espacio de la derecha de la sala. De nuevo un conjunto de fotos variadas. Personas y realidades distintas, algunos conocidos (Nick Cave) y otro no, de y en lugares diferentes. No hay un orden cronológico en la exposición, ni temático o geográfico. Lo que sí están muy presente son los retratos. A Laura le interesa de ellos, «la capacidad de poder revelar cómo se siente la gente. Es como un secreto compartido entre esa persona y yo».
En el texto informativo sobre la exposición se puede leer: «Dark Room es el lugar donde el fotógrafo resucita de nuevo momentos de los que no quiere desprenderse y que atrapa de algún modo con su cámara». Las fotos de Laura Silleras tienen, en muchos casos, la capacidad de captar una realidad que parece escapar a nuestros ojos. «Creo que una de las cosas más interesantes de la fotografía es que es capaz de revelar emociones escondidas de los humanos. Cuando nos hacen una foto todos tenemos una máscara que proyecta un “falso yo”. Es la imagen que queremos que vean de nosotros. Eso no me interesa tanto como cuando la persona a la que retratas baja esa defensa. Ahí es donde salen las fotos sinceras. En mi opinión, son las que más poder tienen. No siempre lo consigo pero cuando lo hago es muy gratificante. Ese otro de mis retos que no te había dicho».
Son imágenes, también, realizadas, en algunos casos, en ámbitos privados, que para acceder a ellos es necesaria cierta confianza. En la entrevista a la que hacíamos referencia antes contó que «intento generar vínculos con las personas que fotografío». ¿Cómo vives ese proceso? ¿Cómo reacciona la gente a ser fotografiada? «Cada caso es diferente. Hay contextos que no son los míos y en los que quiero trabajar y por lo tanto me tomo mucho más tiempo aprendiendo antes de sacar la cámara. Voy conociendo al otro, observando su contexto. También dejo que ellos me conozcan y que se den cuenta de que yo también soy vulnerable. Con el tiempo dejan de verme como una amenaza y empiezo a hacer fotos el día menos pensado. También me encuentro otras situaciones donde tengo confianza con la persona y por tanto fotografiar debería ser fácil pero su actitud es más defensiva porque quiere tener el control. Cuando pasa eso las fotos suelen salir mal. No hablo a nivel técnico… Las fotos están bien, pero les falta esa magia. Si me pasa eso, directamente las descarto».
La última pared del recorrido vuelve a estar llena de fotografías, blanco y negro esta vez, y con un marcado protagonismo del cuerpo humano de nuevo. Y donde se vuelve a conseguir esa magia de conectar universos tan dispares como pueden ser el de los heavys de la Gran Vía o una carrera de coches. ¿Cuánto hay de reivindicación de la libertad de que cada cual viva su cuerpo como lo sienta? «No hay reivindicación de la libertad sobre el cuerpo humano ya que eso ya lo doy por supuesto. Fotografío personas que me fascinan por diversas razones como su posición ante la vida más que por la estética. La belleza es una cosa subjetiva. A mí me atrare más la belleza de los defectos y la personalidad que la belleza standard».
Algunas de las fotografías han requerido una mínima preparación para realizarlas. ¿Cómo consigues que eso no apelmace el resultado y resulte tan fresco? «Las únicas fotos donde hay una mínima preparación son las fotos del burlesque que hice cuando vivía en Berlín. Me desplazaba a donde ellas trabajaban y elegía una esquina que me pareciera interesante. Me gusta jugar con lo que hay. Más que preparar un escenario lo que suelo hacer es quitar lo que me molesta. Creo que el resultado es fresco porque no hay nada impostado y porque creo que hago bien mi trabajo».
Antes de abandonar Dark Room, y pasar por al lado del gallo de la suerte que se encuentra en un caja de luz junto a la salida, toca hablar del futuro, de los próximos proyectos. «Estoy acabando un trabajo sobre hombres trans y comenzando otro sobre animales en La Manchuela». Cuesta irse de la exposición. Es como esos discos que cuando acaba una cara le das la vuelta para que suena la otra y así sucesivamente. No os la perdáis.