En las obras de la ilustradora y pintora Ana Collado (València, 1973) se respira cierta nostalgia clásica y popular, con un toque de desconcierto, que invita a entrar en ellas, ponerse cómodo y quedarse. El aire cinematográfico de las mismas hace que añoremos que no existan películas que cuenten esas historias. El humor y el drama juegan con ellas como si se pasaran una pelota de plástico en la orilla de la playa. De Marilyn Monroe a Doraemon, de Embrujada a Robert Mitchum, bienvenidos a Casa Collado.

¿Cuándo se despertó en ti el interés por el arte, por la creación, por la cultura?

No recuerdo ningún momento preciso, no es que me pusieran delante de un Botticelli y tuviera una revelación ni nada así. Mi casa estaba llena de cuadros, siempre hemos tenido delirios de grandeza y una tendencia irremediable a vivir por encima de nuestras posibilidades, así que el pasillo de casa de mis padres parecía una pinacoteca. Mi abuelo materno era delineante y, genéticamente, imagino que heredé algunas habilidades. Como era muy torpe para todo lo físico me acomodé en mi zona de seguridad que era el dibujo, jugar a Churro va para mí era una tortura, sin embargo mi reputación subía puntos cada vez que alguien me pedía un dibujo. En tercero de EGB descubrí el Aironfix, me puse a fabricar pegatinas de la abeja Maya que las niñas del colegio venían todas las mañanas a comprarme hasta que las monjas me descubrieron y frenaron la actividad, pero yo ya me había ganado el respeto y la admiración suficientes para sobrevivir en el hostil mundo del colegial.

Licenciada en Bellas Artes por la UPV. ¿Cómo recuerdas aquellos años de formación y estudio? 

Todo el mundo suele recordar los años de Universidad como los mejores de su vida, yo me lo pasé bien, pero como soy una dramática no le saqué todo el provecho que podía haberle sacado. Estaba llena de miedos, prejuicios y complejos y demasiado ocupada en encontrar «el beso de amor verdadero». Aprendí, claro que sí, casi más de los compañeros. Cambié de amigos porque claro, yo me convertí en una excéntrica para mis amigas teresianas, ellas querían ir a ver Ghost y yo que me secuestrara Baudelaire. Por suerte no son rencorosas y ahora vienen a mis exposiciones.

¿Cómo fueron tus primeros pasos artísticos, cómo era aquella València?

Pues recuerdo que eran buenos tiempos para la especulación, así que empecé a vender cuadros para grandes despachos y colecciones privadas, un desastre moral, lo sé, pero me hinché a hacer retratos, vendí cosas invendibles… Recuerdo una versión pop de una Madonna de Filippo Lippi estrangulada por el Bambino y con la cara morada.

Había muchísimas galerías que ya no existen, todos los «artistas» íbamos a los mismos sitios, recuerdo las visitas al Purgatori, al Kasal Popular…lo mismo salías de beber ponche de setas de un sitio underground que te colabas en la inauguración de Luis Adelantado y luego todo el mundo acababa apelotonado en La Marxa y al día siguiente echabas a la lavadora hasta la trenca, porque aunque parezca de Mad Men, se fumaba en todas partes. Luego me dieron una beca de diseño en Lladró y me quedé colgada del trabajo por cuenta ajena.

Pintora e ilustradora. ¿En qué crees que se diferencian y en qué interactúan tus trabajos en ambas disciplinas? 

Se diferencian en el grado de libertad con respecto a la idea o al concepto. Me explico: Cuando pinto o dibujo por propia iniciativa, o sea cuando me visitan las musas y necesito expresarme y trascender no tengo jefe, porque todavía no tengo ni público, ni meta, más allá de autoabastecerme y sustentarme divirtiéndome, que sería lo ideal. Cuando se ilustra, generalmente uno no parte de su inspiración sino de un texto preestablecido o de un briefing de un cartel o del conjunto de necesidades comunicativas del producto que se esté publicitando…aún así es inevitable que en este proceso se vuelquen algunas de mis inquietudes o rasgos, suponiendo además que quien te contrata está interesado en que tu universo personal se intuya en esa comunicación. Si te alejas totalmente de tus rasgos característicos para abordar un trabajo de ilustración, no se produce esa interacción que creo que cada vez se busca más, el manierismo junto con la tranquilidad es lo que más se busca.

¿Qué importancia tiene la cultura popular (Hollywood clásico, televisión, figuras políticas y sociales…), su iconografía, sus referentes, en tu inspiración y trabajo?

Mucha, ¡ Toda ! Yo llevo una empanada importante con todo esto, vivo instalada en el melodrama, a veces no soy capaz de discernir entre lo que he vivido y lo que vi de niña en las películas, he sido novia de Gene Kelly, he vivido en Brigadoon, jamás bailo en público porque si no soy capaz de hacerlo como Ginger no voy a hacerlo, en Navidad me emborracho de Dean Martin y Doris Day, cuando me siento «loser» me pongo Barry Lyndon como quien visita a su pariente para recordar todo lo que pudo haber sido y no fue, he viajado a lugares como Canadá solo por ver los chubasqueros amarillos en las cataratas del Niágara, viviría en el Dakota aún a riesgo de tener a Minnie Castevet por vecina…no sigo que pierdo el hilo, me quedaría toda la entrevista en esta pregunta.

En tus obras hay cierta intención narrativa (en algunos casos cinematográfica), de contar una historia sin hacerlo, dejando pautas y pistas para que quien la contemple la complete. ¿Es intencionado? ¿Ya lo tienes presente cuando empiezas a pensar en lo que quieres o vas a hacer?

No es intencionado, yo intento contar lo que me gustaría que me contasen a mí y me gustaría que me lo contasen así, atropelladamente, a saltos, como si fuera un sueño delirante, lleno de pistas falsas, abigarrado de personajes y objetos en distintos planos, cuando pinto para mí voy a la deriva, estamos en mi jardín pero aparece el capitán Stubbin y todo está bien porque me enseña a tirarme de cabeza el propio Ronald Reagan. Me viene a la mente una escena de La semilla del diablo, Rose Mary sueña que va en un yate y allí hay una fiesta, están sus amigos y también Jackie Onassis.

¿Cómo es ese proceso creativo? 

Mi proceso creativo es un caos, la idea, suele ser una aparición nocturna, un chiste, un recuerdo. Como las libretas las pierdo y las notas del móvil no me gustan, he creado un chat conmigo misma en el que anoto cosas que me vienen a la cabeza, antes le mandaba estos flashes a mi pareja o a mi hija Germana, acompañados de un «no hagas caso» porque claro, imagina que estás en el instituto y tu madre te envía : Lemuria, Madame Blavatsky o un artículo sobre el desorbitado precio de la conservación de un cuerpo que ronda los 200.000 dólares aunque exista la opción más barata de conservar solo la cabeza. Si algo no funciona o bien pinto encima o lo escondo.

En tus trabajos conviven cierta sensación apacible con otra inquietante, sin que ninguna de las dos acabe acaparando más protagonismo del que le corresponde.

Pues igual es decepcionante pero no es premeditado tampoco, puede que esa sensación te la provoque que me divierte ponerme en el filo de lo incorrecto o lo incómodo pero siempre tocando «mare», por si tengo que recular. Es posible que el equilibrio se mantenga por mi tendencia innata a lo pusilánime. La verdad es que me gustaría hacer pensar o cambiar cosas a través del humor y compartir sensaciones que me fascinan y que ni siquiera sabría describir con palabras, pero no sé si lo consigo o amontono dimensiones insólitas que nadie comprende.

En muchas de esas obras, las figuras humanas aparecen en blanco y negro, con fondos en color en su totalidad o en retazos.

Por una parte me debato siempre entre el blanco y negro y el color, esto me viene de cuando estudié, a mí me encanta el dibujo a secas, sin color pero siempre me han alabado mucho el color, así que me cuesta desprenderme de él. Esos personajes en blanco y negro no han estado siempre, un día los dejé y vi que funcionaban, a veces están todos en blanco y negro y otras veces se quedan solo algunos, generando una línea principal y tramas secundarias que a su vez esconden indicios subliminales, referencias sociales, inocentes reflexiones en torno a la naturaleza humana…Son fantasmas como Lloyd, el barman del Overlook.

Tus trabajos tienen algo de collage en su composición cuando no utilizas nunca esa técnica creativa.

Del collage me interesa la posibilidad de mezclar cosas impensables, hace poco hice un retrato a una amiga que aparecía sentada en el Marte de Ray Bradbury con un increíble hombre menguante a sus pies y una iguana, mientras Robert Mitchum se batía en duelo con algún otro que no recuerdo. En mi interpretación del collage, mando yo, no un banco de imágenes y el fin es transmitir sensaciones más allá de lo estético. Podría buscar cosas, recortarlas y pegarlas o pasarme horas con el photoshop pero entonces no podría disfrutar con mi habilidades pictóricas. Más que una tómbola, la vida es un collage.

Cuando publicas tus trabajos en instagram muchas veces lo haces acompañados de música y algún texto. ¿Esas referencias las has tenido antes como inspiración, son pistas que das para que se entiendan mejor o surgen una vez finalizada la obra?

Cuando pinto o dibujo siempre escucho música, raramente me siento con la cabeza en blanco delante del papel o del lienzo, así que ya voy predispuesta a una cosa u a otra. Si voy a dibujar a Kim Novak en Me enamoré de una bruja pues me pongo la fabulosa banda sonora que George Duning compuso para la película y me sumerjo más y mejor en esa atmósfera y cuando cuelgo «reels» en instagram y los aderezo con músicas o textos, es para compartir mi entusiasmo. Igual resulto cansina pero no puedo parar, es como cuando un niño se empeña en contarte una película con pelos y señales aunque le digas que ya la has visto.

Uno de tus últimos trabajos ha sido el Joan Fuster de Aforismats para el IVC, a través de ese Extinguido Público que formas con Assad Kassab.

Menudo subidón ver nuestro cartel en el Rialto. La idea es de Assad Kassab, las manos mías. Assad es mi vecino, mi amigo, mi familia. Me encanta trabajar con él, cuando suena el teléfono y oigo: «te voy a proponer una cosa» no le dejo ni acabar, sí a todo. Es que me río mucho con él, tanto que he desarrollado una afonía que solo me ataca cuando paso tiempo con ellos, compartimos gustos y aversiones y nos admiramos mutuamente y así es muy fácil todo. Extinguido Público surge porque era inevitable que nos acabara entrando un delirio warholiano, no sé si él es Basquiat y yo Andy o al revés, mira que somos diferentes pero aún así hemos encontrado la manera de incorporar la personalidad de cada uno en estas piezas que esperamos sacar a la luz muy pronto. Espero que nuestro dúo no acabe tan catastróficamente.

También, recientemente, se ha editado el libro La salita amarilla, de Juan José Collado, con ilustraciones tuyas.

Me asalta irremediablemente la frase que dice Alec Guinnes en Un cadáver a los postres y que constituye una de las escenazas que más me han hecho reír y que más veces he visto: «¿James señor Benson Señora? Sí señor ¡Qué raro! era mi padre, señor ¿cómo se llamaba su padre? Qué Raro…» vale ya paro. Juan José es mi padre, él escribe, yo ilustro y mi pareja, David Heras, edita para su editorial recién estrenada Ediciones de la Punta. Este libro lo llevamos entre manos desde que empezó la pandemia y por fin lo hemos presentado hace escasamente un mes. Los tres hemos puesto mucho mimo e ilusión en él. Una persona me escribió hace poco para decirme que mi padre y yo tenemos una forma de transmitir muy parecida, me dijo: «es como si fueras tú la que me lee el libro», así que ya sabes qué se puede esperar, un batiburrillo a veces delirante, un collage, una empanada de nostalgia, humor, drama y excentricidades, un relicario que lleva desde dientes de leche de la Virgen hasta un chicle Bazooka.

En 2020 participaste en «Valencia se ilustra», un proyecto en el que distintos ilustradores plasmáis vuestra València en una obra. ¿Qué puedes contar de la tuya?

Yo dibujé el antiguo Hospital La Cigüeña porque nací allí (el año en que murió Nino Bravo), en primer plano aparece Carmencita Polo con su collar de perlas cortando la cinta inaugural y superpuesta la llamada Dama de Rosa, el fantasma que dicen que habita este edificio, ahora convertido en Conselleria. Este hospital es tristemente conocido por el escándalo de los niños robados, al parecer las monjas en complot con algunas familias pudientes mercadeaban con los bebés por sumas que oscilaban entre las 50.000 y las 125.000 pesetas. La Dama de Rosa se pasea por allí buscando a su extraviado retoño y asustando a los funcionarios.

¿Qué proyectos tienes entre manos?

Ahora mismo estoy ilustrando un texto del dramaturgo Carles Alberola para la editorial Rebombori Cultural. Es una suerte trabajar con gente a la que admiras y con la que congenias. A la vez me estoy digitalizando, cosa que pensaba que nunca sucedería, como cuando me puse a conducir, y sigo con muchas ideas en la cabeza que me gustaría llevar a cabo pero ¿Qui lo sa?