1- Entrar en Lanevera Gallery (Lanevera Ediciones) es todo lo contrario a hacerlo en una escape room. Sabiendo donde se encuentra la puerta de salida no dan ganas de atraversarla. Solo llevan dos muestras y ya se han situado en el panorama expositivo de la ciudad. Primero fue con Víctor Visa, y ahora con La ceniza de las vanidades, de Raquel Aparicio, que se puede visitar hasta el 14 de diciembre. En Lanevera se disfruta hasta el prólogo. Esos metros que separan la puerta de las escaleras por las que se accede al piso de arriba donde se encuentra la galería. La vista se desata, sin poder fijarse en ningún sitio, ante los numerosos estímulos con los que se cruza. En las paredes, en estanterías, al fondo, en la arquitectura propia del lugar. Empezar a subir peldaños tiene la excitación de quitar, despacio, el envoltorio a un regalo. Hay muchas ganas de descubrir lo que hay dentro.
2- Antes de entrar en la sala con la obra de Aparicio, hay una pequeña vitrina en el rellano. Pasa algo desapercibida y eso aumenta su interés. Recoge algunos pequeños esbozos, las primeras líneas de lo que veremos a continuación. La inspiración en estado puro. Aparicio nació en Ávila, pero vive y trabaja en València. En su curriculum se juntan trabajos para The New York Times, Nylon, The Wall Street Journal, Elle, Edelvives, Seix Barral, Gadir, Nokia o Springfield. La ceniza de las vanidades es su primera exposición individual. En ella, a base de collage digital trabajado con Photoshop, introduce en conocidas obras de la Historia del Arte, elementos externos (relacionados, en su mayoría, con el excesivo uso de plástico que realizamos). Una inteligente e imaginativa manera de denunciar el harakiri que le estamos haciendo al planeta.
3- La secuencia suele ser siempre la misma: ver la obra, reconocer el original, descubrir el añadido, sonreír y tomar conciencia de lo que se expone. Una estupenda manera de transmitir un mensaje. Y que cale. Ahí está la Ofelia de John Everett Millais flotando sobre plásticos o el rostro de Magritte tapado por una manzana en un envase plastificado. E intervenciones en cuadros de Tamara de Lempicka, Sorolla, Van Gogh, Goya, Johannes Vermeer, Dalí o Hopper, que mejor no contar y descubrir in situ. Es una exposición que va mucho más allá de la anécdota de la manipulación, poniendo el arte (y nunca mejor dicho) al servicio de una causa necesaria. Equiparando la necesidad de conservar y cuidar las obras, el medio ambiente y nuestras propias vidas.