Bárbara Blasco. Foto: Elia Costa.

«¡La aventura es la aventura!» es el mejor grito de guerra posible en la adolescencia. La de la protagonista de La memoria del alambre (Che Books – Ediciones Contrabando), de Bárbara Blasco, transcurre en los años ochenta en València «cuando el Burger King era la punta que asomaba de la vanguardia» y ella grababa al vuelo, en cintas TDK, canciones del programa La conjura de las danzas de Jorge Albi, en Radio Color.

Ahora es cantante de una orquesta que actúa en verbernas de pueblos. Ha cambiado a Coppini, La Mode o Violent Femmes por David Bisbal, Enrique Iglesias o Carlos Baute. Lejos quedan aquellas risas en Continental, aunque un mail de la madre de su inseparable amiga Carla le hará regresar a esos años. Y a los posteriores, a los de la Ruta, la Spook, las drogas. Carla murió atropellada por un tren y las preguntas se amontonan. Ella, con la ayuda de su memoria, intentará buscar las respuestas.

La segunda novela de Bárbara Blasco no es una novela de iniciación al uso, aunque pudiera parecerlo. O sí. O sí, pero algo más. O Justo lo contrario. La fuerza narrativa de lo que cuenta, la de sus protagonistas, arranca de cuajo cualquier etiqueta. Aquí lo que importa es la historia. El camino de la historia. Sus saltos en el tiempo, sus paradas para que suban nuevos personajes, sus subtramas, sus licencias musicales, su manera de convertir al lector en esa cantante a la deriva, ese humor que barniza hasta los momentos más trágicos. Dice la RAE que literatura es el arte de la expresión verbal. Pues eso.

Cuando te entrevistamos (hace ya cinco años y medio) por tu libro anterior, Suerte, nos contabas que habías acabado La memoria del alambre. ¿La que se ha publicado ahora es la misma versión de entonces?

Si empezamos la entrevista metiendo el dedo en la llaga… Soy lenta escribiendo, o reescribiendo, que viene a ser lo mismo. Reescribiría hasta el fin de mis días, el día del juicio final seguro que me pilla reescribiendo. La novela ha cambiado bastante mientras tanto, no encontraba su desenlace y estuvo castigada cara a la pared hasta que lo encontró. Claro que también podría echarle la culpa a los editores del mundo, por no meterme ninguna prisa.

¿Por qué tanto tiempo entre un libro y otro cuando eres una persona que no deja de escribir (tus colaboraciones en prensa o en tu blog)? ¿Qué importancia le das a publicar en papel?

Impresiona más el papel que los soportes volátiles, o tal vez sea una cuestión de longitud, conservar el sentido en la larga distancia requiere bastante más trabajo. Y ahora caigo en que impresionante comparte raíces con impresión. Uno quiere ponerse impresionante camino de la imprenta. Y que soy vaga, esa también es una razón.

Suerte se desarrollaba en Valencia, pero de manera voluntaria apenas dabas detalles ni de calles ni de lugares de la ciudad. En La memoria del alambre sí (aunque al mismo tiempo aparecen nombres de pueblos  inventados). ¿Por qué esta novela sí pedía esa identificación geográfica?

Supongo que porque la mayoría de esos lugares ha desparecido. Me sigue produciendo pudor hablar de sitios reales, tengo la sensación de que al escribirlos se convierten en ficticios, en lugares fantásticos: no hay manera de meter toda la piedra, el alcantarillado y las farolas en una hoja de papel. En este caso, todos los pueblos que recorre la protagonista en la actualidad, haciendo bolos, son inventados: Mirambel del Retiro, Casas del Campo Viejo, Villanueva del Arroyo. Preferí echar de imaginación antes que hacer un tour rural para documentarme. Sin embargo, los escenarios, los locales de la Valencia de finales de los años 80 son reales. Creo que eso define bien al personaje: está en un momento de su vida en que el escenario del presente le parece de pega, de cartón piedra, mientras que el de los recuerdos -si quieres traumáticos- del pasado, se le aparece con un plus de realidad.

En la novela la memoria tiene mucha importancia, casi tanta como sus personajes. ¿Qué es lo que te atraía de ella desde el punto de vista creativo?

Me flipa la memoria como hacedora de historias, como la mayor fabuladora que existe. No sé quién dijo que la imaginación es la memoria fermentada, estoy totalmente de acuerdo. Eso que llamamos realidad no es más que el montaje del director que se lleva a cabo a través de la memoria, que enlaza, que jerarquiza hechos, dándoles un significado. La memoria es creatividad pura, construye nuestra historia, nuestra identidad y de paso la realidad a nuestro alrededor. Sin memoria no somos nada.

El germen del que partió la novela era comprobar si a través de ella, y solo a través de ella, realizando las sumas, las restas, las operaciones matemáticas adecuadas con los recuerdos, somos capaces de resolver los enigma del pasado.

Más allá de lo que tenga de autobiográfica la novela o no, lo que sí está es condicionada por tus recuerdos de adolescencia, por los años que viviste, por cómo el ocio fue cambiando en Valencia, por una realidad concreta tuya,…

No me ha pasado nada de lo que cuento, y me ha pasado todo. Me encanta ese cóctel: meter anécdotas mías, otras inventadas, agitarlo y a ver qué sale. Creo tontamente que en esa intersección entre realidad y ficción aparece una fórmula de algo que se aproxima a la verdad.
Así que todo es cierto. Este libro es mi adolescencia.

La protagonista del libro dice «Vivimos en un mundo cada día más idiota en cuestiones musicales. Los productores ofrecen mierda en lugar de canciones, mierda hidrolizada, envasada al vacío, perfectamente empaquetada, pero mierda al fin y al cabo». ¿Harías tuyas esas palabras? ¿Las extenderías a más ámbitos de la cultura?

No sé si a otros ámbitos, pero desde luego sí a la música. Hoy se hacen cosas buenísimas, por supuesto, pero hay una tendencia evidente: la bajada de calidad en los productos de masas. Oímos mierda maqueada, mierda envuelta en marketing, pero mierda al fin y al cabo. Basta comparar las listas de los grandes éxitos de hace cuarenta, treinta, veinte años con las de ahora. En el libro se explica que no es una cuestión de nostalgia sino algo objetivo. Un estudio del CSIC analizó informáticamente más de medio millón de canciones desde 1955 hasta 2010 y llegó a la conclusión de que las canciones de hoy en día tienden a parecerse más entre ellas, son más homogéneas y con menos sonoridades que las de entonces, que las transiciones entre los grupos de notas no han dejado de disminuir y que se graban a un volumen más alto. En resumen: se dice menos pero más alto. Me refiero a la música comercial por supuesto, la que tiene que cantar en las verbenas de los pueblos mi protagonista.

¿Cómo se esquiva la nostalgia en una novela que va sobre unos años que ya quedan lejos y coinciden con los de tu juventud? ¿O no se esquiva e incluso puede ser buen material literario?

La nostalgia es la base de la literatura. La narración siempre se hace después, aunque sea un minuto después de la historia, y eso proyecta sobre ella un halo nostálgico muy apropiado literariamente. Otra cosa es ponerse llorón y quejica, claro, no haber superado ese solipsismo de evocar chorradas que solo le producen hondos sentimientos a uno pero no hacen avanzar la historia. En cualquier caso, el paso del tiempo, y solo el paso del tiempo ya construye por sí mismo formidables dramas.

¿Por qué optaste por esa opción narrativa de que la protagonista conteste un mail de la madre de su amiga? ¿Qué te proporcionaba narrativamente? ¿Barajaste otras opciones?

Me gusta el formato de carta imaginaria, de respuesta mental provocada por la irrupción de alguien del pasado, en este caso de la madre de Carla. Esto hace que la protagonista observe su vida con otros ojos, que ni son los de la madre, pero tampoco los suyos, que vea su propia vida con extrañamiento. Así suele funcionar nuestra cabeza, a menudo nos dirigimos imaginariamente a un interlocutor, que algunas veces es Dios y otras alguien más concreto. En este caso, me interesaba que le hablara a la madre, que le hablara de tú, como una forma de interpelar al lector. Y que además lo hiciera con resentimiento, con rencor, incomodándolo. Era una forma de mostrar la amargura, la rabia contra el mundo que siente mi personaje por aquello que sucedió. Aunque al final, descubrimos que contra quien va dirigido todo ese rencor es contra ella misma… Y no quiero hacer spoiler. Aunque tampoco creo demasiado en el spoiler, la verdad, que por algo crecí con las portadas del Tp “Chanquete muere el domingo”. En las historias siempre me interesa más el cómo que el qué.

En las dos novelas muestras predilección por antihéroes, personajes que parece que van a la deriva, y que en su mayoría no juzgan porque no quieren ser juzgados. ¿Qué te atrae de esos perfiles?

Me atrae la gente que tiene conflictos, que fabrica culpa dentro. Los puros, los seguros de sus convicciones, los que ya han llegado a un lugar inamovible desde el que se divisa todo con claridad me aburren. Quien no vaya la a deriva, que levante un remo.

Esos personajes que no juzgan tampoco son juzgados por ti y eso se acaba trasladando al lector, que una vez evita la tentación de hacerlo se sumerge en la novela. ¿Es intencionado? ¿Crees que es necesario que ocurra? ¿Que si el lector empieza a juzgar el comportamiento de los personajes va a perderse algo, va a leer otra novela, o con otra intensidad?

Juzgar es quedarse siempre a las puertas Creo que una de las ventajas de la literatura es entender desde dentro. Y eso vale para asesinos, psicópatas, violadores o eurodiputados. Me interesa mucho menos aleccionar moralmente o señalar culpables que comprender. Comprender a un pederasta en Lolita o a un feminicida en El túnel no nos alinea junto a ellos, nos proporciona sabiduría, ensancha nuestras fronteras mentales.

Por otra parte, no tengo ni idea de qué novela va a leer el lector. Creo que la literatura no se localiza en el libro, se da en ese momento en que alguien lee el libro, o en el momento en que alguien lo está escribiendo. Y es libre. Eso intangible que sucede, esa corriente que va del autor al papel o del papel al lector es para mí la literatura. En un libro cerrado no hay literatura, igual que en un cuadro no hay arte, por más Picasso que sea, si no hay unos ojos que lo observen.

En el libro hay cierto disfrute literario por tu parte recreando imágenes de hechos, digamos, no tangibles; descripciones muy visuales de lugares o sensaciones; pero sin buscar la poética gratuita, sino para ayudar a contextualizar y situar lo que ocurrió.

Me confieso culpable, sí. A ratos he disfrutado con la forma.

La novela combina dos velocidades narrativas en perfecta armonía. Una de ritmo más acelerado que corresponde a la época actual, mientras que la que recrea los años anteriores (curiosamente los vividos a toda velocidad), es más pausada.

La inocencia, el cariño con que mira el mundo de entonces y sobre todo a su amiga Carla dan un tono más pausado, un ritmo pacífico. El amor amansa. La soledad, la amargura crispan los nervios. Las canciones de Bisbal, de Baute, de Enrique Iglesias, eso también crispa los nervios.

¿Cuál es tu proyecto literario de futuro más inmediato?

Estoy escribiendo otra novela, Todos los síntomas, que va de una hipocondríaca que solo es capaz de leer la realidad en clave de enfermedad, toda manifestación del cuerpo la convierte en metáfora. La tengo bastante avanzada así que espero publicarla dentro de cinco años y que Verlanga me haga una entrevista para entonces, allá por el 2024. Será un placer.