Dice Max Aub en el prólogo de «Crímenes Ejemplares» (Libros del Zorro Rojo) que «no hay tantos crímenes como dicen, aunque sobran razones para cometerlos». La prosa de Max Aub es ingenio, es ritmo, es dominio absoluto del lenguaje. Es como un malabarismo de mazas (las palabras vivas) que trazan figuras exactas, en el aire, y siempre caen bien para volver a propulsarse.
Esta reedicion de «Crímenes Ejemplares» es un compendio de historias anónimas, breves o brevísimas, casi aforismos en el arte de matar, sobre aquellos que sobrepasaron los límites, y sí, lo hicieron. Pero no encontraremos intención moralizante o de juzgar («los años me han abierto a la comprensión» esgrime Aub). Las cuitas liberadas van acompañadas por los dibujos de otro genio del lenguaje (ilustrado): Liniers, que aborda en el libro un estilo muy alejado a su tira cómica Macanudo. Sus pinceladas se tornan existencialistas y violentas porque la ocasión lo exige, en dos tintas (roja y negra) que no podían ir más ad hoc, sangre y luto.
El ejercicio de caer en los impulsos, de dejarse llevar por los sentimientos cuando no reina la mediocridad, se convierte en un recital de disparos (y no se tome como metáfora). Max Aub recrea con ironía y humor negro, esa rienda suelta de los deseos de matar, cuando las ansias banales invaden el día a día hasta torcer el instante y entonces, zas. Una ligera bizquera, la verborrea que no cesa en el cine, roncar, las mala costumbre del palillo mondadientes, mirar el techo mientras se hace el amor… son motivos más que suficientes para que el crímen ejemplar haga acto de presencia.
Un día de furia literaria, que se lee sin dejar balas en el cargador. Una delicia de sangre, rastros mezquinos con capítulos extras sobre el suicidio, la gastronomía y los epitafios, como el del imbécil: «A todo dijo que sí». Un libro que es juego, y por tanto es evasión, y en el que no cabe la monotonía, porque esta sí que sería un gran crimen.