Estela Sanchis

Hasta aquí todo va bien, la primera novela autoficcional de Estela Sanchis, explora con crudeza y ambigüedad las relaciones violentas y la complejidad de los roles de género desde una mirada íntima y sincera.

Para la profesora e investigadora en literatura Martina Wagner-Egelhaaf los límites entre la vida y la escritura están difuminados como el blanco traslúcido de una representación pictórica de un fantasma. «El yo autoficcional es capturado en el hechizo espectral de su propia mirada; es decir, puede ser percibido porque dicha mirada lo constituye, aunque no se deja ver». La mirada y los fantasmas del pasado están presentísimos en Hasta aquí todo va bien, la primera novela de Estela Sanchis (València, 1988), un texto autoficcional editado por Candaya escrito desde la libérrima y legítima concepción de detentar la vida propia para hacer literatura.

Las relaciones turbias, violentas y de dependencia aguardan tras la paleta rosa de la portada. Hay carne y maldad. «No pretendo que sea retorcido —explica Sanchis—, ni epatar. No es una pretensión. Es hablar de una necesidad y una pulsión que tengo de forma natural. Quería ver si hay personas que se sienten igual o sienten esas emociones negativas y no las rechazan por el hecho de ser mujer. Tenemos un montón de ejemplos de literatura escrita por hombres, literatura violenta, desagradable, obscena, pero cuando la hace una mujer nos sorprende. Nos sorprende porque seguimos pensando que las mujeres son víctimas, que no tienen deseo, que no sienten violencia. No nos entra. En la narrativa de ficción escrita por hombres, en todos los thrillers, todos, la muerta es una mujer desnuda, sin nombre. Me apetecía también hablar de violencia, pero cuando no somos víctimas».

Cada personaje del texto tiene su abismo y su violencia, independientemente de su sexo. «Escribí un texto en el que los personajes masculinos parecen depredadores, pero en realidad no lo son del todo, y las mujeres parecen víctimas, pero al final tampoco lo son del todo y son un poco depredadoras. Ahí hay una ambigüedad que es la vida».

La protagonista de Hasta aquí todo va bien, una joven artista en crisis creativa que llega a una residencia artística en Hungría buscando no sabe bien qué respuestas, parte de cierta crisis en la vida real: el desasosiego que le producía a Sanchis la escritura de una tesis doctoral, texto científico que permea a lo largo de la novela en forma de notorias écfrasis y referencias artísticas. Esto, para la autora, es debido a que percibe que «hay una distancia entre el público general y el arte contemporáneo muy grande. Muchas veces cuando dices que eres artista o que eres investigadora artística, comisaria o lo que sea, la gente te mira con sospecha porque hay una desconexión. De alguna forma me apetecía explicar que el arte contemporáneo no está tan alejado. Lo único que necesitamos son claves de lectura».

La obra ajena —ora fotográfica, ora performativa— sirve para engarzar los saltos temporales entre el presente interno de la narración, la residencia y su elenco de personajes insufribles, y el pasado de la protagonista, Estela. La filóloga Ana Casas Janices en “Muertes del autor: reflexiones en torno a la autoficción paródica”, señala que «Desde sus orígenes, la teoría de la autoficción ha privilegiado la identidad onomástica entre Autor, Narrador y Personaje protagonista. Ya Doubrovsky, en su conocida respuesta al pacto autobiográfico de Philippe Lejeune, hacía coincidir estas tres instancias en su novela Fils: como se puede leer en la contracubierta, la suya era “una narración de acontecimientos estrictamente reales”, donde el narrador-protagonista y el autor llevaban el mismo nombre; aunque no se trataba de una autobiografía en sentido estricto, sino de una ‘autoficción’ porque los mecanismos retóricos empleados eran similares a los de una novela».

«Escribí un texto en el que los personajes masculinos parecen depredadores, pero en realidad no lo son del todo, y las mujeres parecen víctimas, pero al final tampoco lo son del todo y son un poco depredadoras. Ahí hay una ambigüedad que es la vida».

«Ha mencionado la palabra trabajo varias veces y yo he comenzado a clavarme las uñas en la palma de la mano. Cada vez en mayor la sensación de extrañeza ante esta casa y estos desconocidos frente a los que me siento obligada a fingir que soy algo más», leemos en uno de los párrafos que componen la novela, casi toda en forma de monólogo interior. La constante resignificación del yo para cumplir, en este caso, con aquello exigible a la personalidad artística domina parte de las violencias retratadas por Estela Sanchis. El papel de artista frente a otros con más premios, más propuestas arriesgadas, más proyectos; el papel de estudiante de arte y todo el pack de la juventud precaria pero formada; el papel de novia y esposa… todos los roles y sus perversidad sistémica aparecen en un artefacto sincero que para algunos lectores podría ser un sincericidio pero… ¿Hasta qué punto tiene sentido el debate de los límites de la verdad en la creación literaria?

«Si escribes de una forma honesta se tiene que traducir. Al final proyectaba ahí muchas emociones negativas. Mientras escribía lo pensaba. Luego me pareció casi una decisión política hablar con toda la naturalidad de lo que sentimos. También reflexionaba sobre que se notaba mogollón el privilegio: el personaje no tiene miedo porque siempre ha crecido en un entorno seguro, nunca nunca ha sufrido violencia, tiene una familia estable. Pero luego pensé, ¿que respeten tus derechos humanos es privilegio? ¿Soy una privilegiada porque no me hayan matado? Lamentablemente sí, aunque defiendo que cada una tiene que contar lo que necesite contar, siempre que no haga daño al otro».

Hasta aquí todo va bienHasta aquí todo va bien

Un personaje flota a lo largo de la novela, sin que intervenga en las escenas con mayor acción: Irina, la gemela («gemela de las de verdad») de Estela. «No podía escribir autoficción sin hacer referencia a mi hermana, porque no me concibo de forma igual». La historia de la protagonista es la historia de Irina hasta que la vida en paralelo toma una bifurcación. «No podía escribirme sin que mi hermana apareciese. Era rarísimo escribirme como persona individual». Con el resto de personajes, que habitan ambientes opresivos, Sanchis quería transmitir la imagen de que «son humanos frágiles, como lo somos todos, y tienen sus mierdas y sus inseguridades».

La adición de fotografías al libro es clave para entrar en el juego de tensiones, ecos y afinidades, que diría Borges. «Cuando escribes ficción y los personajes son horribles dices “Ah, bueno, pues una ficción más”. Pero cuando hay un componente de realidad se tiende a juzgar y ahí te tienes que posicionar. Si encima te enseña fotos, ya no tienes duda de que eso que ha pasado es verdad, porque todavía no está creemos que las imágenes son reales. Cuando me di cuenta de que podía ser juzgada, porque el personaje tiene muchas cosas negativas —la búsqueda de violencia, la deslealtad, la dependencia hacia los otros— dije “Pues si va a haber un juicio, vamos a hacer que este juicio funcione como mecanismo de la propia narrativa”».