«Entresuelo», de Daniel Gascón (Editorial Mondadori).
Las portadas de libros suelen tener, salvo algún caso concreto, menos protagonismo que las de los discos. El hecho de que su creación casi siempre esté desligada a la del autor de la historia juega en su contra. Pero no por ello habría que dejar de valorar el trabajo que se realiza. La editorial Rayo Verde ha tenido la feliz idea de incluir, en sus libros, una biografía del traductor de la obra. Podría cundir el ejemplo y que el responsable de la portada también fuera reconocido. La cubierta de «Entresuelo» de Daniel Gascón es sencilla: una silla desgastada ubicada en un piso antiguo. Define a la perfección lo que el lector se va a encontrar dentro. El escritor se muda al piso de sus abuelos y eso le sirve de excusa para rememorar sus recuerdos familiares a través de dicho domicilio. Pero hay una segunda lectura que todavía entronca más con lo que se encuentra en las páginas interiores. La silla vacía como invitación a sentarse y escuchar lo que el narrador va a contar. Sin importar que en ocasiones sea latente la sensación de estar espiando a unos desconocidos a través de una ventana. Al fin y al cabo, es la tercera parte imprescindible de todo proceso comunicativo, real o de ficción.
«Entresuelo» es la primera novela de Daniel Gascón, después de tres libros de relatos, aunque no deja de ser un compendio de pequeñas narraciones que comparten unos personajes y lugares comunes. Como esas reuniones familiares (de celebración o despedida) en las que se cuentan siempre los mismos sucesos y anécdotas, el escritor teje una especie de memorias a partir de la evocación personal. Salva con habilidad el riesgo de ahondar en un terreno en el que cada cual tiene sus propias historias, gracias a la fuerza de algunas de las aventuras retratadas, pero sobre todo por el estilo empleado.
Gascón opta por una escritura sencilla, depurada laboriosamente, evitando cualquier intoxicación literaria que despiste al lector. El escritor tiene a su favor la fabulosa galería de personajes que componen (o componían) su familia y sabe dosificarlos para que no se produzca una sobredosis. También es muy escrupuloso al respetar a esos protagonistas, y elude cualquier referente de su perfil que empuje a la historia por caminos oscuros. Todos tenemos una familia sí, pero a todos nos gusta buscar su reflejo en otras. Y «Entresuelo» es una magnífica invitación a ello.
Sentado en la silla de la portada, el lector absorberá el aroma de esas familias italianas que tan bien ha reflejado el cine, o las enseñanzas de Perac en sus libros, o ese menos es más tan propio de Rohmer, o el humor con denominación de origen azconiano. Todos tenemos (o hemos tenido) padres y abuelos. Algunos, incluso, hermanos, tíos y primos. Puede que cada uno acabe quedándose con los propios, aunque no los vuelva a recordar hasta que una festividad, o una desgracia, le junte con buena parte de su familia y se ponga en marcha el hit parade anecdotil. Daniel Gascón ha decidido compartir los suyos. Y hay que darle las gracias por ello.