Miqui Otero (Barcelona, 1980) es escritor, periodista y docente.

¿Somos los que leemos?

En absoluto. Eso querría decir que alguien que no lee es alguien que no es, una visión un poco clasista. De hecho, la escritura a veces se dedica a explorar las vidas de los invisibles. Pero es cierto que si no hubiera leído tanto, yo sería de otra forma. Alguien menos suspicaz y menos miedoso, sí, pero también alguien mucho menos disfrutón, empático, consciente de que no soy nada pero quiero disfrutar de todo.

Un libro de tu infancia:

Los Cuentos por teléfono, de Gianni Rodari, sin duda. Con sus personajes despitados que perdían todo, hasta la cabeza, como yo. Es un prodigio cómo supo articular una gramática de la fantasía para permitirnos entender por qué deberíamos crecer sin perder determinada imaginación loca y aniñada.

Un libro de tu adolescencia:

Rebeldes, de S. E. Hinton, en la preadolescencia: todos miramos los mismos atardeceres y todos nos mentimos pero no logramos engañarnos. Durante la adolescencia, surrealistas a lo loco, me acuerdo recitando poemas de Benjamin Péret, qué buena tunda me merecía. Y un par de semillas: El secreto de las fiestas, de Casavella, y Últimas tardes, de Marsé.

Un libro de tu juventud:

El espacio de entender, por fin, la gran novela del XIX. Te podría dar muchos ejemplos. Pero quizás la que más me impactó fue Las ilusiones perdidas, de Balzac. En esa época compraba todo de segunda mano, así que me acercaba a Dickens o Balzac al tiempo que lo hacía a Fante o a Vonnegut.

Un libro actual:

Quizás el libro que más me ha impactado durante las últimas semanas de lectura es Las malas, de Camila Sosa Villada. Llega a estudiar a la Córdoba argentina sin saber quién es, pero descubre una familia (“una manada”) de travestis en un parque. Con ellas aprende qué significa ser y estar en el mundo. No es un relato costumbrista ni sórdido ni sensacionalista, sino lleno de dureza, pero también de fantasía y de belleza.

Un libro de siempre:

Barry Lyndon, de W. M. Thackeray, donde caí rendido a los narradores mentirosos, que ficcionan su miseria para desafiarla, que no son muy de fiar. Es maravillosa. Y le tengo muchísimo cariño, también, al Lazarillo, que ya en el cole me hizo entender que los poderosos que son trileros no son pícaros, sino cretinos e indeseables. Pero que hay algo heroico en el pícaro, en cualquiera de sus manifestaciones.

Un libro por leer:

Millones, ni idea. Es que tengo libros por leer hasta de mis autores favoritos. Por ejemplo, una de mis novelas favoritas es Middlemarch, de George Eliot. Y no he leído todo de esta autora, pero es premeditado, quiero dosificarla. Lo mismo con Joseph Roth, me leo uno al año, quiero que me dure, ya que no tiene previsto regresar de la tumba para escribir más o amenizar la rentrée de un año próximo.

Un libro que no pudiste acabar de leer:

Dejar un libro al cabo de cinco páginas no cuenta, ¿no? Como no se considera ruptura amorosa irte de una primera cita, supongo. Tiene que ser algo que te guste, pero que no acabes, imagino, algo que me pasó con Gargantúa y Pantagruel.

Un libro que te gustaría haber escrito:

No sé, hay libros que me parecen prodigiosos, ya he dicho unos cuantos. Pero solo me interesa el que aún no he escrito y que en mi cabeza será la monda.

Un libro que te gustaría que existiera:

Un libro semimágico: al abrirlo, la persona en cuestión cambiaría de color de piel (azules, violetas, rojos, verdes) o, mejor aún, solventaría sus problemas o miedos durante toda su lectura. Sería un tocho, muy largo, para que el hechizo se alargara.

3 cosas que te gustan más que leer:

Contestar cuestionarios sobre mis hábitos lectores. Brindar en una mesa con mantel. Y, como decían en los programas de televisión cuando marcaban un número telefónico que no querían desvelar: “y dos números más”.