València necesitaba (y merecía) un libro como Noruega, de Rafa Lahuerta Yúfera, editado por Drassana. Una novela como la ciudad, brillante, inmensa, imperfecta, excesiva, placentera, caótica, sorprendente y repetitiva, luminosa y tenebrosa, acogedora y áspera, contemplativa e intensa, de barras infinitas y venas reventadas. Una historia contada a pie de calle en la que la ciudad es un personaje más, pero no el único. Porque, de hecho, si funciona como tal, es precisamente gracias al andamiaje literario que la sustenta. Lo contrario sería un simple inventario impersonal de calles, lugares y nombres, un ejercicio de notario más que de escritor, una guía fantasma. Y si algo tiene esta historia es vida, mucha vida.

Noruega nos cuenta, a lo largo de casi cuatrocientas páginas, la vida de Albert Sanchis Bermell. Es una novela de iniciación, sí, pero también de redención. Narrada con vigor y emoción, rumiada hasta sacarle brillo, más interesada en las raíces que en la nostalgia rancia, valiente en su estructura, impulsada por la imaginación y no por las formas, reiterativa en algunos pasajes, cierto, pero qué historia de amor no lo es así. Por las calles de Noruega pisan asfalto muchas voces, algunos guiños, homenajes y referencias librescas. Entrar, reconocer y quedarse cada cual con las que quiera forma parte del juego. Se escucha a Marsé o a Blasco Ibáñez, se roza al primer Landero (el afán de aquel es el don de este), se rescata a Raúl Nuñez…Son numerosas las menciones, pero, y aquí está el mérito, siempre siguiendo la corriente de la ficción que se nos cuenta.

No es la primera novela que cede protagonismo en sus páginas a València ni mucho menos (como se reconoce en la propia Noruega mencionando otros títulos), pero sí es un punto y aparte. La València de Noruega se ciñe a unos barrios concretos que pedían a gritos su relato y que lejos de dejar huérfanos a los que no aparecen abre la puerta a que otras voces cojan el testigo. Es una València vivencial, despojada de cualquier otro tipo de connotaciones, fruto de la experiencia y, sobre todo, de la observación, de la observación casi obsesiva me atrevería a decir. Y eso solo podía hacerlo alguien de la generación de Lahuerta, hijos de una formación compulsiva que no ponía fronteras a los estímulos (una minucia comparados con la actualidad, un mundo cuando se tiene hambre), militantes entusiastas de lo autodidacta, afiliados a la curiosidad sea esta de cariz intelectual o popular sin importar el idioma, defensores de una concepción de la cultura más allá de los diccionarios. No es individualismo, o sí, es compromiso con uno mismo.

Pero todo esto no puede hacernos olvidar que Noruega es una novela, una magnifica novela, una ficción, una historia inventada a partir de algunos materiales de la realidad que ni siquiera coquetean con la no ficción, es invención, imaginación. No creo que deba leerse como estandarte de nada. Hay que valorarla por cuestiones literarias. Vivimos tal sobredosis de segundas lecturas, subtextos, interpretaciones… que se nos está olvidando el placer de una buena lectura, el placer de la buena escritura. Noruega desborda en ese sentido, parece indomable en algunas páginas, y eso puede que sea lo más valenciano de todo. Lahuerta construye personajes que escapan de lo previsible como de sus propias vidas, tramas con tal poder de adicción que se les echa de menos cuando desaparecen, es un ciclón narrativo que lejos de regurgitar lo que escribe lo ha pulido y depurado con exquisito acierto.

Sobre las ocurrencias infantiles de si es un hype (¿de verdad, una novela de 372 páginas, escrita por un señor en la cincuentena que abandonó twitter cuando empezó a crecer la difusión, y en valenciano, es un hype?) o de si su «éxito» es fruto de una campaña de publicidad y marketing de su editorial (el desconocimiento de cómo funciona este sector produce llagas solo de leer ciertas insinuaciones) no vale la pena extenderse más allá de la mención. Lo que sí llama la atención es que ante los índices de lectura que lucimos por aquí (y más aún en valenciano), no se celebre más el «fenómeno Noruega» por el efecto arrastre que pudiera tener. Guste o no, se entre o no en su universo, Noruega es, además de una novela brillante, una excelente noticia.