“Dirty Jobs” fue un programa emitido por Discovery Channel (también, después, por Discovery Max) en el que durante ocho temporadas se mostraron los trabajos más desagradables de Estados Unidos. Cuesta creer que Mike Row, su presentador, nunca dedicara un capítulo a la profesión de cómico, teniendo en cuenta lo poco valorada que está. Alguien puede pensar que en aquel país respetan a la gente que se dedica a hacer reír, pero no hay que confundir cobrar un buen sueldo o tener un horario privilegiado (ese escaso porcentaje afortunado que lo tiene) con el prestigio. Reconocimiento reservado a los que hacen arte de verdad y no el payaso.
En España la situación es todavía más lamentable. El pasado mes de marzo la revista Mercurio dedicaba sus páginas principales al humor. Allí, los escritores Fernando Iwasaki y Antonio Orejudo lo defendían, pero para ello, argumentaban la capacidad crítica del mismo o el miedo que infunde al poder. Que está muy bien, pero es como si el humor por sí solo no fuera suficiente para ser tomado en serio. Sin necesidad de ninguna coartada adicional. La comedia siempre ha sido un género menor, cuando no menospreciado. Casi tiene que pedir perdón por existir. Revisen premios, aquí y allá, en unas disciplinas artísticas y otras, y les sobran dedos de la mano para contar los que han tenido la risa como principal motor.
Por todo ello es de agradecer la labor silenciosa, pero continuada, de algunas editoriales por publicar libros en los que el humor tiene un merecido protagonismo. Recuperan textos olvidados, dan oportunidad a otros actuales o nos regalan la posibilidad de descubrir historias inéditas en castellano. Erasmus o Ardicia son algunas de ellas. La primera ha publicado “Los viajes de Gullible” de Ring Lardner y la segunda “El general Ople y Lady Camper” de George Meredith. Dos obras que tienen sobredosis de aquello que argüían Iwasaki y Orejudo, pero que ofrecen sus mejores momentos cuando desarrollan, simplemente, el abc de la comedia: conflictos, exageraciones, obstáculos,…
Ring Lardner alternó su trabajo como periodista deportivo con el de escritor. De hecho, su primera obra en prosa publicada, “Tú me conoces, Al” (1916), combinaba ambas disciplinas. Un año después vio la luz “Los viajes de Gullible”, cinco historias cortas, publicadas originalmente en The Saturday Evening Post, en las que radiografiaba, con agudeza, a la alta sociedad norteamericana y el postureo de ciertos artistas bohemios. Con unos diálogos brillantes; ciertas réplicas que hubiera firmado el Groucho Marx más gamberro y menos surrealista; y algunos fragmentos (especialmente del último de los relatos “Tres sin, doblado”) delirantes; el libro es una lección magistral de cómo hay que administrar los tiempos y mantener el ritmo en una comedia, además de un manual sobre el sarcasmo realmente divertido.
Amigo de Scott Fitzgerald y Dorothy Parker y admirado por Ernest Hemingway que llegó a firmar algunas de sus primeras colaboraciones como Ring Lardner Jr, falleció a los 48 años como consecuencia de una tuberculosis. Una vida corta, pero que supo aprovechar y disfrutar de manera totalmente opuesta a la gente que caricaturizaba en sus libros. Nunca escribió una novela y algunas malas lenguas afirmaban que era porque le era imposible estar sereno y concentrado durante el tiempo necesario. Tampoco le hizo falta. Sus cuentos han permanecido frescos durante casi un siglo. Ojalá Erasmus siga editando el resto de su obra.
George Meredith tiene varias cosas en común con Ring Lardner. Ambos vivieron en el seno de familias acomodadas, ejercieron de periodistas y disfrutaban ridiculizando a las clases pudientas. En el caso de Meredith, la sociedad victoriana y sus absurdos convencionalismos eran su principal objetivo. En “El general Ople y Lady Camper” (1877) relata el encuentro entre un militar retirado y su vecina y como esta relación se va descomponiendo a raíz de que el primero se niega a acceder a las pretensiones económicas de ella. Con fina ironía traza un retrato punzante de la hipocresía que rodea estos ambientes mencionados, al tiempo que apuesta por una visión muy moderna de la mujer, sobre todo para los tiempos en que fue escrita.
“El general Ople y Lady Camper” es, además, un ejemplo de lo que debe ser el oficio de editor. Y en Ardicia saben de ello. No solo importa escoger un buen texto, sino que hay que cuidar otros detalles que acaban transformando el volumen en algo más. La preciosa portada del ilustrador japonés Akira Kusaka, la impecable traducción de Pepa Linares o el interesante posfacio incorporado de Virginia Woolf (quien por cierto, admiraba la obra de Lardner) no mejoran la divertida historia de Meredith, pero si convierten un buen libro en otro, todavía, mejor.