Recuperamos esta entrevista a Lolo Rico (fallecida este fin de semana) que nuestro editor, Rafa Rodríguez, le realizó hace diez años para el blog que por entonces escribía, a raíz de la publicación de su libro de memorias, ¿Cómo es posible que el tiempo pase tan deprisa y yo no me de cuenta? (Plaza & Janés).
Lo más cómodo de hablar de Lolo Rico es que no hay que presentarla. Todo el mundo sabe quién es y a qué dedicó su tiempo. Ahora, además, es posible conocerla más a fondo. Plaza & Janés ha editado ¿Cómo es posible que el tiempo pase tan deprisa y yo no me de cuenta?, unas memorias, sinceras y duras, en las que la creadora de La bola de cristal relata cómo sufrió los años grises de la postguerra; un matrimonio infernal; su discriminación (laboral y social) por ser mujer; traiciones y puñaladas; y, también, como apuró cada momento de felicidad que le tocó vivir.
Unas memorias, francamente, duras.
También hay momentos en los que hay humor, pero es cierto, es un libro duro. Es verdad que la imagen que doy de mí, a través de las memorias es más seria, diferente de aquella mujer que salía con un patito por la tele, con su pelo de tres colores, y en aquel momento en que todo era muy lúdico.
Sin embargo, a pesar de esa dureza, hay detalles que reivindican tus ganas de salir siempre hacia adelante, como una frase de una carta que te envía Ernesto Sábato, «Tendrán que llevarme a la muerte con el auxilio de la fuerza pública», que tú la conviertes en tu filosofía de vida.
Siempre he sido muy luchadora. No sé si eso es una virtud, pero sí es una ventaja, porque te enfrentas a las cosas con más valentía, pensando que puedes con todo y que todo saldrá bien.
No sé si por querer dar una visión global de tu vida, prescindes de cualquier referencia temporal. Nunca mencionas fechas, años, … ¿Fue intencionado?
Sí. Yo no quería hacer una historia cronológica que pudiera cansar al lector o a mí misma al escribir. Lo que pretendía es que aquellos años tan importantes de mi vida aparecieran retratados a través de los momentos que yo seleccionara.
¿Cómo surge la idea de escribir estas memorias?
En el 2004, el editor me sugirió que podía escribir unas memorias. Yo había conocido a mucha gente y podían resultar muy interesantes. Así que tomé la decisión de hacerlas. Firmé un contrato por el que me comprometía a entregarlas en el 2005, pero nunca encontraba el momento de ponerme a escribirlas. Fueron unos años muy malos en mi vida. Pasado el tiempo, me vine a vivir a San Sebastián, donde el ritmo de vida es más tranquilo que en Madrid y vi que era el momento ideal para retomar el proyecto.
¿Seguiste algún método de trabajo?
Empecé a trabajarlas en mente. Sin ponerme esquemas. Tomaba algunas notas. Lo pasé muy mal porque todo revivía, y no sabía si iba a tener fuerzas para escribirlas. Finalmente las dicté. Y la única metodología que utilicé fue reflejar todos aquellos hechos que a mí me parecían esenciales y sin los cuales no se iba a entender mi vida, mi historia.
¿Supuso una liberación escribirlas?
Totalmente. Me alivió mucho. Creo que fue como una terapia para mí. Cuando las terminé y llegó el momento de publicarlas, me horrorizaba pensar que estarían expuestas en el escaparate de una librería o en unas manos ajenas. No me apetecía que las leyera nadie. Y ahí me tuvieron que forzar la editorial y algunos amigos, y por fin, las publiqué. Y estoy muy contenta de haberlo hecho.
Ese esfuerzo por redactarlas, ¿tiene algo que ver con la sinceridad que transmiten?. Algunos pasajes de tu matrimonio o las críticas hacia Miguel Delibes o Rosa Montero, con nombres y apellidos, cosa que no se estila mucho en este tipo de libro, descarta que practicaras cualquier tipo de autocensura.
Las escribí sintiéndome libre y queriendo ser libre. Me pareció que tenía que contar las cosas y más que hablar de autocensura, yo diría que hubo, por mi parte, una elección de lo que tenía que contar. No he contado mi vida íntegramente, pero sí lo más fundamental. Y respecto a la sinceridad, pensé que o contaba las cosas cómo habían sido o no las contaba. No valía la pena engañarme a mi misma ni engañar a los lectores.
Esa sinceridad te lleva a relatar escenas de tu matrimonio que llegan a resultar escalofriantes. ¿No pensaste, ni siquiera en ese momento, por tus hijos, censurarte?
Pensando en mis hijos hay muchas cosas que no he contado. Y pensando en los demás también. Yo he procurado hablar de otros, pero en lo que han tenido que ver conmigo. No contar cosas que yo supiera de ellos y que podrían resultar llamativas para el lector y que pudieran ayudar a la venta del libro. Quería hacer un libro muy honesto y no perjudicar a nadie. Lo que cuento de Delibes (el escritor era primo de su suegro y rompió cualquier tipo de relación con Lolo Rico cuando ella decidió separarse de su marido y quedarse con los siete hijos que tenían) es que marca con mucha claridad las cosas en aquel momento. Hasta los intelectuales de gran valía como es Miguel, se dejaban llevar por un entorno conservador y convencional, sin haber preguntado siquiera. Y así funcionaba la sociedad de entonces, cuando una mujer quería tomar una decisión por ella misma.
Una de las decisiones que tomas, durante tu matrimonio y con la oposición de tu marido, es trabajar. Casualmente tu casa está situada enfrente de los estudios del Paseo de la Habana de TVE y así empieza una relación laboral que se prolongó muchos años.
Hoy puede parecer absurdo, e incluso ridículo que la proximidad del lugar de trabajo fuera determinante, pero la curiosidad por aquel medio, que yo tenía en el patio de enfrente de mi casa, me animó a enviar mis colaboraciones y así empezó todo.
Sin embargo tu relación con los medios de comunicación se inició muchos antes, cuando con veinte años fuiste portada de algunas revistas.
Hace poco mi hermana me preguntaba por qué no había hablado más de ello en el libro. Pero es que me pareció que tenía poca importancia. No me marcó para nada. Yo nunca fui consciente de que era guapa. Lo he sido ahora viendo fotos de entonces. Sí recuerdo una foto de la revista Semana que me encantaría encontrar, pero imagino que será imposible.
Hablando de cosas imposibles, durante todo el libro se nota cierta desilusión por no haber sido directora de cine.
Me hubiera encantado. Creo que hubiera sido capaz de hacer algo y hacerlo bien. Porque si hay algo que sé hacer y que creo que lo hago bien, es el trabajo con la imagen. Me hubiera gustado hacer, al menos, una película. Era mi sueño. Pero si no lo he intentado antes, ahora ya… Tampoco tuve nunca ninguna propuesta. Nadie me dio esa oportunidad. Es una de mis asignaturas pendientes, pero ya suspendida porque se me ha pasado el tiempo.
Sí que te prodigaste en el mundo literario, tanto como escritora como editora (Bruguera). En el libro hablas y trazas, involuntariamente, retratos de García Márquez, Rosa Chacel, Carlos Barral,… Pero hay otras figuras sobre las que pasas de puntillas como es el caso de Gloria Fuertes.
La verdad es que tenía que haber hablado más de ella porque tuvimos una relación muy muy cordial. A mí me gustaba dar fiestas en casa, traer a amigos, … no hice muchas fiestas, pero sí hice cuatro o cinco importantes. En una de ellas, alguien trajo a Gloria Fuertes. Recuerdo que me leyó la mano. Es algo que no sé si la gente sabe, que a Gloria le gustaba mucho leer las manos. No recuerdo lo que me dijo, pero era tan bondadosa y amable, que seguro que me leyó algo bueno.
Nos veíamos con frecuencia, en su casa o en la mía, con más amigos. Trabajó en La cometa blanca conmigo y creo que alguna vez fue a La bola de cristal. Gloria era muy particular y muy peculiar. Le tomé mucho afecto. No me gustaban sus poemas infantiles, no me entusiasmaban. No es que me parecieran malos, pero no entusiasmaban. Pero, sin embargo, sus poemas de adultos eran realmente buenos.
También hablas poco en el libro de La cometa blanca.
Fue un ensayo para La bola de cristal. Yo no creé La cometa blanca. Me llamaron cuando llevaban varios meses y no estaban contentos con el resultado. Me dieron la oportunidad de hacerla a mi manera. Yo llevaba un tiempo pensando que no me convencían los programas infantiles, trataban a los niños de una manera que no me gustaba. Eran aburridos. Quise probar mis ideas y mis teorías y resultó ser un ensayo para La bola de cristal.
La cometa blanca marca el prólogo de La bola de cristal y un sketch sobre los colegios privados supone su epílogo. Resulta curioso que cancelen el programa por un gag, supuestamente atrevido, y lo siguiente que te ofrezcan sea la versión española de los Spitting Images, que era un programa muy irreverente.
Yo creo que no sabían ni lo que era. Nos lo ofrecen por salir del apuro de acabar con La bola de cristal y aceptamos, pero no nos da tiempo a hacer más que los muñecos y una prueba de sonido en la que salía Rocío Jurado cantando una canción. Nos lo censuran sin que supiéramos el porqué y sale entonces Luis Solana (entonces director general de RTVE) y dice en el Congreso: «Si supieran sus señorías las cosas que había hecho Lolo Rico en el programa sobre los líderes políticos y espirituales…». Y eso fue portada en algún periódico. Y ni siquiera habíamos hecho el programa. Yo creo que se equivocó y vio un capítulo que se emitió aquí de la serie inglesa original y tuvieron miedo de no poderlo controlar todo.
Esa paradoja de requerir tus servicios para un trabajo concreto y luego obstaculizar tu labor, se repite después con otros directores como Ramón Colom (durante el mandato del PSOE) y Martínez Durbán (cuando gobernaba el PP).
Sí, pero la realidad es que hubo una gran diferencia entre Colom y Durbán. Durbán nunca me censuró. Me encargó una cosa (tres documentales sobre personajes de ficción, el primero de ellos la protagonista de Historia de una maestra de Josefina Aldecoa) y luego se sorprendió de que fuera tan de izquierdas. Es cierto que hubiera bastado que se hubiera leído el libro porque no hicimos nada que no se reflejara en el libro de Josefina Aldecoa. Pero siempre actuó con caballerosidad, con cordialidad, fue todo lo contrario que Ramón Colom. Con él fue todo negativo. No comprendo por qué y tampoco me he parado a intentar entenderlo porque no me interesa. Me nombró para llevar los programas infantiles y juveniles, un poco cubriéndose las espaldas. Si salía bien y yo sacaba otra Bola de cristal estupendo. Si no salía nada, se cubría las espaldas porque había elegido, se suponía, a la gente mejor preparada. Pero el problema fue que no me dejaron hacer nada.
Tu caso es excepcional. No existe otro profesional que no estuviera delante de la pantalla y cuyo nombre todos reconozcan. No es muy habitual que los espectadores sepan el nombre del director de un programa.
Es muy sorprendente. No creía que yo, personalmente, hubiera dejado tan buen recuerdo. Se hizo en Sevilla un seminario monográfico sobre La bola de cristal y cuando entré en la sala de la Universidad de Sevilla y me encontré a un grupo de jóvenes cantando la canción de La bola de cristal y gritando «¡Lolo Rico, Lolo Rico!», creía que estaba soñando. No entendía que yo pudiera generar eso. Hoy en día me sigue asombrando cuando alguien me reconoce por la calle. Me asombra y me gratifica. Y me intimida. Me siento muy tímida, porque creo que no me lo merezco y me piden algo que no les voy a poder dar. Me siento muy responsable, pero no de cara al pasado, sino de cara al futuro. Lo que puedo escribir, lo que puedo hacer… que no les decepcione.