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«El sí de los perros» Juan Vilá (Piel de Zapa)

«Qué hija de puta la novia». Así de contundente empieza la segunda novela («m» fue la anterior) del madrileño Juan Vilá, una especie de puñetazo lírico al esófago del club de fans de la metáfora y el adorno pueril. Estamos en septiembre del 2010, en plena resaca del Mundial de fútbol de Sudáfrica que ganó España. El Gobierno habla de brotes verdes y en un chalet se está celebrando una boda. La novia es la de la primera frase y el novio un antiguo compañero de colegio del protagonista. Los invitados, un fiel reflejo de esa clase alta que bienvive gracias a las empresas y herencias familiares y que se cree inmune a los malos tiempos. Una cerveza, otra, recuerdos que afloran, una rubia, un vómito y …

La prosa de Vilá se asemeja al juego de aquella generación de baloncestistas yugoslavos que coincidieron hace ya alguna década. Un pestañeo y la pelota había viajado de la línea de fondo a la canasta sin que se despeinara nadie. Aquí no hay base, ni aleros ni pivots, pero sí un grupo de sustantivos y adjetivos que se suceden a un ritmo vertiginoso arrasando con todo lo que se encuentran a su paso. No hay tiempo para respirar. Las frases, además, parecen cargadas de gasolina en lugar de palabras. El escritor maneja con pericia un coctel molotov compuesto de odio, retranca y decepción. Como si Travis Bickle en lugar de perder el tiempo mirándose al espejo, se sentara con una cafetera de cinco litros a escribir todo lo que se le pasa por la cabeza al mirar a su alrededor.

Pero tendría delito que las formas acabaran ocultando el fondo, como suele ocurrir en el dogma de vida de esos pijos a los que disecciona. Vilá no sólo traza estupendos perfiles humanos (si bien es cierto que todos pertenecientes a un mismo espectro ideológico), sino que escupe literatura. Su narración (especialmente en la primera parte del libro) es como uno de esos pañuelos que los magos se sacan de la chistera y que parecen interminables, pero en este caso lo que provoca la adicción no es la gama de colores de los mismos, sino la cantidad de historias, detalles y reflexiones que es capaz de encadenar, mientras el hilo conductor sigue indemne. El escritor se permite el lujo de jugar (ensambla con tremenda destreza personajes y marcas actuales sin que desentone en el conjunto), de divertirse artísticamente y vira el discurrir de la novela, adentrándose en una suerte de flashback futuro en el que los ecos de la guerra civil se mezclan con los de un hipotético presente en el que son ajusticiados todos los responsables de la crisis actual.

¿Puede hablarse de una ficción política? Tal vez sería muy reduccionista e, incluso, «El sí de los perros» acabaría saliendo algo mal parado. Porque, aunque es cierto y despreciable todo lo que se critica, hay momentos en que acaba pecando de redundante. El autor doma cualquier impulso por caer en el panfletismo (la línea es traspasada en algún momento, sin embargo), pero nada de lo que denuncia supone novedad alguna, y eso acaba repercutiendo en la sensación final si nos atenemos a ese aspecto. Pero el literario pasa por encima de todo ello y con el apoyo imprescindible del humor y un ritmo vibrante, acaba conformando una novela que hay que leer sí o sí. Y que esperemos sea la segunda de muchas por venir.