Héctor Gómez. Foto: Virginia Zanón.

Mi nombre es Héctor Gómez, nací en València en 1982 en el seno de una familia llena de amor, pero donde el valencià nunca cruzó las puertas de la casa familiar. Ahora, con 40 años he montado Arribada Llibres, una librería que pretende ser (ojalá nunca deje de serlo) antifascista, feminista y en valencià, por una cuestión de decisión política consciente. 

Para mí, tener una librería es una especie de sueño cumplido, siempre postergado por una simple cuestión económica y de clase. Pero ahora el dinero no es un problema, porque gané unas cuantas decenas de miles de euros en un concurso de Antena 3 que ya nadie recuerda, y en lugar de pagarme la hipoteca decidí asumir el riesgo. Y aquí estoy, muy consciente de dónde vengo y de la excepcionalidad de mi situación, que en ningún caso es aplicable a nadie más. Pero muy feliz por hacer lo que quiero, diría que por vez primera en mi vida. Y muy feliz también por la acogida que la librería ha tenido en las primeras semanas, y por el buen feedback de distribuidores, editoriales y compañeros y compañeras libreras, que es lo que más aprecio. Unas buenas palabras de La Primera, de Bangarang, de Ramón Llull o de La Repartidora son un bálsamo en estos primeros momentos de incertidumbre.

Así que todavía sigo aprendiendo, pero también creciendo y soñando con que Arribada no solo sea un comercio donde se venden libros, sino un punto de encuentro, de intercambio y de conocimiento. Y especialmente un lugar seguro y cómodo donde sentirse a gusto en los días duros. Porque vendrán, seguro, y habrá que estar preparados.

¿Somos los que leemos? 

Puede ser, pero también diría que afirmar tal cosa es una manera de limitarse. La lectura, o al menos como yo la entiendo, es en cierto modo un desafío, una puerta que no sabes muy bien adonde te lleva, y tras la que puede haber un descubrimiento feliz o el tedio más absoluto. Yo concibo la lectura desde la libertad de asomarse a cualquier paisaje, no únicamente jugar sobre seguro. Y también creo que somos también aquello que no hemos leído nunca, sea porque lo hemos descartado conscientemente o porque nunca lo hemos conocido. Un libro es siempre una posibilidad, y la vida una sucesión de posibilidades que no se concretan jamás.

Un libro de tu infancia:

La infancia es para mí un tiempo de lectura. Seguramente, por mucho que me pese, el momento de mayor lectura de mi vida. Un tiempo sin responsabilidades, sin problemas importantes, con un horizonte despejado para leer y leer. Y en ese tiempo me viene el recuerdo de la merienda, del tazón de cereales que rellenaba una y otra vez para hacerlo coincidir con la lectura de un tebeo de Mortadelo y Filemón, o unas tiras de Mafalda. Y el recuerdo de una risa inocente y pura y de una promesa, no siempre cumplida, de felicidad al pasar cada página.

Un libro de tu adolescencia:

Para mí, leer 1984, de George Orwell, fue como correr las cortinas y dejar que entre la luz a mi vida. Un primer párrafo que te mete de golpe en un mundo distópico, lejano pero extrañamente familiar. Y un relato que intenta llevarte por el camino de la esperanza hasta darte una bofetada final que te deja en la lona. Nunca olvidaré la frase final de ese libro, y el desasosiego que me provocó, aún sin saber entonces a qué remitía todo lo que se contaba en la novela de Orwell. Pero he vuelto a ese libro muchas veces y me sigue fascinando su vigencia.

Un libro de tu juventud:

Fui uno de tantos que se dejaron seducir por El guardián entre el centeno, por la mística de la huidiza vida de su autor, por el carisma de su protagonista, ese Holden Caulfield rebelde, pasota y ajeno a cualquier dictado social. Ahora, Holden seguramente se definiría como «librepensador» y no sé por qué me lo imagino antivacunas y hablando de «plandemia». Pero si alguien no ha detectado unas señales a tiempo, que tire la primera piedra.

Un libro actual:

Este año, el libro que sin duda más me ha conmovido es Lo que hay, de Sara Torres. Un libro escrito desde la honestidad con los propios sentimientos y con el propio deseo. Un libro que habla de la pérdida en su sentido más amplio, de una madre, de un amor, pero también lleno de luz. Y una llamada a (re)construir desde el vacío y desde la vulnerabilidad. Y de querernos mejor, qué demonios.

Un libro de siempre:

Nunca me canso de releer y de recomendar Matadero cinco, o cualquier cosa de Kurt Vonnegut. Recuerdo la sensación extraña al descubrir ese libro, por cómo cartografía el horror más absoluto, un soldado adolescente que vive el peor episodio de la Segunda Guerra Mundial, pero lo camufla bajo cuarenta capas de ironía, de cinismo mordaz y de ciencia-ficción de serie B. Un libro, en definitiva, mucho más complejo de lo que parece.

Un libro por leer:

Tengo muchas ganas de hincarle el diente a Los Miralles, la primera novela de Kike Cherta que publica Navona. Solo con la premisa estoy dentrísimo: una familia valenciana que durante generaciones que se remontan a tiempos inmemoriales dedica su vida a vigilar y proteger un manzano que están seguros que el Árbol del Bien y el Mal que se menciona en el Génesis. ¿De verdad hace falta más?

Un libro que no pudiste acabar de leer:

Para escarnio de mi posible reputación como librero, nunca he podido con el Ulisses, de James Joyce. Si bien es cierto que, en mi defensa, diré que mi primer intento fue en mi juventud temprana a través de una edición en inglés que mis padres trajeron de un viaje a Irlanda. Apenas aguanté tres páginas, y nunca lo he vuelto a intentar. Sorry, Leopold.

Un libro que te gustaría haber escrito:

Lo confieso. Siempre he querido escribir como David Foster Wallace, con esa mezcla genial de erudición e ironía, esa capacidad de observar la realidad y extraer su esencia más pura para convertirla en un divertidísimo desfile del absurdo. Algunos de sus libros son una prueba no apta para todos los estómagos (ay, La broma infinita), pero otros, especialmente Hablemos de langostas y Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer son hilarantes de principio a fin. O profundamente humanos, que viene a ser lo mismo.

Un libro que te gustaría que existiera:

Siempre fantaseo con cómo sería reinventar obras clásicas pero escritas por otras personas, especialmente por mujeres. ¿Cómo sería Cien años de soledad si lo hubiera escrito Irene Solà? ¿La montaña mágica firmada por Annie Ernaux? ¿Y si Virginie Despentes hubiera escrito toda la obra de Bukowski? Y oye, puestos a ser egocéntricos, ojalá mi vida contada en diarios por Rafael Chirbes.

Tres cosas que te gustan más que leer:

Esta es difícil, porque la lectura es un acto tan generoso, que te da tanto a cambio de prácticamente nada, que casi no se me ocurre nada mejor. Así diré estas tres cosas: leer acurrucado bajo una manta mientras llueve afuera, leer en voz alta en pareja (leer y que te lean, no puedo imaginar nada más sexy) y, por último, las croquetas de cocido de mi abuela, qué demonios, eso sí que es mejor que leer y mejor que cualquier cosa.