Hay revistas que trascienden lo que habitualmente consideramos como tales. No por una cuestión de diseño o envoltorio, sino por sus contenidos y, sobre todo, por la labor de edición que tienen detrás. Son publicaciones que, compartiendo arte en sus páginas, acaban convirtiéndose ellas mismas en objeto del mismo. Tunica Magazine es una de ellas. En la sala de máquinas está José C. García, que cambió su San Sebastián natal por el neoyorquino barrio de Brooklyn, sede de este proyecto colorista que funciona como galería de artistas. Porque eso es lo que prima en Tunica. Miradas. Miradas personales de unos cuantos creativos que, lejos de ser una suma sin más de nombres y apellidos o un escaparate desordenado, mantienen una coherencia colectiva.
Es de agradecer que en tiempos en los que se repiten nombres (en los festivales de música, en los programas de televisión, en las revistas generalistas,…) Tunica apueste por descubrir, por compartir trabajos de firmas que aún no han alcanzado el reconocimiento masivo, pero que poca falta les hace. Y para ello opta por el respeto máximo, por la complicidad que se suele establecer cuando se visita un museo o una galería, en los que la relación con las obras es directo. En su número cuatro consiguen la fórmula perfecta. Imágenes por un lado y textos por otro. Primero llega la tormenta de estímulos y después las explicaciones o matizaciones para el que lo necesite o quiera ampliar información sobre lo visto.
La monotonía y la ausencia de capacidad de sorpresa son dos de los peligros a los que se enfrenta una revista con esta filosofía. En Tunica driblan con habilidad ambos. La receta es sencilla. Cada número cuenta con diferentes directores de arte y editores invitados. En el número más reciente Julia (con sede en el Reino Unido) toma el relevo de Folch Studio. Con ello, no solo multiplican los puntos de vista de la publicación, sino que amplian de manera considerable (y con criterio) la nómina de participantes. Resulta muy estimulante comprobar como publicaciones gestionadas por españoles están consiguiendo repercusión a nivel mundial. Siempre desde el mimo máximo, el trabajo continuo y la negativa a considerar sus páginas un simple contenedor hambriento.
Aunque por lo explicado, cada número de Tunica es una historia propia, hay un nexo común a todos los editados hasta ahora. En la selección de los artistas no priman aspectos estéticos o esa manía archisobada de buscar lo epatante de manera gratuita. Se apuesta por trabajos con recorrido y como se apuntaba al principio del artículo, por miradas. En su cuarta entrega (la última hasta la fecha) hay un protagonismo palpable del retrato, en el sentido más amplio del mismo, con fotografías muy sugerentes de Michael Larkey, Nancy Linn, The Artist o el propio José C. García. Además, el grueso del número lo ocupa una selección de imágenes ante las que resulta imposible permanecer impasible. La filiación geométrica de Barbara Kasten, los coloritas mundos de Globo Digital, el cartelismo lisérgico de Nejc Prah o el pop del futuro de Tim Colmant son algunos de los ejemplos. Y aquí viene la sorpresa, y el cierre del círculo perfecto, cuando se descubre que los autores de esta segunda parte de la revista son los retratados en la primera. Algo que puede parecer sencillo, pero que solo tiene un nombre: un buen trabajo de edición. Podéis haceros con Tunica Magazine en cualquiera de las dos librerías Dadá.
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