No sé si Punset lo habrá explicado en el programa ese en el que practica inglés con sus invitados, pero alguna relación absurda debe haber entre acumular información sin orden ni criterio y nuestra manera de actuar. Estoy seguro que lo primero acaba influyendo en lo segundo. Así saber que Libros del KO ha editado «La banda que escribía torcido. Una historia del nuevo periodismo» de Marc Weingarten, seguramente, me empujó a pasar el día en la Fira del Llibre cual Tom Wolfe de la terreta.
Los días de fiesta sólo salimos a la calle temprano los que tenemos perro. Es como un 1 de enero descafeinado. No llega a ser un single a 33 rpm, pero la calma y la quietud están presentes, salvo por la interrupción de algún inesperado ladrido. Cumplidas las obligaciones familiares, me aseguro de llevar el bonobus en el bolsillo y salgo rumbo a mi aventura con el inicio de lo que puede convertirse en un ataque de hambre feroz. El kioskero en manga corta (con el que intercambio bromas sobre la no-remontada del Real Madrid del día anterior); un joven que ríe mientras mira y remira una tarjeta sobre algun sitio de chicas de contacto; y un par de carteles de Se Alquila en sendos locales que algún día fueron algo; me acompañan hasta la parada del 89. La cosa no mejora dentro. Uno de esos cantantes que quisiera ser italiano, y se desgarra las cuerdas vocales en el intento, suena en ese momento. No es Sergio Dalma. Tal vez sea Nek, pienso mientras abro el periódico local que me he comprado.
Bajo y camino por Jaume Roig buscando algún sitio donde almorzar. Paso por segunda vez en mi vida por Batxiller. Nada. Es un barrio silencioso, pero no como el del paseo perruno. Este es más rollo señorial. Es una zona, dijéramos, residencial. Como la calle Salamanca en Madrid. O Chelsea en Londres. Bueno, no, como Chelsea no. Encuentro un bar en Micer Mascó. Un chino detrás de la barra. Paquetes de valencianas encima de la barra. Sigo mi búsqueda. El hambre me acompaña. Paramos en la Plaza de Polo de Bernabé (dedicada a un teniente alcalde de Valencia, del siglo XIX, algo izquierdoso, que incorporó el uso de los superfosfatos y abonos minerales para el abonado, según cuenta la wikipedia). Bar Julivert Meu. Es lo que hay. Lo tomo o lo tomo. Bocadillo Almussafes con sobredosis de cebolla y Coca-Cola. Leo el periódico local. Es el Levante. 1 página a la Fira del Llibre y 4 al relevo en la corona holandesa. ¡Viva la cultura!
Hace un día soleado y eso para la Fira del Llibre es casi un milagro, después de una semana de intensas lluvias. Parece que Elías Taño, diseñador del cartel de este año, ya lo sabía. Son las 11’05 y ya estoy en Viveros. El panel en el que se anuncian las firmas del día da la bienvenida al público. Las casetas están abiertas y el panel está vacío. Bien empezamos. «Ayer vendimos 3 libros en toda la tarde» oigo a una librera. La cantidad de gente que está llegando augura unas mejores cifras. Los más madrugadores llenan el stand de Bromera. El de Nueva Acrópolis estará vacío casi todo el día.
La Fira, además de para comprar libros, también sirve para dejar un rato las redes sociales y hablar con gente de verdad, con carne y huesos. Veo a amigos del colegio, de la Universidad y de antiguos trabajos. Me presento a Xavier Aliaga (brevemente porque enseguida aparece alguien que quiere saludarle e inmediatamente después hay una segunda persona esperando a que el primero termine); saludo al incombustible Rafa Arnal que me ofrece una bota de vino; y hablo de las penurias del periodismo con Eduardo Guillot. Cada vez hay más gente. Los carritos de niños me hacen escrache y hay paradas a las que no puedo ni acercarme como la de la Librería La Traca. Suena La Buena Vida en el hilo musical. Los fans del escritor, de novela juvenil, Blue Jeans empiezan a hacer una cola que no decaerá ni hasta última hora de la tarde. Siempre que le veo me acuerdo de Paco Pil y Paco Porras. Es envidia. Me parece acojonante lo que ha conseguido.
No es el único que firma a esas horas. Hay lectores para todos y el que no tenga, bien hará en seguir el método de Rafael Mármol. El buen hombre (al que Carena le ha editado dos volumenes culinarios) se transmuta en uno de esos camareros de zona turística que salen a la puerta del local a buscar clientes. Él en lugar de cantar las excelencias de la carta, lo hace de sus libros. A escasos metros, María Villamayor signa ejemplares de «Las doce llaves» y charla con algunos fans. Pocos a esa hora, pero muy entregados. Parece que casi todos los puestos hayan sido clonados. Salvo algunas excepciones (Sidecar o Primado, por ejemplo) las mismas portadas van saludando a los visitantes. Algo hastiado decido, para animarme, conceder dos premios honoríficos. Premio al Libro con el Título Más Insuperable de la Historia para … «Las mujeres samis del reno», de Solveig Joks. Y Premio Al Mejor Lector del Mundo para un señor que se ha llevado fotocopiada lo que parece una historia de la literatura catalana y va preguntando por cada obra del escritor Rafael Escobar y llevándoselas.
El sol calienta como no lo ha hecho los otros seis días, pero curiosamente, este año, el pabellón de editoriales valencianas no es la sauna que acostumbra en otras ocasiones. Igual es que es pronto. Resulta misión imposible encontrar un hueco para refrescarse el gaznate en la terraza del bar; escapar del bucle musical de Dani Miquel, eso sí hipercelebrado por los más pequeños; no sonreír cuando una chica avisa a su novio de que Shalom Auslander tiene un segundo libro publicado en Blackie Books; no quedarse paralizado ante el talento y la bonhomía que desprende Ajubel (en el rinconcito que Railowsky comparte con Shalakabula); o no poner cara de no entender nada al escuchar la alegría de una señora porque el Fnac tiene un puesto.
En el Museu de les Ciéncies se celebran mesas redondas y se presentan libros. Con mi compinche verlanguiano Diego entramos en la de blogueros y webs literarias. A los cinco minutos me asalta la pereza. El discurso está agotado. He oído tantas veces lo mismo que no bostezo por respeto y por una caries que no quiero enseñar. Pim-pam-pum contra las Sombras de Grey. Bla bla bla sobre los libros buenos. Hay un momento que parece que se anima, cuando intercambian cifras sobre los seguidores que tienen y hay un pequeño pique. Pero, entonces, alguien dice «Yo vengo del underground» y ya desconecto. A la salida, veo un poco del mitin político de Ferran Torrent, Amàlia Garrigós y Mónica Oltra (con camiseta de Bansky por si hay curiosidad) y me voy a comer. Me he perdido al Tio Fredo, posiblemente el highlight de la mañana.
Vuelvo a la Fira por la tarde sabiendo que Gay Talese se hubiera marcado una siesta antológica si hubiera estado en mi situación. De camino, por Blasco Ibañez, una chica (Anabel Botella) va pegando cartelitos que anuncian su nuevo libro (Ojos azules en Kabul). Me alegra comprobar que ni facebook, ni twitter han acabado con las maneras tradicionales de promoción y espero que tenga toda la suerte del mundo. Me acuerdo de una mujer pesada que había en mi barrio. Salía a la calle con un carrito de la compra con varios ejemplares de un libro que se había autoeditado. Asaltaba a la gente con la pregunta «¿Le gusta leer?». Después intentaba encasquetarse su creación a precio de novedad de Planeta. Cuando mostrabas escaso interés, jugaba su gran baza. «El prólogo me lo ha escrito Ricardo Bellveser». Huir y reír eran todo uno.
Llego antes de las cinco y la gente pasea por pasillos con las casetas cerradas. Nunca he entendido el horario de esta feria ni de casi ninguna otra. Con el estómago lleno aumentan las ganas de comprar. No pasan muchos minutos y Viveros vuelve a estar lleno de personas ojeando libros. Me topo con una entrevista en directo (para el canal de la Fira) con la escritora Carmen Botello y me reconcilio con el ser humano. Presenta Mal invierno y con tono pausado, pero humilde, va soltando pequeñas joyas. «La novela dice menos de un autor que los relatos». «La ficción nos hace entendible la realidad. Más que los libros de historia». Cuando acaba la conversación, me invade el sopor. Creo que la Fira necesita que alguien la agite, la actualice, la «originalice». Me siento en las escaleras del Museu y me pongo a pensar en tartas de queso con arándanos; en personajes de Los Simpson y en discos que me compraré cuando tenga dinero. Levanto la vista y veo a un tipo haciendo footing entre la gente; un gato acojonado por el bullicio; y la cola de fans de Blue Jeans que sigue aumentando. Pienso en el dolor de muñeca que tendrá el escritor esta noche.
La presentación de «1975» de Tomás Pellicer consigue el lleno absoluto. Pero creo que debo ser el único, de los que allí estamos, que no militó en el FRAP o grupos similares. Bueno, también hay un niño y dos jóvenes. La charla es interesante, aunque hablan del libro tangencialmente. Muchos de los presentes son carne para un documental que alguien debería rodar antes de que la memoria acabe por olvidarlos. Interviene Josep Guia y al verle me vienen a la cabeza un montón de actores secundarios del cine español. Ya avisé que mi cerebro lo mezcla todo. Seguramente ha sido fruto del calor de la sala.
En la calle empieza a refrescar, así que estoy el tiempo necesario para estirar las piernas y recuperar la tensión. La colla de dolçainers Estrela Roja de Benimaclet deleita al gentío. Vuelvo dentro del Museu a otra presentación. Se trata del poemario Dol de Txema Martínez. Me pregunto si es casualidad o no, que la palabra «duelo» sea la útima que oiga en la Fira de este año.