Foto: Eva M. Rosúa.

Foto: Eva M. Rosúa.

Que los cómics han crecido exponencialmente en todos los sentidos en los últimos años, más allá de que ahora algunos se refieran a ellos como novelas gráficas, es de una evidencia incontestable. Y que, como en muchas otros asuntos culturales, España vaya con cierto retraso también lo es. Suele ser habitual escuchar a muchos dibujantes de aquí lamentar que el panorama no sea el mismo que en otros países más ilustrados o que no esté consolidada una industria fuerte que les permita vivir de su trabajo. Sin embargo, algo está cambiando. Aún estamos a años luz de tener una publicación como La Revue Dessineé en nuestros quioscos y de hecho los leves intentos de incluir algo similar, en revistas de información general, han naufragado la mayoría de veces, pero que el género vive un efervecente momento es innegable. Mucha culpa, sin olvidar el tesón de sellos dedicados exclusivamente a ello durante años, lo tienen una serie de editoriales que los han ido incorporando a sus catálogos creando sus propias marcas. Es el caso de Sexto Piso, Nórdica Libros, Roca o Impedimenta, por poner algunos ejemplos.

El Chico Amarillo es el título de la colección de Impedimenta. Virginia Woolf, Boris Vian, Huck Finn, El viaje de Shackleton, un Kamasutra para días lluviosos o una oda de amor al otoño firmada por Jon McNaught han sido algunas de sus indispensables referencias. «Arenas movedizas» es otra de ellas. Estamos en 1989, el año en que cambió el mundo. El periodista estadounidense Tom Sandman acaba de volver de China, donde ha cubierto los trágicos sucesos de Tiananmén. Las consecuencias de una exclusiva suya le persiguen hasta en sueños. Necesita descansar. Pero el director de su periódico, que lleva el anticomunismo en la sangre, no piensa lo mismo y le manda a Berlín. Son los fastos por el cuarenta aniversario de la RDA. Algo está a punto de ocurrir tal y como lo anticipa el infalible olfato periodístico de Sandman, o mejor dicho un recurrente dolor de muelas que siempre le vaticina incidentes políticos. Y así fue, el famoso Muro se vino abajo.

El 13 de agosto de 1961 comenzó a construirse el Muro de Berlín. Kitty Kahane, la ilustradora de «Arenas movedizas», estaba a punto de cumplir un año. Max Mönch y Alexander Lahl, guionistas del libro, aún no habían nacido. Cuando el 9 de noviembre de 1989 empezó a ser derruido, los tres vivían en el Berlín oriental. Y esa experiencia en primera persona, aunque tamizada por los ojos de un extranjero, palpita en las páginas del cómic. Además, supone la mejor combinación posible. Por un lado, el estilo de los dibujos de Kahane, con algún guiño expresionista, una paleta de colores muy marcada y un trazo algo rugoso y duro, sintetiza el ambiente hostil y claustrofóbico que debió padecer en la RDA. Por el otro, la distancia que marcaban su edades con los acontecimientos (Mönch nació en 1978 y Lahl un año después), permite un acercamiento más libre a los hechos, sin deudas que saldar con sus propias memorias, menos mediatizado por los recuerdos suyos y ajenos, lo que se traduce en una versión incluso con apuntes cómicos, sin que en inguún momento se dé la espalda a la realidad.

Es el excelente guión de Mönch y Lahl un regalo a la altura de la mejor crónica periodística. Y como ella, sin miedo a recurrir a la ficción. De ritmo pausado, pero continuo, narravitamente hablando, llegamos a la Historia a través de las historias más pequeñas y asistimos al desmoronamiento de un régimen político paralelamente al de las familias de los ciudadanos implicados. Esos caminos, que se cruzan más de lo que podría pensarse (no se puede entender la vida de los alemanes del Este que han podido huir al otro Berlín sin la de sus familiares que se han quedado), mantienen el interés por la trama, sin renunciar a contar uno de los sucesos más importantes del siglo XX. El día que nos sacudamos muchos prejuicios de encima, libros como «Arenas movedizas» aparecerán en los colegios en el apartado de lecturas recomendadas de la asignatura correspondiente. Entonces habrá caído otro muro.