1- La mejor ciencia ficción se sirve, actualmente, en los Telediarios de TVE. Sobre todo en las noticias relacionadas con el desempleo. Por supuesto, los datos son buenos. Y por si hay dudas, apoyan la supuesta información con testimonios de personas que han encontrado trabajo. También dan muchos datos y locutados con cierta aceleración, para que el cerebro apenas pueda asumirlos. Como colofón sacan al presidente del gobierno haciendo un resumen de la situación, aquí sí, a un ritmo pausado (tampoco es que Rajoy sea un polvorillas) para que quede grabado hasta en el hipotálamo lo que nos quieren vender. Todo maquinado por presuntos periodistas. Uno de los colectivos más castigados por la crisis. A pesar de que los medios de comunicación no se hayan hecho eco de ello. Una bifurcación mental que dice muy poco de una profesión por cuya ética y ansias de libertad se apuesta en la ficción (ahí tenemos al hijo mayor de los Alcántara en plan Bernstein & Woodward local (y ochentero) en la temporada más lisérgica de «Cuéntame»), pero a la que se ata y silencia en la realidad. Ay, medios públicos, que golosos sois para el poder.
2- Cuando el dedo adquiere autonomía propia y empieza a juguetear con el mando a distancia de la televisión, empieza el show. Canales de teletienda y tarot conviven con cadenas religiosas que nadie sabe quien ha llamado. No importa. No molestan, no se regulan. Es más, intoxiquemos al resto con sus miserias. No es nuevo. La Bruja Lola dio el salto. Ahora, nunca mejor dicho, lo ha dado Sandro Rey. Telecinco le da cobijo y los canales que presumen de calidad lo sobredimensionan con sus parodias. Nadie cierra esas cadenas. A Canal 9 (y sus dos canales complementarios), Nitro, XPlora, La Siete, Nueve y La Sexta 3 les dieron cerrojazo. Distintos argumentos, pero igual de incongruencia. Y de nuevo, detrás de todo, la obsesión por controlar la información y rodearse de plumillas afines. A este paso, la única salvación para la profesión será un reality en el que los aspirantes se humillen hasta límites insospechados por conseguir una exclusiva. Lo podía presentar Sandro Rey y si abdica, Mercedes Milá. Al fin y al cabo sería el primero en su género y se le podría colgar la etiqueta de experimento sociológico y hacer creer a la audiencia que es como la vida misma. Y puede que razón no les falte.
3- Hace poco más de dos meses, el diario Levante-EMV y la productora Barret Films se vieron envueltos en un affaire propio de los tiempos del whatsapp. Un vídeo sobre una supuesta tradición en torno a los «fill de puta de Benimaclet» fue el motivo del enfado. El documental cantaba a fake a los pocos minutos, por mucho profesor universitario que, con sus declaraciones, proyectara la coña a categoría de investigación. Pero hete aquí que alguien se lo tragó (y no uno cualquiera, sino Sergi Pitarch, presidente de la Unió de Periodistes Valencians) y publicó la noticia como verídica en las páginas del periódico aludido. A su favor, cabe decir que antes de hacerlo, contrastó la supuesta veracidad con los responsables y obtuvo una respuesta positiva, pero no es suficiente argumento para eximirle de su ingenuidad. La travesura irresponsable de Barret, y compañía, más infantil no pudo ser. Al día siguiente, se confirma que todo lo que se recoge en el vídeo en cuestión es falso y el diario Levante le declara la guerra a Barret y a la Universitat. Sacan la bandera de la ética profesional (esa misma que esconden cuando publican las columnas de dos ex-Canal 9 como Luis Motes o Josep Sastre, sin rasgarse las vestiduras, con el curriculum que contempla a ambos) y arremeten (a toda página) contra los creadores de los «fills de puta». En ese afán destructor, no les importa poner en entredicho el prestigio de la Universitat, con informaciones superfluas sobre algunos de los implicados (como los nombres de los miembros del tribunal que examinó a uno de ellos), pero que pueden (y ese es el objetivo, sin duda) dar a entender ciertas prácticas deshonestas en la institución. Combatir un falso documental con porquería no es el mejor de los ejemplos. Al final, como casi siempre pasa en esta ciudad, todo se calma. Unos piden perdón, otros se bajan los pantalones, los de más allá escriben de otras cosas y, como en los chats entre adolescentes, después de la tempestad llega la calma. No pasa nada. O sí, que el periodismo se lleva un par de hostias en toda la cara y parece no importarle a nadie.
4- De postre, una ración de preguntas cuyas respuestas están en el aire. ¿Qué adjetivos estaríamos empleando los que ponemos el grito en el cielo por la actitud de determinados medios hacia Podemos, si Vox hubiera obtenido los resultados de la formación de Pablo Iglesias? ¿Quién ha tenido la brillante idea de establecer como contenido de pago la sección de opinión de la web del diario Levante? ¿Hasta cuándo va a estar publicando Las Provincias, todos los sábados, la columna de un señor que lleva en bucle varios meses hablando, literalmente de lo mismo: el peligro catalanista del supuesto tripartito? ¿Por qué algunas publicaciones que celebran aniversario en este 2014 (Cartelera Turia, Rockdelux, Mondo Sonoro) transmiten la sensación de que cada nuevo número puede ser el último? ¿Por qué el periodista no es, por definición, más humilde y así cuando tenga que hacer alguna concesión para su supervivencia no saldrá con la cabeza entre las piernas? ¿Cuántos de los que echaban, de menos, debates en Canal 9 con presencia de todas las formaciones políticas ven, cada martes, el programa «Raonem» en Levante TV?