Agonizan los diarios en papel en este país y los propietarios parece que han comprado una entrada anticipada para no perderse su suspiro final. Tanta actitud inane es incomprensible. En los periódicos no mandan los periodistas. Es un negocio y debe ser rentable, dicen los que lo justifican. A la vista está lo bien que están haciendo su trabajo.
Ahora que los tomates no saben a tomates y el fútbol no es ni sombra de lo que fue, ¿por qué los periódicos iban a ser como antaño? Para algunas personas sigue siendo un rito lo de comprar la prensa los domingos. Mal asunto acabar la semana decepcionados. Alguien debería trazar una gráfica sobre cómo ha ido subiendo, ese día, el precio de los diarios y cómo se ha estancado o reducido el valor de lo que ofrecen.
Afortunadamente hay excepciones, sólo hace falta buscarlas en el quiosco. El diario Ara es el mejor ejemplo. Han sabido complementar sus dos ediciones (digital y papel), driblando los vicios que acaban convirtiendo a una de ellas casi en la hemeroteca de la otra. La inmediatez, la novedad pura y dura, la última hora, tienen cabida en la web. El soporte físico, sin eludir su compromiso de informar, ahonda en otros aspectos, aprovecha la concentración que requiere la lectura más atenta, para buscar prismas distintos de las noticias.
Ara, desde su diseño, apuesta por la modernidad bien entendida, incorporando el riesgo a su día a día, sin miedo alguno en esa búsqueda de otro periodismo. Hace dos semanas, el diario incluía sólo fotografías del paisaje catalán (no era ningún guiño gratuito, sino su tema principal de portada), para ilustrar cada página, fuera cual fuera la información y la sección en cuestión. Habrá quien haga la lectura en clave política (Ara es un diario catalán, en catalán y catalanista), y ese era en cierta manera el objetivo, pero la valentía de la decisión desde el punto de vista periodístico no tiene parangón en este país.
Eso ocurrió un domingo. Y es que ese día de la semana, la distancia entre Ara y el resto de cabeceras es todavía mayor. Su portada es uno de los ejercicios más nutritivos que puede hacer cualquier profesional. Sin perderle la cara a la actualidad, la acaba deconstruyendo, envolviendo al lector de otras realidades en torno a ese tema principal, haciéndole reflexionar y, sobre todo, ofreciéndole las herramientas necesarias para una mejor comprensión de lo sucedido.
Una edición en la que conviven habituales como la sugerente columna de Carles Capdevila, su director, o las firmadas por Alex Gutiérrez, Juanjo Sáez (¿o acaso son otra cosa sus viñetas?) o Mónica Planas (sí, por fin, una crítica de televisión que no busca la risa fácil en el lector), con piezas tan estimulantes como las entrevistas a cargo de Antoni Bassas.
Los suplementos acaban por marcar, definitivamente, las diferencias. Ara Diumenge es como una pequeña festividad en la que la redacción parece dar rienda suelta a sus deseos y todo tiene cabida sin ser esclavos de excusa alguna. Y, sin duda, la auténtica joya, las páginas que por sí solas justifican los dos euros y medios que cuesta todo el pack, el rar.
Rar, raro en castellano, hace por desgracia honor a su nombre si lo comparamos con el resto de ofertas. Estructurado en torno a una figura protagonista, todos los contenidos giran alrededor de ella, sin buscar la vinculación facilona y articulando un croquis de su persona. Por ejemplo, el último hasta la fecha estaba dedicado a la actriz Mónica López. Aparecen artículos sobre Gran Canaria (su lugar de nacimiento), los Rotchild y los Vanderbilt (dos de las sagas más poderosas del planeta vinculadas a López porque ella trabajó en «Nissaga de poder», en la tv3) y el proyecto que Ruido Photo lleva a cabo en un centro penitenciario para explicar su realidad en soporte audiovisual (la actriz actuó, en 1998, en «Guys and dolls, obra ambientada en una prisión). Además, de una entrevista con ella y un reportaje fotográfico que recorre la línea roja del metro de Barcelona (su primera obra profesional se titulaba «Línea roja»). Lo llaman periodismo y sí lo es.