Jon Sistiaga es de esos periodistas que aman su oficio y es capaz de viajar al fin del mundo si allí hay una buena historia que contar. Sus reportajes (o documentales) sobre Guantánamo, la América del odio, el comercio con los colmillos de elefantes o la caza del homosexual en Uganda, así lo atestiguan. De su manera de entender la profesión y del pasado, presente y futuro de la misma, hablamos con él.
¿Cuál es tu primer recuerdo, tu primer contacto, no profesional, con el periodismo?
En mi casa, como en cualquier casa de los años setenta, se escuchaba la radio, concretamente la SER, Radio Irún. Además, mis padres eran de comprar El Diario Vasco todos los días. Y luego, desde 1976 que salió, todos los sábados, el Interviú.
¿Cuándo se despierta en ti la necesidad de contar historias?
Muy pronto y a la antigua. Tuve la suerte de que un tío mío abrió un restaurante en un polígono industrial en el que luego se montó un periódico. Era La Voz de Euskadi, que trataba de ser una especie de tercera vía entre el conservadurismo de El Diario Vasco y el abertzalismo de izquierdas del Egin, una especie actual de Público o algo así. Yo echaba una mano a mi tío en el restaurante y fui conociendo a los periodistas a los que dábamos de comer, al director de aquella publicación… Y con 16 años, estando en tercero de BUP, ya empecé a hacer cosillas en el diario. Me encargaba del horóscopo. Jon Sistiaga empezó haciendo el horóscopo (risas). Así que no hay que desanimarse nunca (risas).
¿Hay algún momento en el que descubres que quieres ser periodista?
Sí, hay un momento concreto. Estando en el restaurante, creo que un viernes, a la hora de la comida, entró un tipo corriendo y pegó un grito: ¡Han matado a Casas! Enrique Casas era un senador socialista al que asesinaron los Comandos Autónomos Capitalistas, que eran una escisión, por la izquierda, de ETA. Todos dejaron los platos y lo que había encima de la mesa, se levantaron como un resorte y salieron corriendo hacia la redacción. Yo me fui detrás de ellos a observarles y vi cómo montaban un gabinete de crisis, cómo se organizaba un periódico en ese momento. “Tú a Diputación, tú a Consejería, tú al Ayuntamiento, tú a la policía, tú que tienes fuentes entre los abertzales averigua algo, tú mira que se mueve en el País Vasco francés, tú al hospital, tú a la sede del PSOE, …”. Dije: “Ostias, esto es lo que yo quiero hacer” (risas). Y hasta hoy.
Hoy eres uno de los periodistas de referencia en España, hasta el punto de que tu programa en Movistar + se llama “Reportajes C+ con Jon Sistiaga». ¿Cómo vives esa primera persona? ¿Eres consciente de tu protagonismo o hay que entenderlo como la firma en una columna o en una crónica?
Es eso que dices, exactamente igual. El periodista, en televisión, está mucho más expuesto a que se considere que tiene afán de protagonismo. Más que, por ejemplo, el conductor de un programa matinal de radio o que el presentador de un informativo o que el columnista al que la gente sigue porque es el mejor que habla de Moncloa o del PSOE. De todas formas, es algo en lo que solo se fijan los compañeros de profesión, que hacen la típica pregunta de siempre, del afán de protagonismo o protagonizar las historias. Creo que hay periodistas que, porque valen para ello o porque la situación y las circunstancias lo permiten, desarrollan una forma de contar las historias que es muy particular y lo asocias con un determinado nombre. A nadie se le ocurre decir que Kapuściński o Reverte, el escritor, no hablaban en primera persona. En el mundo anglosajón son habituales los titulares, hoy mismo lo leía en el NewYork Times, tipo “Mi visión de lo que ha ocurrido en Mali”. Era la visión de un periodista especializado en el mundo africano y eso tiene un valor. Luego te apetecerá leerla o no, pero si lo haces es porque piensas que es alguien que sabe, no porque sea un piernas recién llegado.
Todo parte de una forma de ver el periodismo en España un poco arcaica en la que nos inculcaron, tanto a los periodistas como a las masas, que el periodismo tenía que ser objetivo y desprovisto de cualquier alharaca. Este periodismo no se hace en otros países. Sobre todo en el mundo anglosajón. En mi caso, no es que protagonice las historias, eso no ocurre, yo soy el vehículo que lleva a la gente a enseñar cosas a través de una nueva forma de contar. Esto es tan así como que cuando volvía de hacer información en Telecinco o Cuatro, de guerras, conflictos o desastres naturales, la tercera pregunta que me hacían era sobre lo que comíamos, o sobre cómo olía, o sobre cómo llegaba a los sitios y contactaba con la gente… Al final, la gente, en la distancia corta, lo que le gusta es conocer algo más de lo que ya ha visto en la televisión, de lo que ya les han contado. Entonces, se trataba de acercar esa fórmula a la forma de elaborar reportajes. Esto no es muy diferente de todo aquel que tiene un blog. El que tiene un blog tiene su blog, el blog de Menganito. Y en mi caso, mi fórmula de hacer documentales, que la voy a cambiar ahora porque ya llevo mucho tiempo, es ser el vehículo que lleva al espectador una historia como en una road movie, de personajes en personaje y de situación en situación. Si yo paso miedo, que la gente lo perciba. Y no salgo yo solo, sale mi cámara, sale mi productor, depende de lo que ocurra. Es una forma más de contar las cosas, pero no de protagonizarlas.
Igual el problema es que se ha llevado al exceso el que el periodista aparezca en pantalla aún tratándose de la información más nimia de un informativo.
Te lo compro totalmente. Se ha desnaturalizado bastante. Yo empecé a hacerlo hace 10-12 años y entonces sufrí las críticas parecidas a las que haces, pero aguanté porque creía que era una manera de contar historias muy válida. Recuerdo la primera vez que discutí por ello en los informativos de Telecinco en los que yo trabajaba. Era una especie de redada antidroga contra los narcos en Colombia en la que para sacar las imágenes tan chulas en las que se veía cómo la policía llegaba a un laboratorio de cocaína, en medio del Caquetá, y lo destruía, tuve que hacer una serie de cosas como saltar de un helicóptero sin permiso, comprobar que mi cámara me seguía porque le echaba huevos, atravesar un bosque, nadar por un río caudaloso y oscuro en el que luego me dijeron que había pirañas en el que casi se nos ahoga el productor. Y dices, joder, si solo salen las imágenes de la policía, la otra historia, la aventura vivida que también está aquí no se conoce. Si fuera un paseo en helicóptero no debería salir, pero pasando de esta manera creo que aporta información sobre que, a veces, no es tan fácil hacer información.
Lo que pasa, y ahí te doy la razón, es que ahora, esto, se ha desnaturalizado. Ahora, cualquiera al que mandan en un informativo a hacer una pieza o un documental, cree que tiene que salir en pantalla. Enfocarse continuamente para decir “Esto es una puerta, esto es una patata, estamos en un restaurante, estamos en la sala Bataclán, esto es un charco de sangre,…” No, hombre, no. No hay que hacerlo. Solo hay que salir cuando se aporta algo inédito, nuevo o si tu presencia ha desencadenado una reacción en la gente. Ahora se cree que hay que figurar, no han entendido nada, ni el formato ni el motivo. Por eso, yo voy a cambiar ahora (risas). Y dicho todo esto, reconozco que yo soy el primero que habrá cometido excesos.
En tu programa hay una puesta en escena y una labor posterior de post-producción (montaje, sonido,…), ¿Cómo mantienes el equilibrio entre la estética y el periodismo para que no predomine lo primero?
Yo concibo el periodismo, o al menos el que a mí me gusta y me permiten hacer, como una mezcla de información, acción y emoción. Los documentales no tiene porque ser aburridos ni hacer que la gente desista en el minuto quince. Creo que todo lo que cuentes tiene que tener un sentido y una métrica interna narrativa, que se puede conseguir de diferentes maneras. Una de mis grandes discusiones con un antiguo director de informativos al que quiero mucho, es que yo quería meter música en los documentales y él decía que no, que aquello era atrezzo, que una buena historia se sostiene sola. Seguramente, los dos teníamos razón. Pero en mi caso, yo quería probar nuevas fórmulas narrativas, adaptando los códigos cinematográficos que tanto nos gustan cuando vamos a una sala a ver una película y que tanto nos emocionan. Adaptando algunos de esos códigos y midiéndolos, como una forma de construir la escena y utilizando una música incidental que pueda predisponer a un testimonio que va a contar algo, se consigue un efecto mucho mayor a la hora de captar la atención y el interés del espectador. Eso hay que medirlo y en mi caso, no creo que la estética esté pudiendo al contenido.
Durante la elaboración de los documentales os encontraréis imágenes muy escabrosas, ¿eres partidario de grabarlo todo y después se decide en montaje o prima cierta ética?
Como proceso de aprendizaje, pero ya desde hace muchos años, por poner un ejemplo, desde antes de la Guerra de Kosovo, en 1999, me di cuenta de que parte de la función del reportero, tal y como yo lo concebía, era ser intermediario entre la acción y la realidad y el espectador. Por lo tanto, yo estaba allí para comerme los muertos, el olor, los piojos, el hambre, la malnutrición o lo que fuera, para poder dar esa información. Y tenía que decidir si el espectador tenía que ver, a la hora de la comida, un cuerpo reventado porque creía que eso aportaba algo informativamente, o si había formas de retratar un cuerpo, salvaguardando la dignidad del cadáver. Desde entonces, procuro tener mucho cuidado a la hora de sacar imágenes. Los cámaras que trabajan conmigo pueden confirmar que ni siquiera en el lugar donde está ocurriendo algo grabamos muchas cosas. Es una medida que, también contra el criterio de algunos jefes míos, decidí por mi propia cuenta.
Es una de las cosas que impuse cuando empecé a tener algo de predicamento, no quiero decir nombre, pero si eres el tío al que mandan siempre a las putas guerras, al final dices voy, pero con estas condiciones. Que no son de salario, porque era el mismo, sino que allí mando yo. Si me mandáis es porque creéis que lo hago bien, yo sé hacer mi trabajo y lo haré, pero decidiré cómo lo haré en función de muchos factores, como la seguridad o el tiempo de que disponga. Y si tengo que desaparecer dos días, lo siento, tenéis que rellenar el informativo con otra cosa, pero si lo hago es porque voy a conseguir un pedazo de material brutal. Al tener esa mano, aprendí que no debía grabarlo todo. ¿Por qué? Porque si lo haces, eso queda en el archivo. Y entonces, cuatro años después, aunque tú no te des cuenta porque estás en otra sección o en otra televisión o en otro medio, el documentalista de turno cuando le piden imágenes de muertos en México, va y saca las imágenes que tú decidiste no meter en su momento. Por eso, prefiero grabar el dedo gordo del pie de un muerto y la etiqueta colgando en la que se informa donde falleció a hacerlo despanzurrado en la mesa de autopsias.
¿Elaboras un preguión antes del viaje aunque este, seguramente, salta por los aires en cuanto llegas a tu destino?
No suele hacerlo como tal. Tienes una idea en la cabeza, pero no sabes cómo la vas a guiar o vehiculizar. Tengo en la cabeza las personas a las que quiero entrevistar o a las que quiero llegar. Y tengo más o menos unas cuantas situaciones que creo que puedo o debería grabar, que me van a ilustrar lo que voy a contar. Luego una vez allí, como dices, suele saltar todo por el aire, pero normalmente salta para bien. Y salta porque hay un elemento esencial, el más importante, que debe de tener un periodista. Para mí es casi un don. No es la preparación, ni los idiomas, ni la experiencia… es la puta flor en el culo. La suerte. No hay más. Que llegues al sitio y ocurran cosas. Podemos decir que si no vas al sitio, que si no empujas, si no provocas con tu presencia que pase algo, determinadas situaciones no van a ocurrir, pero al final lo decidirá el destino, la suerte.
Hablando de suerte, ¿eres consciente de que eres un privilegiado por tu ritmo laboral trabajando en Canal +?
Por supuesto. Es un lujo. No me dicen ni los temas en los que tengo que trabajar. Puede sonar altivo, pero es que es verdad, Canal + contrata a Jon Sistiaga para hacer los reportajes de Jon Sistiaga. Por lo tanto, sería difícil que me dijeran lo que tengo que hacer. Obviamente, yo tengo buen trato con mis jefes, les voy adelantando los temas que tengo pensados, pero me dejan hacer. Y eso es una suerte para un periodista. Probablemente esto cambiará con Movistar + porque vamos hacia otro tipo de televisión, estamos en el proceso, pero por ahora me dejan el tiempo necesario, no se inmiscuyen en mi trabajo,… También es cierto que estoy solo (risas), que soy el hombre orquesta: lo pienso, lo produzco, activo a un operador para que se venga conmigo a rodar, después cuando vuelvo me paso dos semanas minutando, traduciendo del inglés todas las entrevistas, lo escribo,… Pero sí, es un lujo.
¿Crees que la televisión pública debería producir programas como el tuyo?
Por mí, ojalá, este tipo de documentales estuvieran en todas las televisiones. Probablemente, tendría que ser en la pública, pero es un producto que puede estar en cualquier cadena. De hecho, Atresmedia con “En tierra hostil” digamos, que de alguna manera, se dio cuenta de que el formato de reportero que va a un sitio y acerca las cosas a la gente, y no voy a hablar más del formato ese, podía funcionar y les ha ido como un tiro.
¿Cómo ves TVE?
Creo que hace buenas series (risas). Creo que hace buenas series, históricas sobre todo. Ahí lo dejo (risas).
¿Eres consciente de que eres el último de una saga de periodistas (Leguineche, Meneses, Calaf,…) que iban a los sitios a contarnos las cosas y eran reconocibles por su nombre para el gran público?
Esta pregunta tiene conexión con la que hacías antes del protagonismo del periodista. Leguineche era protagonista en sus libros. Calaf lo era en sus historias porque estaba allí y el momento en que aparecía con sus pelos naranjas haciendo la entradilla lo estábamos esperando todos. Pérez Reverte estaba delante de los milicianos en Beirut, Meneses publicaba sus propias historias y se fotografiaba con Fidel Castro,… Ya me han dicho alguna vez esto del último mohicano de un tipo de periodismo que podemos definir clásico.
¿Y en qué medida es responsable, de que se pierda ese tipo de periodismo, las malas condiciones laborales?
No creo que esa sea la razón. Cualquiera lo puede hacer. Cualquiera puede seguir yéndose. Lo que hay que tener son ganas y talento. Y sobre todo el no creer que obligatoriamente te tienen que comprar esa historia que has hecho y además pagarte bien. Este ya no es el tiempo de eso. No sé si me explico bien. Las cosas se pueden hacer, otra cosa es que tú exijas un pago que consideres adecuado por ello y no se te dé. Pero, ¿por qué no se da? Por la crisis de los medios de comunicación y de la publicidad, pero sobre todo porque los tempos informativos han cambiado mucho. Ya no hay grandes exclusivas internacionales, en todos los sitios hay un tipo con un móvil que va a grabar lo que sucede y lo va a tuitear. Un vecino, un soldado, un miliciano, un periodista local,… todos llegan antes de que tú decidas irte a un sitio. Lo que hay que hacer es cambiar el foco y el tipo de historias que se cuentan. Contar las cosas de una manera mucho más profunda. Estuve en Palestina en junio, antes de esto último que han llamado “la Intifada de los Cuchillos”, que me parece una exageración, pero me fui porque quería hacer una historia solo de colonos israelíes, todo grabado en Cisjordania, la futura Palestina. Mi intención era dejar de hablar de Palestina cada vez que estalla ese barril de pólvora que es Oriente Medio. Aquello es un barril de pólvora que salta en cuanto hay una chispa y entonces vamos todos corriendo allí. Yo lo que quería era meterme en el barril de pólvora e intentar averiguar porque cualquier chispa lo hace estallar. Ese es el tipo de periodismo que hago ahora. Mi intención con Canal + es que no sean reportajes ligados a la máxima actualidad, sino que trasciendan en el tiempo, porque ellos se nutren de reprogramar y reponer documentales y series. Tienen que ser historias que no se agiten en un momento, sino que los puedas ver tres meses, o dos años, después y todavía funcionen.
¿Cómo consigues desconectar de todas las desgracias e injusticias a las que te enfrentas en tus grabaciones?
Creo que ya no me afecta. He aprendido a descomprimir. Es lo primero que tiene que aprender alguien que se dedique a hacer este tipo de historias. Cuando vuelves de tu primera cobertura te sientes un héroe, un tipo invencible, has visto muertos, las balas han pasado a tu alrededor y no te han tocado, has notado la muerte de cerca,… y al final la gente está esperando las rebajas de Navidad, comenta el 0-4 del Barça, tus amigos hablan de mujeres y te das cuenta que todo aquello lo tienes que dejar en el aeropuerto en cuanto vuelves. Todo el mundo te pregunta cómo ha ido, pero enseguida van a pasar a otra cosa. Hay que aprenderlo enseguida. Y estando allí, para que nada te afecte, es utilizando lo que algunos llamamos “la preocupación indiferente”. Tú vas a hacer un trabajo y tienes que volver. Si te afecta tanto que te desactiva, no haces tu trabajo. Si vas a estar todo el día llorando o recogiendo a los niños con los que te cruzas y te piden caramelos, no vas a trabajar y no vas a conseguir que se sepa lo que está ocurriendo. Ya lo harán otros, ONG’s, gente bien pensantes, … pero tú tienes que hacer tu trabajo.
La imagen del periodista está por los suelos. Incluso hay ocasiones en las que parece que la culpa de todo sea de ellos. ¿La gente exige demasiado a los periodistas, pero luego ese grado de exigencia no lo tienen ellos consigo mismos a la hora de seleccionar o consumir medios de comunicación que sí que ejercen el periodismo con dignidad?
Totalmente de acuerdo. Está claro que por la crisis, muchos medios han bajado la guardia y fenómenos televisivos y radiofónicos como los tertulianos, esa suerte de verdulerismo que se ha impuesto en programas río, en los que gente que no tiene ni idea se convierten en todoístas que saben de todo, ha hecho que la imagen del periodismo esté por los suelos. Pero yo también le exijo al espectador y al lector una cierta intencionalidad. Si es tan serio e inteligente como para criticar que lo haga de manera constructiva, que antes se mire otros periódicos. No existe la objetividad, existe una línea editorial y la opinión de un tertuliano o el punto de vista de un reportero. Si no les gusta, pueden criticarle, pero que no digan que los periodistas son todos iguales. Igual hay que leer menos el As y buscar otras opciones que además existen o, incluso, leer algo de prensa internacional.