El periodista Eugenio Viñas despidió 2016 empezando un proyecto casi totémico. Sacar del orfanato narrativo a la Ruta del Bakalao. Paradójicamente para trazar el relato de una fiesta infinita abandonó la suya propia y en Nochevieja volvió pronto a casa y se gastó más de 200 euros en libros. Un impulso que marcaría el trabajo a realizar: rigor, cesión de la voz a los protagonistas, documentación y vertebración temática. En definitiva, un periodista buscando respuestas y queriendo contar una historia. Algo que debería ser más habitual.
El resultado de aquella investigación es València Destroy, un programa radiofónico de diez entregas, dentro de la plataforma Podium Podcast, en la que se sumerge en un fenómeno que empezó a andar con un marcado perfil vanguardista y acabó demonizado y vinculado al consumo desaforado de todo tipo de drogas. Viñas huye de cualquier ejercicio barato de nostalgia, uniéndose a enfoques como los de los libros ¡Bacalao! Historia oral de la música de baile en valencia, 1980-1995, de Luis Costa (Contra Ediciones) y En èxtasi, drogues, música makina i ball: viatge a les entranyes de la festa, de Joan M. Oleaque (descatalogado en su edición en catalán de Ara Llibres y publicado en castellano por Barlin Libros como En éxtasis. El bakalao como contracultura en España) para intentar reconstruir aquellos días en que dormir parecía que era morir. Y lo consigue.
¿Cómo surge la idea de València Destroy?
Creo que fueron distintos motivos. El principal, que cada vez que me aproximaba como periodista a alguna historia de la Ruta acababa absorbido por una realidad muy distinta a la que conocía. Como muchos valencianos de mi generación, la Ruta se asemejaba mucho al documental de Hasta que el cuerpo aguante de Canal + (1993), pero cada vez que trabajaba algunas de sus historias, cada vez que conocía a alguno de los protagonistas, descubría todo un movimiento cultural del que nadie me había hablado. En esencia, toda la década de los 80. Y empezaron a cruzarse nombres de aquel entonces con la actualidad: el director del Institut Valencià de Cultura, Abel Guarinos, resulta que se fogueó como performer con su compañía en Barraca. Salva Bolta, excoordinador artístico del Centro Dramático Nacional y ahora director de Tercera Setmana, también fue responsable artístico durante años del grupo. Paco Roca había hecho carteles, flyers y logos, pero antes también Paco Bascuñán, Quique Company, Mariscal. La moda de Montesinos, que a finales de los 80 y principios de los 90 impactaba fuerte en Europa, se contamina de la noche valenciana y, si me pongo a decir nombres… no paro (risas). Parte de los equipos artísticos de las cuatro primeras películas de Almodóvar se conectan también con la Ruta. ¿Por qué nunca nos han hablado de ello? De la programación de artes performativas, del peso de la cartelería, de la moda, de la producción de música electrónica primigenia…
¿Qué es lo que te atraía de una época que por tu edad no viviste?
Escarbas y descubres que The Stones Roses vinieron a tocar gratis a València en 1989 sólo por la marca que tenía Barraca y los contactos de Jorge Albi. ¡Ya habían sido portada de NME y eran el relevo en Manchester de The Smiths! Descubres que el propio Albi, antes de que acabaran los 80, montaba las fiestas de La conjura de las danzas con un puñado de grupos británicos y otro de españoles. Ves los carteles y piensas, ¿en qué se diferencia de los festivales de música actuales? Compruebas también el ritmo y cantidad de conciertos internacionales en Arena con nombres impensables ahora. Entonces intuyes que València rozó la vanguardia en Europa durante unos pocos años, al menos desde su vis más lúdica. Fue un lugar de referencia gracias a la libertad obtenida con la parálisis legislativa postfranquista. Todos esos ingredientes, de hedonismo tras décadas de reivindicación, de anarquismo a la espera de las primeras leyes de seguridad, de creación sin límites y en mi ciudad creo que son un aliciente poderoso para haber embarcado en este viaje. De alguna manera, como periodista cultural, necesitaba saber mejor de dónde vienen ciertos nombres propios del pasado y actitudes que siguen vigentes.
¿Por qué crees que en los últimos tiempos ha habido un creciente interés por el bacalao y el bakalao?
Una de las razones que no he puesto sobre la mesa también tiene que ver con esto: los protagonistas han vivido un largo periodo de desafección con la historia. Nadie quería oír ni hablar del Bacalao. Ni con K ni con C. Mi papel es el de un periodista lo suficientemente ajeno y lo suficientemente interesado para abordar esta historia. El revisionismo actual tiene que ver con que la marca de lo que supuso, de 15 años de actividad, se sepultó por parte de las televisiones a partir de 1993. València se convirtió en sinónimo de perdición, con grandes beneficios económicos a corto plazo para empresarios de grandes discotecas, pero con una nefasta y pesada sombra. Por eso ahora hay revisionismo, porque muy poco a poco se ha empezado a abrir la posibilidad de que quienes se inventaron de la nada este fenómeno quieran hablar de ello. Pero no creo que haya un revisionismo feliz: la historia oral de Luis Costa y la reedición ampliada de En éxtasis de Joan Oleaque dejan en gran medida a cada cual en su sitio.
¿Por qué optaste por el soporte radio? ¿Pensaste o has pensado en la traslación de València Destroy al soporte audiovisual o piensas que el recorrido de la serie termina aquí y que además necesitas cierto alejamiento por estar exhausto?
El propio Costa dice que no entiende cómo no se ha desarrollado más audiovisual en torno a la Ruta. Es algo digno de estudio. En Manchester, Londres, Berlín o incluso con el movimiento New Beat en Bélgica se han hecho infinidad de alusiones. La diferencia es que allí, pese a no pocas convulsiones, entiende que la música es una expresión cultural. Aquí, la idea de la Ruta está próxima a los reportajes de Código 1 e Informe Semanal en TVE del 93 al 96 y son demoledores. En mi caso elegí el audio porque soy un enamorado de la radio y el podcasting creo que representa la radio que a mí me gusta hacer. Con tiempo, investigación, llena de estímulos, seriada, atemporal… No obstante, esta historia también tuvo mucha relación con la radio: las FM locales eran poderosísimas, los casetes de las sesiones eran parte de la correa de transmisión del mensaje y, además, las voces de muchos de los protagonistas todavía son desconocidas. Para mí la radio enfatiza toda esta historia sonora y musical. Sí, existe un proyecto para trasladar todo este bagaje de investigación al audiovisual, pero no a través del formato documental, sino de la ficción. También desde Madrid.
Has llevado a cabo una completísima labor de documentación y has contado con testimonios de muchísimos protagonistas de aquellos años. ¿Cómo te organizaste para trabajar y darle forma a todo ese material que tenías?
Me organicé gracias a los recursos de Podium Podcast: Sara Mansanet se ha encargado de la producción de la serie y María Jesús Espinosa de los Monteros, la directora de Podium, ha llevado la producción ejecutiva. Sin ellas, el proyecto sería mucho menor. Ahora bien, una vez hemos cumplido las etapas previas de acudir a hemeroteca, de revisar videoteca, de programar 50 entrevistas de larga duración y editarlas, convertir eso en 10 episodios documentales ha sido durísimo. Desde Madrid querían que los capítulos durasen 20 minutos. Viendo la cantidad de material entendieron que podían durar algo más de 20. Logré que subiéramos a 30 y creo que sólo uno baja de 30. Con todo y con eso, tengo la sensación de haber contado todo lo que quería contar y haber insertado todas las voces de aquel momento y de ahora. También es cierto que los capítulos crecen con las escuchas, como me dice mucha gente que está siguiendo la serie. Una segunda o tercera escucha es muy importante para los más interesados. En la calidad del producto final ha tenido mucho que ver Alfonso Latorre (adaptación de guión y edición de sonido). A Alfonso yo le daba un material de primera, pero lo de optar a ganar la Champions es cosa una cosa suya (risas).
A la hora de contactar con todas las personas entrevistadas, ¿cómo reaccionaban ante el proyecto?
Hay de todo. No sólo hemos contado con protagonistas de la Ruta, sino también con filósofos, sociólogos o historiadores. Por ejemplo, Javier de Lucas, Jesús García Cívico o Juan Carlos Usó. Estos últimos, cuando veían por dónde iban los tiros, reaccionaban muy bien. Entre los protagonistas de la Ruta hay de todo: reacios por completo, dubitativos hasta conocer más del proyecto, accesibles y muy accesibles. Entre estos últimos también incluyo a los periodistas musicales que me han acompañado en la serie y que son los que contextualizan constantemente todo desde su propia experiencia.
¿Te pusiste un mínimo de participantes para llevar a cabo el proyecto? ¿Hay algún momento en que después de recibir un «sí» tuvieras la certeza absoluta de que seguro que llevabas a cabo la serie?
No. Enseguida intuí que la cifra rondaría los 40, pero luego subió a 50. Lo más desagradable es que en la criba algunas entrevistas se han quedado totalmente fuera. Otras entrevistas de hora y media tienen dos cortes de 20 segundos en toda la serie. Pero, bueno, con todo el material recopilado, lo importante era hacer el mejor proyecto posible y olvidarse de estas situaciones. He dudado de casi todo y he tomado decisiones constantemente. He pasado un año obsesionado y encerrado en este proyecto. Por eso, sí, por supuesto he dudado de que fuera capaz de hacer la serie. En momentos de duda, además del apoyo de Sara y María Jesús sin el que no hubiera materializado la serie, me estimulaba mucho pensar que tenía la oportunidad de matizar esta historia desde Madrid. Para mí eso fue fundamental: emitir desde Madrid al mundo, con el músculo de la Cadena SER haciendo promoción en sus programas. No hubiera hecho la serie para que de nuevo nos hubiéramos quedado resolviendo esta historia en València.
¿Por qué decidiste utilizar el recurso de la voz del coche? ¿No temías que pudiera restarle credibilidad y veracidad al relato?
Sí. ¡Y lo sigo pensando! Quería tener una voz femenina compensándome todo el tiempo. Esto era fundamental para dar agilidad y abrir sonoramente el relato en off. Por otro lado, quería tener un artilugio narrativo parecido a Diane –la grabadora del agente Cooper en Twin Peaks–, pero Diane no contesta. La idea final se asemeja más a Her (Spike Jonze, 2013) y mantengo todas mis dudas sobre su efecto. Sin embargo, todo el mundo me habla de ADA y parece encantado. Supongo que quien no lo está no me lo dice. Yo, acabada la serie, sigo teniendo dudas, pese al fantástico trabajo de Ana Uslé y Alfonso Latorre.
¿Ha habido alguien que te hubiera gustado participar y que no pudiera ser?
Sí. José Conca, Flora Illueca, Quique Serrano, los gemelos de Puzzle y Arturo Roger. Excepto en el primer caso, todos son mea culpa. Pero tenía que elegir. De hecho, hay varios entrevistados a los que les he robado su tiempo y su relato y no han salido en la serie. También me hubiera gustado conseguir a más mujeres de la Ruta, pero la negativa era bastante rotunda. A menudo, porque no querían relacionarse con ello o porque no entendían qué podían aportar. No he sido tan sagaz en esos casos y es una espina clavada.
¿Qué testimonio fue el más complicado de conseguir?
El de Chimo Bayo. Con ninguna de las voces he hablado tanto, me he reunido tanto, he discutido y… ha acabado teniendo su relato. Es bastante reacio a indagar en exceso sobre el pasado. No se sintió cómodo y costó meses tener una grabación suya usable. Estuve a punto de tirar la toalla. Sin embargo, con casi todos los nombres propios relevantes del movimiento, no puedo tener más que gratitud por tanta generosidad en su tiempo a lo largo de este año.
Empezar hablando de los nazis prohibiendo en el París ocupado los salones de baile, además de por contextualizar, ¿tenía algo de sana maldad o de declaración de intenciones de lo que iba a ser la serie?
Nada de eso. Me interesaba mucho entender de dónde partía la idea de discoteca. En el siglo XIX no hay discotecas. El precedente clave, con platos y pinchadiscos, es el París ocupado. Era rebobinar mucho, pero nuestra ambición ha sido conectar el fenómeno de las discotecas valencianas con la historia del baile. Y aunque nadie lo tiene en la cabeza, los hechos relevantes que suceden en València llegan antes de Ibiza, Manchester, Londres, Chicago, Berlín, etcétera. Eso era lo que había que contextualizar con fechas, nombres, datos y análisis.
A lo largo de la serie esa contextualización se convierte en un pilar básico del proyecto. ¿Tuviste que ponerte algún límite en ese sentido para que no acabara siendo un proyecto irrealizable?
No me lo puse. Y sí, casi por culpa de eso casi se convierte en irrealizable. Lo más interesante de eso, un poco por accidente, es lo que comentaba antes de las varias escuchas de los capítulos. La gente los oye varias veces y va completando información. Es muy gratificante que te cuenten cosas que descubren en un capítulo que ya habían escuchado.
A lo largo de todos los capítulos se viven situaciones que habrá sorprendido a más de un oyente (Carlos Simó rompiendo discos, elefantes en un párking, Soft Cell actuando en Llombai, el suicidio del dj de Espiral y locutor de Spektra FM casi en directo en las ondas,… ¿Qué momento de todos los que has ido conociendo durante la realización de la serie es el que más te ha sorprendido?
Me costaría elegir. Al final, me he dejado tantas en el tintero… Hay dos grupos de anécdotas que me fascinan: todas las que tienen que ver con las artes performativas en Barraca y Chocolate, con lanzamiento de pollos muertos, disfraces de monja masivos, gente vestida de traje… pero sin pantalones, un ataque zombie sin previo aviso y un etcétera inagotable. Parte del trabajo del equipo artístico constaba de eso, de sorprender agresivamente a la gente… ahora estoy recordando que montaron las primeras raves (quizá de España) o montaron un globo al que la gente se subía al salir de la discoteca… con la que llevaba. Y, luego, todas anécdotas que tienen que ver con la persecución de las televisiones estatales a partir del 93. El papel de los medios me interesa mucho. No obstante, por destacar una que se puede escuchar en el último episodio y que supongo que refleja muchas cosas, está la historia de una chica que acudió con las cenizas de su novio a Barraca. Decía que su última voluntad era que se esparcieran por la pista, pero, claro… estaban en mitad de sesión. He contrastado la historia y sí, así fue: las lanzaron al cerrar. A los 10 minutos estaba barriendo el equipo de limpieza. Él se había matado en accidente de tráfico, volviendo de fiesta. No imagino que pueda haber un relato más destroy.
Uno de esos momentos comentados, el suicidio de Rafael Martínez, R.A.F.A., deja una frase «La fiesta debe continuar» que hiela la sangre por pensar lo que ocurrió después de que la pronunciara, pero que al mismo tiempo define muy bien lo que significaron aquellos años, especialmente los últimos, ¿no?
Era una expresión habitual. Muchos la reconocen y la usan. Incluso hay una canción que la «canta» en su intro, llamada Que siga la fiesta y producida, cómo no, por un anónimo de los muchos que había haciendo música por aquel entonces (Roses Club). Pero claro, como las últimas palabras de un dj antes de suicidarse, dichas en directo, cuando R.A.F.A. era tan conocido tanto por Spektra FM como por Espiral… Forma parte de las consecuencias más pesadas de la Ruta. Parte del relato propio de los 90 y por el que no podemos olvidar que si hay una criminalización del fenómeno es porque estaban pasando cosas como para que aquello saltara por los aires.
A lo largo de todos los capítulos hay una diferencia abrumadora entre los testimonios de protagonistas masculinos y femeninos. ¿Se puede extrapolar al propio fenómeno analizado y al papel que hombres y mujeres tuvieron en el mismo?
En gran medida es una incapacidad mía. Para nada se puede extrapolar: habían tantas mujeres como hombres, pero, claro, o bien eran clientas como lo eran ellos o bien, en los equipos de trabajo, eran camareras y porteras. Todos les tienen mucha estima, pero ni entonces ni después sus nombres han llegado hasta nosotros. Sin ellas el fenómeno no hubiera sucedido. Ellas marcan el ritmo de la liberación sexual en los 80, que es una parte esencial de la historia no contada. También marcan desde un estilo de moda muy dura la forma en la que todos se interrelacionan. Pero sí, admito que cuando te acercas a esos nombres anónimos o bien no entienden por qué salir del anonimato ahora o qué pinta todo esto. Puedo decir que lo he intentado, pero sobre todo puedo decir que no lo he conseguido. Aun así, agradezco mucho a las que sí lo han hecho. Grandes nombres y representativos del ámbito cultural, institucional, del diseño y como dj’s.
¿Has recibido algún tipo de feedback por parte de los participantes una vez los capítulos han ido saliendo a la luz?
Sí y no. Ha habido de todo. En general, una grata sorpresa. Están sorprendidos por la cantidad de información y lo ameno del discurrir de los capítulos. Los más mayores especialmente. Entre la segunda generación también, pero hay de todo. También los hay que todavía no han pasado de los primeros episodios. Otros han escuchado directamente aquellos en los que son protagonistas. En general, el feedback ha sido muy cariñoso, especialmente cuando nos hemos visto cara a cara y hemos podido comentar detalles y más anécdotas, que son infinitas.
Una vez terminado el camino, ¿qué balance haces tanto del proyecto realizado como del fenómeno analizado?
Mi sensación con el fenómeno es que creo que el revisionismo de la Ruta del que hablábamos sólo acaba de empezar. Creo que la ficción tiene mucho que aportar a este contexto ahora que, poco a poco, la marca de la Ruta no se ciñe exclusivamente a muertos por accidente de tráfico y consumo de drogas sin información ni autocontrol. Creo que nos queda mucho por ver y por revivir y creo que la ficción va a ser el camino. De hecho, ya se está rodando un thriller que tendrá parte del contexto en la Ruta (El desentierro, Nacho Ruipérez) y la ha comprado Televisión Española para su distribución.
Como me preguntabas al inicio de la entrevista, la ambición ha sido tanta con el contexto que he dudado de poder entregarlo en los tiempos previstos. De entregarlo, en realidad. Ha sido un proceso abrasivo en lo personal porque me he entregado por completo y ahora mismo todavía sigo encerrado en todo el relato. Pero quería poder escuchar la serie dentro de 10 años y estar contento, divertirme, seguir compartiéndolo. Y estoy cómodo con el resultado. Muy muy contento. A veces lo hablo con Sara y con María Jesús y de verdad que no podemos estar más orgullosos de la serie.
¿Qué aporta o en qué complementa València Destroy a los libros de Luis Costa y Joan M. Oleaque?
Aporta una narrativa. Esta serie no hubiera existido sin esos dos libros. Uno como punto de partida y capaz de resituar a nombres fundacionales como Juan Santamaría. El segundo porque el formato de historia oral permitió que la gente hablara sin límite. Horas y horas traducidas al libro de Luis. La serie condensa sus trabajos, pero, creo, sobre todo aporta tres cosas: contexto sociocultural, lecturas filosóficas y sociológicas del fenómeno y, por supuesto, sonidos. Voces y música que estimulan todo una historia no contada.
En tiempos en los que la prisa y la inmediatez parecen estar secuestrando el periodismo, ¿qué te ha supuesto a nivel profesional València Destroy?
La confirmación de que podía abordar un hecho tan extenso y con tantos ingredientes, con infinidad de voces y materializarlo. Mi sensación es la de haber hecho una pieza documental, sólo que dura 5:15 horas. Me ha aportado muchísimo ver el impacto de un trabajo tan cuidado al emitirse desde Madrid y es gratificante estar recibiendo feedback de muchísimas ciudades de España, de gente de 50 años y de 17. Como te decía, la ambición ha sido máxima en el equipo y haber llegado a la estación de destino ha sido liberador. Siento que he tenido tiempo para investigar, para grabar más de 50 entrevistas, que se me han abierto todas las puertas y posibilidades para poder hacer mi trabajo. No puedo estar más contento y sé que este esfuerzo me acompañara en adelante porque he aprendido muchísimo. Ha sido un año muy intenso.