«A diferencia de los que piensan lo que escriben, yo escribo lo que pienso». La frase es solo una de las innumerables lecciones de periodismo que se podían extraer de los libros de Ignacio Carrión. Su corazón dejó de latir el sábado 8 de octubre, pero su recuerdo permanecerá imborrable entre sus familiares, su perro Blues, amigos, lectores y los que nos cruzamos en su vida alguna vez.
«Sin escribir no soy». Ignacio Carrión escribía muy bien. Rematadamente bien. «Mi objetivo primordial ha sido que el lector reconociera al autor en el primer párrafo por el ritmo, el tono y la sencillez de mi escritura. Mi frase es corta y clara. La prosa debe ser trasparente. Si tienes las ideas claras escribes con claridad». Lo hacía con sinceridad, libertad y valentía. No importara que fuera una novela, un artículo o alguna de las entradas de sus imprescindibles diarios. Aquellos en los que no ocultaba nada, ni nombres ni apellidos. En sus páginas no había lugar para la falsedad. «Escribo como si no se fueran a publicar, como si autor y actores estuvieran muertos». Palabras que hoy duele recordar.
«Si no escribo lo que siento, soy un desgraciado. Y si escribo lo que siento hago desgraciado a otros». Ignacio Carrión defendía la escritura real. La única posible. No entendía el periodismo de otra forma. Nunca cultivó la amistad interesada con el poder. Lo suyo era contar lo que veía. Y algo que su profesión ha parecido olvidar. Interpretar la actualidad, los hechos, para pronosticar lo que va a ocurrir. Un día antes de la muerte de la peseta escribió: «El euro traerá empobrecimiento». Vaticinó los pelotazos urbanísticos, el desmoronamiento del diario El País o la presencia del terrorismo islámico en nuestro país, entre otros asuntos.
«Tengo que romperle las piernas a muchas palabras». Ignacio Carrión estaba obsesionado con el lenguaje. Jugaba y fantaseaba con él. Y respetaba mucho su buen uso. Por eso, era un magnífico conversador. De los que hablan, pero también (y es, posiblemente, más importante) de los que escuchan. Nunca evitó un tema: política, literaura, sexo, recuerdos familiares, sueños, enfermedades,… Su curiosidad no tenía límites. No quería dejar de entender este mundo, aunque las nuevas tecnologías se lo pusieran difícil en algunas ocasiones.
«Luego de ser librero me hice periodista para conocer el mundo y escribir sobre lo que veía. Mi pasión por lo primero (viajar) fue mas fácil de satisfacer que lo segundo hasta la muerte de Franco». Ignacio Carrión contagiaba su entusiasmo por la profesión. No ahorraba críticas hacia determinados medios y periodistas, pero en el fondo no podía romper su idilio con el periodismo. Devoraba todas las semanas The New Yorker, al que estaba suscrito; seguía cualquier proyecto editorial que surgía; disfrutaba dando cursos y escribiendo;… Esa pasión compartida desencadenó en una iniciativa que tenía como fecha de arranque el 14 de octubre de 2015. Una tertulia con periodistas valencianos. Solo había tres normas: Siempre sería en un bar de menú que no superara los 10 €, las redes sociales se quedarían en la puerta y no habría un guión previo. Todos los convocados (Paco Inclán, Xavi Aliaga, Laura Ballester, Mikel Labastida, Marta Moreira, Eduardo Guillot, Kristin Suleng, Txema Rodríguez, Felip Bens, Javier Alfonso, María Iranzo y el 100% de Verlanga) aceptaron participar en esa primera quedada o en sucesivas. Un día antes, un mail con la peor de las noticias cancelaba el encuentro. Casi un año después, aquel cáncer de pulmón ha convertido la cancelación en definitiva.
«Cuando llegue la muerte habré pensado tantas veces en ella que no será una sorpresa, aunque sí una novedad». La muerte es una putada. Egoístamente porque te hace descubrir las cosas pendientes con el que se marcha, pero sobre todo por lo que no va a venir. El último año, Ignacio Carrión escribía siendo consciente de la contrarreloj que estaba viviendo. Así, consiguió editar tres nuevos libros. El último, «Ingleses», llegó el viernes a las librerías. Un día antes de su marcha. A su lado socarrón le hubiera resultado divertida la coincidencia. Tenía más libros en la cabeza. «Dinero», uno sobre las casas en las que había vivido, otro sobre su enfermedad, una recopilación de sus artículos en ABC, Cambio y Diario 16 y El País, otra de entrevistas,… Afortunadamente queda su legado. Y lo mejor que se puede hacer por él es no dejar de leerle.
«Nací por accidente bélico en San Sebastián (Guipúzcoa). Mi familia es de Valencia. Mi padre era pobre y mi madre millonaria. Mi abuelo materno era banquero y terrateniente. Mi abuelo paterno era Guardia Civil y vigilante nocturno de la Caja de Ahorros. Soy el resultado de este desequilibrio social. Mi primera nómina la recibí del semanario Blanco y Negro. De allí pasé al diario Abc para ocupar la corresponsalía en Inglaterra durante 4 años. Con Cambio y Diario16 estuve 5 años en USA. Con El País fui enviado especial por todo el mundo hasta mi jubilación. Sin embargo, un periodista no se retira jamás.
Escribí mucho sobre demasiados temas. Hice entrevistas. Crónicas. Reportajes y columnas. Casi siempre tuve que trabajar con prisas (y a menudo con dificultades de transmisión) pero sin apresuramiento. He escrito ficción: relatos y novelas. Una de estas obtuvo el premio Nadal (1995). También he publicado libros de no ficción sobre viajes por España o por el extranjero: India, USA, URSS. He escrito algún ensayo. Se han publicado mis Diarios –aunque no en toda su extensión- en cuatros volúmenes. Los casi 200 cuadernos manuscritos se guardan en la Biblioteca de Humanidades de la Universidad de Valencia. Hice donación de todos mis textos.
He pronunciado conferencias en universidades de los EE.UU. Pocas en España. He impartido cursos para adultos de escritura creativa con el único fin de animarles a escribir. He leído mucho –empecé tarde- y lo sigo haciendo. No sigo modas. No imito a nadie. Admiro, eso sí, a muchos. Solo hago caso a lo que me dicta mi instinto y al sentido común. Prefiero el error a la obediencia».