A Fidel Oltra lo podéis leer en Ruta 66, Muzikalia (donde es redactor jefe), Lecturas Sumergidas o su muy recomendable blog Música Para Leer. Siempre con el equilibrio perfecto entre erudición, pasión y afán divulgativo. Actualmente se dedica a la docencia y de pequeño tenía dos obsesiones muy saludables: los cómics Marvel y hacer listas con las canciones que sonaban en la radio. En Verlanga, le hemos pedido que comparta sus favoritos.
Un disco:
Crime of the Century (Supertramp, 1974).
Es complicado escoger solo un disco favorito, pero finalmente me he decidido por este primer álbum de Supertramp con su formación clásica. Me parece perfecto de principio a fin, desde la inquietante armónica que abre “School”, hasta que la no menos perturbadora coda de “Crime of the century”, el tema que la da título, se va deshaciendo en el vacío. No se me ocurre ningún cambio que pudiera mejorar la disposición de las canciones. Hodgson y Davies, aunque está claro de quién es cada tema y los alternan escrupulosamente en el disco, todavía trabajaban codo con codo, colaborando cada uno en las canciones del otro en un ambiente mágico y productivo.
Una canción:
All My Tomorrows (Frank Sinatra, 1961).
Bueno, esto es peor todavía… Para mí hay miles de “mejores canciones”, cada una tiene su momento vital, su contexto. He optado por esta canción porque es la que más me ha obsesionado en este último año. Todo en ella me fascina, principalmente el hecho de que se trata de una maravillosa canción de amor en la que no se menciona en ningún momento la palabra “love”, ni “I love you” ni nada similar. Simplemente el autor deja constancia de que sus ilusiones, sus anhelos, sus futuros posibles triunfos y fracasos, todo ello está supeditado a la compañía de la persona amada. Por supuesto el autor no es Sinatra, pero el cantante, como siempre, acaba haciéndola suya y convirtiéndola en retazos de su propia vida.
Un concierto:
Bob Dylan. València, 2019.
Aquí no he dudado ni un segundo. Por tres motivos, principalmente. El primero, porque era la primera vez que veía a mi ídolo, mi cantante vivo favorito, ya que por cuestiones personales no voy mucho a conciertos y menos multitudinarios. El segundo, porque mientras asistía apabullado a una nueva lección del maestro y su magnífica banda, mirando de reojo al cielo por si empezaba a llover, no podía quitarme de la cabeza que en unos días me iban a dar un diagnóstico que podía cambiar mi vida para siempre. Afortunadamente salió cara y aquí seguimos. El tercero es obvio: era Bob Dylan, en directo, a pocos metros de mí y reinventando de nuevo sus canciones. Todo se confabuló para que fuese una noche mágica de asombro, vértigo y sobrecogimiento.