Guillermo Artés ya avisa de sus intenciones desde la portada, transmutado en una especie de Walter White. No ha cambiado de vida tan drásticamente como el protagonista de «Breaking Bad», pero su música sí. El pop o el folk de anteriores aventuras como Kindergarten o Guillemka ha dado paso a un furioso rock and roll de enérgica base blues bautizado como Pentatronika. «Fuego» se llama el primer artefacto.
¿Satisfecho con el resultado final de «Fuego»?
John Lennon decía que el blues es como una silla donde te sientas. Es lo que he hecho. Creo que el resultado es un disco de rock heterodoxo, contundente y creíble. Veo una coherencia de principio a fin, que a lo mejor faltaba en trabajos míos anteriormente.
En un principio iba a ser una autoedición, pero ha acabado publicado por Hall of Fame, ¿cómo surgió la posibilidad?
Hace un par de años, grabé unas pocas canciones y las compartí en Bandcamp. Había dos personas de las que me interesaba mucho saber su opinión. Uno era Alejo Alberdi (ex-Derribos Arias) y otro Luis González (Caballero Reynaldo, Hall of Fame). El primero me dijo que sonaban como un cañón y el segundo me aconsejó que siguiera adelante. Cuando tuve el máster completo, se lo envié a Luis. Tras escucharlo, me manifestó que quería editarlo. Hall of Fame es un sello pequeño, pero es uno de los mejores de este país. Me siento parte de un club selecto donde hay mucha música imaginativa.
Es un disco con unas letras muy marcadas por la realidad actual. Has pasado de cantar (en Guillemka) a Syd Barrett a Cospedal. ¿No tienes miedo de que esa concreción temporal pueda afectar en un futuro a las canciones o es un riesgo que no te ha importado correr porque la necesidad crítica estaba por encima de ello?
Ha habido muchos artistas que no han dudado en utilizar la actualidad para expresarse. “New York” de Lou Reed está plagado de personajes de la época que ya no son relevantes, pero eso no le resta validez. En mi caso, tampoco doy demasiados nombres. Desgraciadamente, creo que estos tiempos que nos tocan vivir se van a prolongar y por tanto no creo que los temas envejezcan tan rápido. La mentira, el miedo, el poder, la indignación, han estado siempre ahí. Parece que algunos artistas empiezan a sentir la necesidad de contarlo, pero son pocos, resulta incómodo. No verás muchos tocando en los festivales, como comento en “Chicas con ukeleles”. De todas formas, la temática del disco no solo es esa. Digamos que es un 70% sociopolítica y un 30 % carnal, incluso mezclando ambas cosas.
El disco está coproducido con Dani Cardona, ¿de qué se encargó cada uno?
Son acciones comunes, uno sugiere, el otro escucha, el resultado final es lo que creemos que funciona mejor. La producción es un proceso fascinante en el que se toman cientos de decisiones. Por ponerte un ejemplo, en el tema que da título al disco introduje varios samples. Al final, Dani colocó algunos en sitios diferentes a los que yo había pensado, funcionaban mejor. La grabación que llega al público es una entre todas las posibles variantes.
En todos tus proyectos, da la sensación de que la voz (por tu manera de cantar) acaba recibiendo el mismo tratamiento que cualquier otro instrumento. ¿Es algo que tienes presente a la hora de componer o grabar?
Para mí, la voz es el instrumento más importante, que más te diferencia de otros artistas, que te hace sentir y al mismo tiempo posee un discurso. Que se lo digan a Cohen o a Cave. No entiendo por qué muchos grupos de pop de este país se preocupan más por el sonido de las guitarras y luego la parte vocal suena aburrida, mimética y en el peor de los casos, mal ejecutada. ¿Alguien se imagina a un cantante de soul que no te haga sentir nada?
El disco cuenta con una amplia nómina de músicos valencianos, ¿cómo se fue gestando su participación? ¿Siempre la propuesta fue tuya? ¿Hubo alguno que al final no pudo participar? ¿Qué crees que aportan al disco?
Fue propuesta mía, los tenía en mente cuando las canciones aún no se habían grabado. Todos pudieron participar y además lo hicieron puntualmente. Lanuca, Gilbertástico, Carolina Otero, Chumi (Doctor Divago), Roberto Fort (Desguace Café). Santi Serrano fue la única intervención no intencionada, de batería pasó a ser corista.
La base de las canciones del disco está construida por solo dos personas, Dani Cardona y yo. Por tanto, la aportación de otros músicos es impagable, le da un color necesario y ayuda a crear nexos entre los músicos locales. Estoy muy agradecido.
Las primeras canciones que compartiste de Pentatronika eran puro blues. ¿Qué pasó para que sin abandonar cierta base rítmica («Blues de Cospe Dhal», «Insolación») hayan mutado en un rock and roll poliédrico y musculado?
Has dado en el clavo. El disco se grabó en dos fases, los temas más antiguos tienen una impronta más bluesera, a lo John Lee Hooker, pero huyendo de calcos. Al igual que le sucedió a los músicos británicos de de los años 60, ese blues muta en rock en la segunda fase. Hay más arreglos, incluso melodía, aunque se mantiene el espíritu inicial.
¿Qué tiene Pentatronika musicalmente de Kindergarten y Guillemka, tus proyectos anteriores?
Mantengo cierto afán de experimentación y de huida de lugares comunes, además de la letra «k». Sin embargo, mi último disco es diferente porque sale de las entrañas, es sucio a la par que elegante y tiene una raíz afroamericana. Es rock, no es pop o folk.
¿Cómo ves la escena musical en Valencia?
El área metropolitana de Valencia tiene más de un millón de habitantes, es una urbe con mucho potencial. Aquí siempre ha habido de todo, cierta efervescencia, a pesar del maltrato que sufre la música y el postureo de algunos, que decide que ciertos sonidos estén de moda y otros no.
Vivimos en un país subdesarrollado culturalmente, al poder nunca le ha interesado crear unos ciudadanos cultos y sensibles al arte. Muchos gestores tampoco entendieron que la música popular es cultura y que hay que apostar por el talento local. No estoy hablando de subvenciones, hablo de promoción y educación, con criterio. Al final, la mayoría de artistas funcionamos a nivel underground, es fácil cansarse y tirar la toalla, al igual que los empresarios del sector. Por poner un ejemplo, los franceses no son amantes de la cultura por casualidad, hubo políticas de estado para que esto fuera posible. La cultura es una pieza más de la sociedad, al igual que la economía, la educación o la sanidad. No tenemos un proyecto de país y estamos en una encrucijada de la que tenemos salir con imaginación, sin prejuicios, con dirigentes dignos.