No les entretendré con una entradilla que lo único que quiere es presentar / justificar que a continuación vienen unas cuantas reseñas de discos bien dispares, por estilo y procedencia. Así que parafraseando a aquel «sabio» publicista, «prueben, comparen y … elijan todo lo que les guste».
«Inagotable suministro», Capaje (varios sellos)
El debut de Capaje son once lonchas de furiosa energía, allá donde el hardcore dicen que se puso un prefijo. Canciones con unas tremendas bases melódicas a las que las espasmódicas capas instrumentales lanzan al más allá. Con la expresividad con que el tendón consigue mover las extremidades, sus temas avanzan a golpe de nervio, articulando descargas que salvo en una ocasión no superan (ni falta que les hace) los tres minutos.
El trío valenciano va directo al grano y no se pierde en rodeos, guiados por las potentes voces que, en ocasiones se convierten en las auténticas protagonistas (algo así como si L’Hereu Escampa tuviera un soporte motorizado) de las composiciones. Pero que la apariencia no engañe a nadie, hay velocidad y contundencia, pero también un poso más tradicional que convierte a cortes como «En trance de tontería inquieta» o el que da título al álbum, en potenciales hits de brazo en alto.
El disco ha sido editado en vinilo gracias a la colaboración de los sellos Dead Stallion & The Battalion Million Records, Canya de la Muntanya Records, The Safety Pin Generation, Discos de Perfil y Culpable Records. Y cuenta con las fascinantes ilustraciones de Pablo Fernández Serrano.
«Intacte», Novembre Elèctric (Mesdemil)
Novembre Elèctric (el proyecto musical de Yeray Calvo, acompañado en directo por Rodrigo Domínguez y Sergio León) se han convertido en una de las sorpresas de la temporada gracias a su magnífico debut, “Intacte”, que ganó el galardón a mejor disco Pop en los recientes Premis Ovidi Montllor . Folk intimista con algunas gotas pop, que captura (con facilidad pasmosa) sentimientos e historias que, aunque por la forma (casi susurrante) de cantar de Yeray pueden aparentar cierta introspección, en realidad son absolutamente universales.
La figura de Bon Iver cobra protagonismo en los primeros compases del disco, con canciones que lucen ese tipo de tristeza (especialmente «La flama») que muta en belleza y no duele. También hay lugar (a partir de «Del vent») para la recreación atmosférica y la apuesta por ciertas composiciones menos inmediatas (Coldplay, los Radiohead más humanos) que esquivan el misticismo autocomplaciente en el que podrían haber acabado, pero que terminan aportando los momentos menos interesantes del álbum. Los dos últimos temas hermanan Algemesí con la Islandia de Sigur Rós, gracias a un supuesto minimalismo sonoro como cabecera y una intensidad emocional que vuelve a situar al disco bien alto, noqueando emocionalmente al oyente, que se queda con ganas de mudarse al adictivo corte con el que se cierra (y que bautiza) este trabajo.
«La Lluminosa», Esperit! (Bankrobber)
Escuchar el segundo álbum de Esperit! es como asistir a la fiesta mundial de la música. Una mezcla de estilos que seguramente habrá tiendas de discos que no podrán ofrecer. Hay country, dub, folk cuasimedieval, aires krautrock, blues o rock galopante, entre otros muchos sonidos. Todo bien engrasado, hilvanado en un discurso coherente, lejos de resultar un banco de pruebas y muestras. Por una vez, la nota de prensa no exagera un ápice cuando afirma que en Mau (Dalmau Boada, cerebro privilegiado que se esconde tras Esperit!) todo es groove y psicodelia. Les ha faltado añadir, clase y actitud.
La figura de Pau Riba flota por cada minuto de «La Lluminosa», pero más como referencia conceptual que como influencia directa. Boada da la sensación de no haber acabado su viaje, de seguir sintiendo la necesidad de investigar, probar, componer, sin ninguna atadura o luz que guíe su trayecto. Buscando cualquier sonido que dé sentido a esta suerte de soul futurista en que anda embarcado. Estas catorce canciones (versión de The Cheese incluida) son la mejor muestra de que se puede confiar en él a ciegas. Ojalá surgiera un mecenas que le pagara una vuelta al mundo, anual, con la condición de que al regresar registrara un nuevo disco cada vez. La felicidad debe ser algo parecido a ese sueño.
«Supralumínico», Peepshow (Epsilide Records)
Cuando un grupo deja pasar ocho años entre un disco y el siguiente, además de por cuestiones económicas o personales, es porque o no tiene nada que contar o está cuidando con mimo y esmero cada detalle. En el caso de los valenciano Peepshow da la sensación que nos encontramos ante la segunda de las posibilidades. El esmero y la dedicación abarca absolutamente todo, desde lo relacionado con la música hasta el sobre en el que se hacen los envíos promocionales. Y algo que puede resultar frívolo o superficial para algunos ojos, se descubre como indicador del concepto que ellos tienen de su trabajo.
Sin embargo, por mucho cariño que le pongan, si no hay canciones, el asunto acaba descarrilando. Aquí, en su tercer álbum, las hay. Tremendamente adherentes, como ese himno de esencia ochentera y guiños noventeros (con prestamos de Radiohead) bautizado «Nuevas visiones». Título que además sirve para definir un poco el filtro futurista que lo recorre, como la banda sonora de una película (o un videojuego) que se desarrolla en un mañana incierto. Post-punk que bebe del pasado, pero sin girar la cara al presente. Una suerte de rock cósmico salpicado de un halo de romanticismo bien entendido que les emparenta, por ejemplo, con Editors o Interpol.
«Atlàntic», Atlàntic (autoedición)
La puesta de largo de Atlàntic fue en la Facultad de Teología (dentro del ciclo Seu Mostra) y teniendo en cuenta la devoción que tiene Josep Bartual por el pop pluscuamperfecto no podía haber elegido otro lugar. Igual que hay gente que cree en Dios, él confía en las melodías melancólicas, los estribillos pegadizos, los cambios de ritmo milimétricos o los coros y arreglos que embellecen las canciones. Todo eso es Atlàntic (grupo que compatibiliza con Moonflower), que han debutado con un ep digital de cinco temas.
A Bartual le acompaña un miembro (Thomas Mantovani) de su grupo paralelo, un Delocksley (Pablo Obiol) y Fran Mesado, en esta aventura para propagar las bondades del pop de guitarras. Tan pronto siguen la estela de Teenage Fanclub o La Habitación Roja (especialmente en «Nunca lo sabrás» o «Estrella fugaz»), como inyectan algo de músculo lánguido en la mejor tradición de The Lemonheads.