Estudio de grabacionCuesta hablar de escena valenciana cuando se trata de tres trabajos tan diferentes entre sí. Pero lo que sí es real es que se vive un buen momento musical en la provincia. Entendiendo como tal todo lo relativo a la creación. La sostenibilidad, rentabilidad y difusión ya es otra cosa. Pero cuando los músicos hacen bien su trabajo, poco más se les puede exigir.

Discos
Puede pensarse que Mireia Vives (Rapsodes) y Borja Penalba (Lluís Llach, Miquel Gil, Maria del Mar Bonet,…) vivían en realidades musicales distintas. Es tan cierto como que también compartían puntos de encuentro. La conjunción de ambos factores es, seguramente, la culpable de que su unión sea una de las propuestas más estimulantes de la música valenciana reciente. Rodada en varios conciertos y con la grabación de un primer álbum conjunto en el horizonte, el proyecto de «L’amor fora del mapa» (Mésdemil) se cruzó en su camino. Imposible decir que no a poner voz y música a los poemas que se incluían en el libro, del mismo título, de Roc Casagran, editado por Sembra Llibres.

El resultado es tan extraordinario que funciona con independencia del texto. El tono dulce de Vives y el más rasgado de Penalba se complementan (aunque coincidan menos veces de las deseadas) en esta historia de amor por entregas, herederos de (salvando las distancias) otras parejas como Gainsbourg / Birkin o Lannegan / Campbell, y sin un solo patrón sonoro que guíe el trayecto. Y así deambula del pop melancólico a otro más vitalista con la misma naturalidad con la que hace parada en el bolero, el charlestón, el soul, o la canción de autor, entendida esta como el resultado de las enseñanzas dylanianas o tomwaitsianas. Las canciones van salpicadas de fragmentos recitados de la obra estrechando los lazos (como bien apunta la portada del disco) entre el libro y la música.

Resumir 35 discos y 20 años en 30 canciones solo está al alcance de Caballero Reynaldo, tal y como lo atestigua «Beethoven era negro» (Hall Of Fame Records). Luis González (verdadero nombre del músico) nunca ha ejercido de acomodadizo, así que a la hora de abordar este equilibrado y estupendo recopilatorio (solo quedan fueran sus covers de Zappa), lo mínimo que podía hacer era volver a grabar los temas seleccionados. Y ya que la ocasión lo merecía, envolverlo todo en un coqueto digipack con un libreto en el que da un repaso significativo a toda su trayectoria.

En el apartado dedicado al año 2007 dice que siempre ha procurado no aburrirse «con la música, tengo pavor a que esto ocurra porque no sabría en qué emplear el tiempo (…) mi música es muy ecléctica, hay estilos que se me dan mejor que otros, mi técnica instrumental es muy justa, pero afrontar todo tipo de géneros es excitante y principalmente lo logro a base de intuición». Poco más se puede añadir. La treintena de cortes que recoge el cd se ajustan, con precisión, a estas líneas. Hay pop cósmico, música de baile trotona, folk campestre, swing de chaqué, blues deconstruído, revisiones galácticas de Blur, de The Clash vía Kortatu o de Morricone, y todas aquellas etiquetas que uno pueda ir inventando e imaginando a medida que se suceden las canciones. Como cantaba en «La herencia genética» (no incluída en este álbum), «sabrás lo que es la felicidad si no intentas averiguar misterios que no podrás controlar jamás, ni en sueños». Así que dadle al «play» y que aproveche.

Consuelo Hueso es mezzosoprano. Ha cantado a Vivaldi y a Falla. Ha alternado ópera y zarzuela. Ha formado parte del elenco de «Els tres porquets». Ha interpretado a autores rusos de los siglos XIX y XX como Mussorgsky, Tchaikovsky o Shostakovich. Ha puesto en marcha un proyecto con el que difundir las obras compuestas por mujeres. Y ahora, también, ha grabado su primer disco, «Si canto» (Picap), con producción de Pepe Cantó.

Un trabajo en el que no solo destaca la riqueza vocal, sino que la parte musical deviene imprescindible, gracias a una nómina completísima de instrumentos. Una sorprendente versión del «I si canto trist», de Lluís Llach, abre un álbum en el que Hueso consigue lo más complicado cuando el material sobre el que se trabaja es ajeno, hacerlo propio. Ocurre con «Al vent» (Raimon), «O sole mio», el «Senza fine» de Gino Paoli o su adaptación de «La tarara» (con el vibrante contrapunto de Isabel Julve al micro), entre otros. Pero sobre todo con su particular recreación de «Le temps de vivre», de George Moustaki, convertida casi en una pieza de pop de cámara con unos coros infantiles arrebatadores. En definitiva, un disco que evoca el pasado para viajar al futuro, que pisa Occidente sin olvidar Oriente y que no parece tener límites a simple vista.