Los títulos de las canciones de un grupo muchas veces hablan más de lo que, a simple vista, se puede creer. Ahí están «Por puro placer», «Así salga bien», «Buena voluntad» o «Pronto habrá más», cuatro muestras del debut de Coleccionistas que bien podrían ser la columna vertebral de este artículo. Nacidos como fruto de un encuentro casual en un concierto de La Habitación Roja, cuesta creer que sus tres miembros no hubieran acabado trabajando juntos (sobre todo porque dos de ellos ya lo hacían) si ese día no hubieran coincidido en un escenario.
Remi Carreres (Glamour, Comité Cisne, Jean Montag, Mist), Jorge Pérez (Ciudadano López, Maderita, Tórtel) y Víctor Ramírez (Oh, Libia!, Ramírez) son los pilares sobre los que se asienta y fluye Coleccionistas. Sus canciones para bailar a cámara lenta tienen un punto de anclaje en nombres como Brian Eno, Talking Heads o Blondie, pero sin girarle la cara a propuestas más actuales como Panda Bear. Siempre con la sensación trasladada a sus composiciones de que ni hay límites ni hay prisas, y en las que el placer por hacer música se impone a cualquier atisbo de pretenciosidad.
El hedonismo suele ser señalado como un pecado frívolo que nos hace personas más inmaduras. Prejuicios absurdos de una sociedad todavía muy marcada por ciertas enseñanzas pasadas para las que el disfrute de la vida debe ser sustituido por el sufrimiento. Un colectivo feliz es más peligroso que uno asustado. La música de Coleccionistas es una invitación, un cheque en blanco, a dejarse llevar y divertirse. Pero no como un dogma o un impulso superficial, sino como un sentimiento irrefrenable que nace en el propio adn de las canciones. Ese aire melancólico (casi cinematográfico en algunos pasajes) que hipnotiza o el mantra en que se convierten unas letras que repiten y repiten frases (estableciendo una conexión interestelar con la música electrónica), son la puerta a un universo en el que todo parece posible, hasta volverse invisible bailando.