Fernando Alfaro es uno de los músicos menos acomodados del panorama español. Aunque su último trabajo, Sangre en los surcos (Intromúsica/Warner, 2018), transmita en apariencia tranquilidad, lo suyo es aplicarle el prefijo «in» a toda su carrera (sea en Surfin Bichos, Chucho, con Los alienistas o firmando con su nombre y apellido), entendido como la sana costumbre y capacidad de no repetirse. Para ese último trabajo, desnudó y grabó veintiuna canciones. Cuatro de ellas nuevas, el resto de su larga trayectoria, sonando si cabe más crudas en su nuevo modo acústico.
¿En qué momento musical te encuentras?
Con mayor o menor ritmo no paro de componer. La verdad es que estos años el ritmo ha sido frenético. Saqué Saint-Malo, con trece canciones, y luego salió un ep con un par más, en 2015. Menos de un año después se publicó Los años luz, de Chucho, que lleva otras trece compuestas por mí. Y en 2017 estaba ya con temas nuevos, cuatro de los cuales entraron en Sangre en los surcos. A veces lo comparo con un jardinero que tiene un jardín salvaje que crece un poco descontroladamente.
Ahora mismo estoy haciendo canciones nuevas, pero son para el próximo disco de Chucho. Estamos trabajando en ellas. Juan Carlos (Rodríguez) me ha mandado alguna suya. Estamos ya con material candente.
Esas cuatro canciones nuevas de Sangre en los surcos, que no aparecen seguidas en el disco consiguiendo por ello una mayor integración en el total, ¿las recuperarás en tu próximo disco en solitario en caso de que este fuera más eléctrico? En ese caso, ¿las readaptarías para los directos?
No lo tengo previsto. Para mí tienen sentido en este disco. Cuando se me propuso el disco de repaso de mi trayectoria, de esta forma, así acústico, espartano, una de las razones por las que acepté fue porque tenía previsto que lo nuevo que grabara tuviera esa forma también. Una de las condiciones que puse para aceptar hacerlo, que fueron muchas (risas), era incluir algunos de los temas con los que estaba trabajando, porque le daba más sentido a hacer un disco así. Si era un repaso de mi trayectoria y mi trayectoria sigue abierta lo coherente era incluir temas recientes también.
Las cuatro canciones han encontrado su forma y acomodo en este disco. Siempre que grabo uno nuevo tengo que descartar canciones (risas), así que dudo que tenga que recurrir a ellas.
¿Desnudar las canciones te sirvió para reconciliarte con alguna con la que no estuvieras contento por como quedó grabada en su día?
Realmente es que no es una reedición de las canciones, es casi lo contrario. Desde hace unos quince años empecé a tocar yo solo, con acústica, para tener la libertad de poder rescatar canciones mías de cualquier época. La aproximación que hacía era más, digamos, emocional. Rescataba aquellas canciones que me revolvían por dentro en ese momento. Y es justo lo que hice con este disco. La primera reacción natural fue hacer un set list racional a partir de las doscientas cincuenta canciones que tengo editadas, cuáles por coherencia deberían entrar, pero no me apetecía, no funcionaba. Así que decidí volver al camino de la aproximación emocional y grabar las canciones que me motivaran algún tipo de sentimiento potente. Fui al estudio con una lista bastante abierta de unas ochenta canciones, que eran las que más había ido tocando en los conciertos acústicos, y me dejé llevar.
¿Te pasó algún tipo de factura esa aproximación emocional a las canciones?
Cuando estaba solo en casa y recordaba algunas de las canciones, que por cierto lo hago prácticamente sin escuchar la versión original de forma que hay veces que llego al mismo sitio por caminos distintos, cuando estaba en casa, decía, en este proceso con las canciones, el choque emocional fue muy fuerte en muchos casos. Y no por nostalgia, sino porque era como atravesar un campo de minas emocionales. No es que me encontrara una foto del pasado, sino que de repente, decía «hostias, esto estaba aquí» y me estallaba en la cara. Eso me pasó, sobre todo, en casa, estando solo. Porque con el público alguna vez, también, me ha pasado, pero procuro evitar ese impacto emocional de las canciones porque si no no puedo seguir adelante.
En directo intentas que te pase menos, pero en el estudio volví al entorno aislado. Además, grababa solo con Paco Loco, luego algunas canciones con Darío Vuelta, pero también solos. Fue una situación como de cartas boca arriba emocionales y me volvió a a ocurrir aquello. Fue, por un lado, inspirador, y por otro catárquico.
¿Qué lugar ocupa Sangre en los surcos en tu carrera en solitario como Fernando Alfaro? ¿Un recopilatorio, un disco más o un impase hasta el próximo álbum eléctrico que grabes?
No sé cómo será mi próximo disco como Fernando Alfaro. Un impase no es porque no hubiera grabado un disco con 21 canciones (risas). Es un disco que empezó como una propuesta ajena, que no estaba dentro de mis planes, a partir de que me vieran en esos conciertos acústicos que daba. Convine con ellos que sí que tenía sentido dejarlo plasmado en un disco. Y me dieron total libertad para darle el enfoque que yo quisiera. No tenía sentido que fuera un simple recopilatorio, sino que fuera más allá. No quería desautorizar esas canciones en su versión original, sino reflejar que ahora tenían también vida propia en ese nuevo formato, en directo, y que yo las tocaba totalmente a gusto. Está claro que no es como cuando haces un disco todo con canciones nuevas, pero mi sensación mientras trabajaba en él y lo grababa sí ha sido de un disco nuevo.
En algunas ocasiones has mencionado los American Recordings de Johnny Cash, con Rick Rubin, como un posible referente de este Sangre en los surcos. En aquellos discos, Cash incluía también versiones. ¿Te has planteado si habrá alguna entrega más y si incluirías versiones?
Está claro que siempre se piensa en esas cosas (risas). Puede que haya una segunda parte del disco o puede que no, en estos momentos no lo sé. No tengo nada decidido en este sentido. Si se hiciera sí que habría una opción de grabar versiones, pero de la misma forma que no fue racional la selección de las canciones de Sangre en los surcos, tampoco lo sería la elección de las probables covers. Serían canciones que por alguna razón, dentro de mi biografía, me ha gustado tocarlas porque me han movido algo por dentro o me han hecho sentir cosas, sin mirar de quienes sean. Que esto es lo que hizo Johnny Cash cuando eligió, por ejemplo, la canción de U2. Pero todo esto que hablo es en hipótesis, que ahora no tengo la cabeza en ello.
La desnudez practicada a las canciones de Sangre en los surcos les ha dotado de cierta luminosidad o esperanza frente a la oscuridad que, muchas de ellas, traían de origen.
Por muy oscuro que sea el momento que te lleva a hacer una canción, o el momento que reflejas, o las cosas que estás contando, el mero hecho de coger la guitarra, o cualquier instrumento, y ponerte a construir la canción y hacerla llegar lo más lejos y lo mejor posible, eso, ya es un acto de esperanza puro. Esa es la paradoja. Muchas veces los momentos más bajos acaban haciéndote remontar y eso es lo que reflejan las canciones.
El disco se abre con Dominó, la canción posiblemente más autobiográfica de las que has escrito. Curiosamente, el primer disco en solitario de Fino Oyonarte, Sueños y tormentas, empieza con el tema Afortunado, que también cuenta en primera persona pasajes de su vida. Más allá de la casualidad de que los dos trabajos hayan coincidido temporalmente, ¿crees que cuándo un músico alcanza determinada edad tiene la necesidad de ser más confesional respecto a lo que ha vivido?
Fino y yo tenemos biografías paralelas, compartimos referentes y nuestra trayectoria vital tiene paralelismos, pero curiosamente nunca hemos llegado a trabajar juntos, aunque hemos tenido mucho contacto personal. Dicho esto, creo que sí que hay un rasgo cronológico en el hecho de que cuando llegas a cierta edad, al menos como artista, has grabado tantos discos y has dicho tantas cosas de tantas formas, que hay un momento en el que dices «ahora me vais a oír, (risas), ahora me vais a entender, lo voy a decir claro, se acabaron las interpretaciones» (risas). También quiero apuntar que muchas veces lo veraz, los hechos acontecidos, funcionan mucho más que la ficción a la hora de hacer partícipe a la gente de sentimientos más generales. En ocasiones utilizas la ficción para, como decía yo en la canción De aire, de Chucho, no contar tu propia vida, sino contar la de todos nosotros («Os contaré vuestra vida / no voy a contar la mía»). Y es algo que sí, últimamente tengo esa tendencia, y no solo en este disco, también en Saint-Malo lo hacía mucho, o en Los años de luz, de Chucho. Es como una estilización del estilo. Una purificación.
¿Crees que con estos aires de conservadurismo actuales que vivimos, que ponen en entredicho y censuran la libertad creativa, serían posibles letras como Fuerte o Mi refugio (ambas en Sangre en los surcos) sin que te ocasionaran algún problema o te acusaran de alguna cosa absurda?
La provocación forma parte del rock, por nombrarnos de alguna forma en sentido amplio. Empieza por provocarte a ti mismo y también a los demás, a todos y todo. A todo lo que se mueva. Con esto creo que lo digo todo. Los músicos y compositores no somos profesores de Primaria.
Tus canciones, aún sin ser pop en muchas ocasiones, sí que adaptan recursos propios de la música pop como la inmediatez de la primera estrofa, la repetición de versos, los tarareos,… ¿es intencionado?
Es una observación totalmente acertada. La forma, el vehículo, que siempre he querido que tenga el, llamémosle, mensaje o las rayadas o las movidas que puedo intenta explicar, o los sentimientos confusos que como buen ser humano tengo, se trasladan mucho mejor si se pueden tararear. La estructura clásica del pop me parece genial, un gran hallazgo artístico de la humanidad. Y me gusta mucho usarlo. Intentar hablar de situaciones complejas con elementos muy sencillos y que funcionan como una especie de flecha.