Circula por Valencia un chascarrillo facilón que convierte a La Habitación Roja en La Habitación Floja. Hace referencia, claro está, a la querencia del grupo por las melodías pop y las canciones melancólicas. Como si eso fuera un delito. Una militancia, además, declarada, eso sí con algunas excepciones (ahí están sus directos o canciones como «Canción de amor definitiva», «Tened piedad del expresidente» o «La destrucción o el adiós»). Sin embargo, lo que llama poderosamente la atención es la naturaleza del chistecillo. En pleno siglo XXI y cuando se daban por enterrados algunos pensamientos casposos, renacen con la excusa de la risas espontáneas. Es la típica batalla perdida del pop en favor del estereotipo del hombretón duro del rock and roll. Aunque pocas actitudes más valientes que seguir haciendo canciones de amor más allá de los cuarenta años.
La Habitación Roja es un grupo clásico en el sentido más histórico del término. Sacan discos concebidos como tales y no una suma despendolada de temas; hacen giras; se ocupan de los fans; tocan sus hits en directo;… de alguna manera es como si devolvieran lo que sus bandas favoritas les regalaron cuando eran unos chavales. Puede parecer una forma de llevar una carrera alejada de los nuevos tiempos, pero veintiún años y diez discos grandes les dan la razón. Cifras que no casan con la suerte, sino con el trabajo. Por eso, muchas veces, llama la atención la escasa presencia de músicos en sus conciertos como público, más allá de gustos. Si alguien se ha acercado a la fórmula secreta son ellos.
«Sagrado corazón» (Mushroom Pillow) es su disco más reciente. Un álbum plagado de hits a largo plazo. En el que, precisamente, lo más instantáneo es lo más prescindible, como esa aproximación al baile de «You gotta be cool» que, sin ser la primera vez que lo practican (ahí están «De cine» o aquel entusiasta divertimento titulado «James Stewart»), acaba desentonando en el conjunto global. Poco más que objetar a un excelente trabajo que sigue consolidando a La Habitación Roja como un grupo con una carrera reconocible (algo francamente difícil), en el buen sentido de la palabra, ese que podría extrapolarse a lo que hicieron REM, The Smiths, Nacha Pop, 091 o Golpes Bajos, salvando todas las distancias que cada uno quiera. Siguen siendo imbatibles con los medios tiempos, ahora con una cadencia más madura («Volverás a brillar» ); añaden nuevos himnos a su discografía («Sombras en la oscuridad», «Ahora todo es posible»); miran con desparpajo a los discos con los que crecieron («La vida es corta»); se adentran con brillantez y arrojo en el universo de Manuel Alejandro («24 de marzo» con Zahara); dosifican la epicidad en su justa medida («Sé tu mismo») y vuelven a entregar una balada, simplemente, perfecta («Al querer»). Es, este, uno de esos trabajos que crece con cada escucha. Y que alcanza la cima pop que ya coronaron con «Fue eléctrico» (2012), «Universal» (2010) o «4» (2003).