Matthew Sweet. Foto: Evan Carter.

Si algún día se hiciera una exposición con iconografía generacional musical de los años noventa, la portada de 100% fun (Volcano, 1995), de Matthew Sweet, debería ocupar un lugar privilegiado. Es uno de esos fogonazos mentales que asaltan cuando se recuerdan aquellos años. Algo que seguramente va más allá de lo musical, aún siendo un disco fabuloso, para entrar en el complicado terreno sentimental. Una foto del propio Sweet con 10 años, sonriente, escuchando música con cascos, mientras sobre sus piernas descansa la portada de la banda sonora de King Kong. Para cerrar el círculo, el título del álbum está extraído de la nota que dejó Kurt Cobain cuando se suicidó un año antes. Lecturas para todos los gustos.

En su interior se podía encontrar lo que siempre ha ofrecido el músico estadounidense. Por resumirlo en dos palabras, power pop. En tiempos del grunge, optó por compartir cierto desazón y melancolía, pero virando la mirada hacia todas las B melódicas imaginables: The Beatles, The Beach Boys (Brian Wilson como plus además), The Byrds, Big Star o Badfinger. Con trece discos a sus espaldas, así sigue, por mucho que se empeñe en declarar en todas las entrevistas que su último trabajo, Tomorrow’s Daughter (Honeycomb Hideout, 2018), es algo distinto en su discografía. Una manía casi habitual cada vez que presenta una nueva entrega.

Son más de tres décadas agarrado a una guitarra, con mejores y peores épocas, con canciones más inspiradas que otras, con curiosos proyectos como los discos de versiones con Sussana Hoffs (por cierto, la Bangles es una de las escasas 24 personas que sigue en su cuenta de twitter, en la que priman los actores, aunque también aparecen Black Francis y Thomas Dolby), pero sin querer ni poder disociar música y vida. Solo de esa manera se pueden seguir componiendo maravillas como la Lady Frankestein de su último álbum.

Matthew Sweet actúa el domingo, 16 de diciembre, en el Loco Club, a partir de las 20.30h. 25/32€.