Eurovisión convertida (definitivamente) en reserva de twitteros ocurrentes. Unai Emery sin ganas de hacerle un favor a su ex-equipo. La zona del Cedro transformada en improvisado paraíso del low cost (lateros, botellón y griterío en el jardín central, un chino de la esquina con un menú para cenas inferior a los 5 euros). La redención, estaba claro que, sólo podía encontrarse a pie de un escenario.
La Sala Matisse es una pequeña sauna y eso que apenas hay gente. El público supera la media de los treinta años. Entre ellos, pura extravagancia, el cómico Ignatius. Se apagan las luces. Suena Genzor Cabalga (ese instrumental del último disco que parece compuesto para el remake de algún spaghetti western de Sergio Corbucci). A mitad canción, sale el grupo, enchufan los instrumentos y terminan el tema en directo. Así son ellos. Empiezan el concierto con media canción.
Tachenko son felices tocando. Se lo pasan bien. No hay impostura para la galería, ni afección simulada de tercera regional. No buscan la trascendencia de manual. Sólo hacen canciones pop, que no es poco. El público lo agradece. El público de Tachenko es fiel. Capaz de cantar las letras y saltar cuando reconocen uno de sus himnos preferidos. Afganistán, Tírame a un volcán, La resistencia o Dame una pista. Cualquier grupo empeñaría el mejor de sus estribillos por una parroquia tan leal.
Ríen, hacen bromas, sudan, se divierten. Y van desgranando un repertorio al que algunos críticos suelen ponerle adjetivos en diminutivo o algún pero por la pureza de su propuesta. Con el pop pasa como con la comedia. Hay gente a la que le cuesta tomárselo en serio. Curiosamente suelen ser personas cuyo discurso es pura galbana.
La música de Tachenko tiene algo de Los Pasos y mucho de Los Ángeles. Parte de los primeros Secretos. Hay momentos de Mamá e incluso de Malconsejo. También de The Kinks o Camper Van Beethoven. Y en ocasiones (pocas, muy pocas, pero haberlas haylas) de Yo la Tengo. De hecho, si alguien distraído hubiera entrado al final del concierto (no, no vale el momento vintage del pakistaní vendiendo flores) seguramente hubiera alzado el cuello para ver quienes eran aquellos émulos de Ira Kaplan.
Tachenko consigue siempre que su siguiente disco sea el mejor. Podrían tirar de nostalgia, de guiños a un pasado que no nos engañemos les golea en leyenda pero les iguala en repercusión, pero no lo necesitan. Una guitarra que Sergio Vinadé rescata, al romperse una de las cuerdas de la titular, es la única referencia a El Niño Gusano. No las evitan, pero no las precisan. El concierto es un rotundo set de melodías agasajadoras. El grupo está firmemente engrasado. Son una de las referencias insorteables del panorama independiente actual, aunque aún haya algún atolondrado que los siga tomando a chiste. Como grita un espectador saciado al acabar el último bis: «No os muráis nunca».
Fotos: Emili Santamaría