Y de repente apareció Pastore con su primer disco, Reverdecer. Con actitud rock; la adicción melódica del pop; letras que conectaban con el corazón, las venas y las entrañas. Un disco que olía a clásico por todos los lados, pura adicción que invitaba a la reproducción en bucle, que recordaba que el amor o su ausencia, es el mejor de los sentimientos sobre los que escribir una canción.
No inventaba nada ni falta que le hacía. Le bastaban diez canciones para conectar con una tradición de rock en castellano encabezada por algunos de los grupos que a continuación nos recomienda. Con esa naturalidad que provoca chispazos cada vez que se escuchan, con versos que descargan escalofrios placenteros, con pinceladas sobre una ciudad militante musicalmente hablando, con unas historias que van encendiendo los interruptores de los recuerdos personales. Un álbum que rebosa vida. La pasada, la presente y la futura. Y que todavía se disfruta más cuando se conocen los discos favoritos de la persona que está detrás.
Radio Futura 1982-1983
Estos dos EP de Radio Futura son mi primer recuerdo sonoro verdaderamente vital y trascendente. Son cuatro canciones monumentales: Dance Usted, La estatua del jardín botánico, Rompeolas y Tus pasos. Para mí, es la mejor época de Radio Futura, una primera etapa fresca e inmediata, fuera de género. De esos años es también Interferencias, una canción atemporal. Fueron mis hermanos los que me los dieron a conocer y por eso tengo con ellos una deuda permanente en el corazón.
«Margot» (Malevaje, 1986)
Fue un grupo madrileño muy castizo el que me enseñó a valorar el tango. Aprendí a escribir escuchando estos cantos tristes y abandonados. Fue el primer largo del grupo y toda una declaración de intenciones. Fue la primera vez que yo escuché Cambalache, que me produjo algo similar a lo que años después sentí al escuchar Like a Rolling Stone. Antonio Bartrina siempre fue para mí un referente como intérprete. Bartrina cantaba tangos a los jóvenes españoles mientras en Argentina las nuevas generaciones renegaban completamente del género. Bastantes años más tarde, me lo encontré caminado por Madrid, todo de negro con pañuelo rojo al cuello. Mucha clase.
«Cero» (Los Ronaldos, 1992)
Siempre he tenido cariño a Los Ronaldos. Este disco contiene una de las mejores canciones escritas en nuestro país: Árboles cruzados. Seis minutos de lírica marca de la casa bajo un ritmo denso y aletargado que producía un enamoramiento instantáneo. El disco tenía una intro orquestada que daba paso al primer corte del disco, Ya volverán. Canciones como la que da título al disco o Solamente dan cuenta de ese modo único y personal que tiene Coque a la hora de componer y escribir. Creo recordar que el disco no tuvo el respaldo en ventas que esperaban pero para mí es uno de sus discos más completos.
«La vida mata» (Los Enemigos, 1990)
Si me hubiesen preguntado en cualquier momento de mi existencia en qué banda me hubiese gustado entrar, la respuesta siempre habría sido Los Enemigos. Todo ello por discos como La Vida Mata, con esa portada en la que el rock se merienda al pop arrastrando unos helados por el asfalto. Siempre me identifiqué con sus canciones, siempre me volaron la cabeza cuando los vi en directo. Yo quería cantar como Josele y todavía intento hacer alguna canción a la altura de su obra. Como grupo, me enseñaron muchas cosas valiosas. Son mi banda más preciada. Podría haber elegido cualquier disco, pero me quedo con este porque tiene valor emocional para mí. Me trae muy buenos recuerdos. Larga vida.
«Heartbreaker» (Ryan Adams, 2000)
Ryan Adams es el músico más talentoso de su generación. Uno de esos músicos que ejerce como tal los 365 días del año. Recuerdo cuando este primer disco de su carrera cayó en mis manos. Disco de americana con actitud punk, disco confesional y absorbente. Ese To be Young que abre el álbum es toda una declaración de intenciones. El gran tesoro de Ryan es, por una lado, su voz, capaz de cualquier cosa, y por otro, su enorme talento compositivo. Tengo debilidad absoluta por él pero nunca he conseguido verlo en directo. Cuando publicó Gold, allá por el año 2000 se pasó por Bilbao y la lió parda. Después de eso no ha vuelto hasta el reciente Mad Cool. Espero poder quitarme esa espina algún día.
«The beast in its tracks» (Josh Ritter, 2013)
Este disco de Josh Ritter fue el germen de mi disco Reverdecer. Lo escuchaba en modo bucle en aquellos días de composición de mis propias canciones. Comparten ambos trabajos un leit motiv común: el amor después del amor. A pesar de la extensa trayectoria de Ritter, yo lo conocí con este disco y la verdad es que no he conectado con su repertorio fuera de este álbum. Es un disco cuidado y minimalista que crece a cada escucha. El single New Lover bebe de la escuela del cantautor clásico americano pero el resto del disco tiene una atmósfera tan particular que da la sensación de que Ritter esté cantando en la habitación contigua a la tuya. Indispensable para comprender el nuevo folk yanqui.
«Long player late bloomer» (Ron Sexsmith, 2011)
El gran Ron me lo enseñó todo. Le debo mi forma de cantar, mi forma de tocar, de entender la música y sus constantes cambios. Lo descubrí con su segundo disco y quedé prendado para siempre. Hubo una canción llamada Cheap Hotel que se me metió en la cabeza y nunca más he logrado sacarla de mí. Este disco es uno de los que más me gustan de él. Tiene una producción cuidada y perfecta, unas canciones redondas, Ron canta como nunca y la banda lo sigue como en un baile perfecto y grandioso. Recomendable al 100%.
«Pedrá» (Extremoduro, 1995)
El gran Robe. Capaz de decir todo lo que le pasaba por su cabeza y hacerlo rimar y brillar. Perseguí a Extremoduro por todos los campos de fútbol de la costa en aquella gira que hicieron con Platero y tú. Me aprendí todas sus canciones con la guitarra. Solo me trae recuerdos buenos. Este disco se publicó bajo el nombre de Extremoduro aunque en realidad la banda principal estaba compuesta por una selección de músicos de otros grupos con Robe y Iñaki Uoho a la cabeza. Me parece una obra exótica dentro del panorama del rock en nuestro idioma. Una sola canción de 30 minutos que va pasando de género en género según avanza el álbum. Toda la lírica del disco está a un nivel estratosférico. Todavía me emociono con ese arpegio de entrada con el órgano dando tensión y el verso “No me importa que me claves como un Cristo en la pared…”. Magia.