Josele Santiago es un superviviente. En todos los sentidos. Esquivó con éxito el título del tercer disco de Los Enemigos. Y se agarró a las canciones. En solitario ya firma cinco álbumes. Transilvania es el último. Sigue tallando melodías con la pericia del artesano. Estirando las sílabas cuando canta como el que prolonga una satisfacción. Modulando rítmicamente con su voz cada composición, como si fuera un gps caprichoso. Jugando con las palabras con el acierto del que lee más que escribe. Paladeando su trabajo, sin por ello perder la energía. No es que sea más folk que rock, es que ya no tiene prisa, porque disfruta en el camino. Ahí está ese final casi procesional de No se equivoca. Y el inicio circense de Cómo reír. Pura vida. Para celebrarla, le pedimos que comparta sus discos favoritos.
Vaya papeleta, ocho discos. Antes de rehacer la lista por enésima vez, procedo a comentarlos brevemente:
In a silent way (Miles Davis, 1969)
He incluído In a silent way porque es probablemente el disco que más he escuchado en los últimos cinco años. Realmente se detiene el tiempo cuando lo pongo en casa, y eso se agradece de veras cuando uno supera la cincuentena. Pura magia.
Fun House (The Stooges, 1970)
Fun House es el disco que más veces escuché antes de cumplir los veinte, así que también tenía que estar aquí. Era una verdadera obsesión y resonaba en mi sesera a todas horas. Sigue proporcionándome toneladas de energía. Brutal.
Lola vs Powerman and the Moneygoround (The Kinks, 1970)
Debería incluir a The Beatles, pero con los años se le va poniendo a uno el cuerpo más de Los Kinks. Los descubrí con “Lola vs Powerman and the Moneygoround”, y desde entonces son una de mis bandas más queridas. Cuando los escucho siempre pienso que la vida sería una mierda sin ellos. Radiante.
The Rocking chair album (Howlin´Wolf, 1962)
Y en lugar de los Stones he preferido poner a uno de los pioneros, el que probablemente sea mi bluesman favorito: Howlin´Wolf. Porque en esta lista no podía faltar el blues. Ni el soul.
Otis blues (Otis Redding, 1965)
Ante este nuevo dilema, elijo Otis Blue porque así aparece de paso mi guitarrista favorito, el gran Steve Crooper, y mi otra debilidad soulera, Sam Cooke, quien es versioneado aquí con profusión y autoridad aplastante.
Blood on the tracks (Bob Dylan, 1975)
Blood on the tracks es un disco maravilloso. Desprende una atmósfera extraña, amarga y serena a la vez. Sobrecogedor.
London Calling (The Clash, 1979)
London Calling también lo es. Es también el único de la lista de cuya salida puedo dar fe. Fue la rehostia, nadie podía creérselo. La revolución que esperábamos estaba ahí. Estaba claro que era inminente. Luego no pasó nada o pasó bien poco, pero sigue siendo el único disco doble que conozco en el que no sobra ni una nota. Excitante.
Little Criminals (Randy Newman, 1977)
Y de postre, Randy Newman. Si están Dylan y Davies, tiene que estar él. Sus discos son para mí un talismán, algo así como un recurso infalible. Probablemente sea, junto a Neil Young y Kiko Veneno, el compositor que más y mejor provoca en mí el sentimiento de complicidad. Sutilísimo y mordaz.