En 1996 se estrenaron Fargo y The Wonders, fallecieron Gene Kelly y Rafaela Aparicio, se publicaron los debuts de Spice Girls y Backstreet Boys, Aznar ganó sus primera elecciones generales y The Flauters editaron su segundo disco, Insert Coin. Un álbum con aire disfrutón, algún guiño a los Beatles, que conjugaba tunos con Verano Azul y Amanece que no es poco, inventaba palabras e invitaba a bailar descompensadamente. Allí estaban Luis Prado, Alejandro Climent, Eliseo Gil y Paco Tamarit. Con este último viajamos en el tiempo hasta aquel año.
Insert Coin, The Flauters (Al.leluia Records, 1996)
The Flauters… Ay, qué tiempos… Hasta hace bien poco escuchar algo de The Flauters era como ver fotos de mi comunión o como acordarme de meteduras de pata de esas que hacen que te sonrojes a oscuras, solo y en la cama. Como cuando una vez, de adolescente, quería ligar con una chica y se me ocurrió que la mejor manera de acercarme a ella era convencerle de que yo era un ángel y que si se venía conmigo la llevaría volando a ver la ciudad (afortunadamente para ambos, la chica declinó mi invitación). O como otra vez, algo más crecidito, en una fiesta nocturna en la playa del Mareny Blau, con litronas de Águila, guitarra española con pegatina de los boy scouts y bonguitos, al ruego de un participante de “¿Podrías tocar algo que nos sepamos todos?” yo respondí con una versión extendida del Heroin, de la Velvet. Lo que viene siendo “hacer amigos”.
Pero ahora todo es diferente. Yo creo que ha sido la paternidad, que me ha hecho poner el foco en las cosas importantes y aceptarme tal como soy y, sobre todo, tal cómo era en 1996, cuando estábamos dando forma a este disco. Aceptar que, de no ser por la suave persuasión de Luisito, “tranquilízate” se habría titulado “Pit, pit, pit, pit, yeah” convirtiéndola en el guiño más raro al Drive my car de los Beatles que nadie osó hacer. Aceptar el misterio que supone para quien se acerca a este artefacto sonoro el hecho de que todas las canciones tengan “solo” de guitarra, “solo” de piano e incluso “solo” de guitarra y de piano. Aceptar que en todas o casi todas las canciones de este disco, Luis y yo, solemos trufar nuestro discurso con la muy valenciana expresión “Oh Yeah”. No los he contado, pero pondría la mano en el fuego que entre Tranquilízate y Sin gritar no hay menos de 15 ohyeahs repartidos por ahí, utilizados a modo de conectores con el fin de separar ideas, articular el lenguaje…
The Flauters siempre fuimos muy organizados. En fin, que, hoy por hoy, he aprendido a quedarme con lo bueno que tiene Insert Coin. Se trata de un disco concebido, tocado, cantado, producido y arreglado con muchísima pasión. Todas las canciones suenan urgentes, chillonas y aceleradas. Éramos un grupo de Rock and Roll y cada vez que nos poníamos a tocar, el mundo se paraba.
The Flauters era el primer corte del disco. Queríamos que empezará como todos esos discos del 67 que tanto nos gustaban, como el Sgt Pepper. Ruido de fondo, sonido de feria, pedazos de entrevistas con mucho delay y una pista con nosotros gritando la célebre frase del personaje Ngé Ndomo de Amanece que no es poco “Me cago en mi nombre”.
Tranquilízate tenía un estribillo rock machacón, estrofa power pop, letra sobre el fin del mundo y final de cajita de música con sámpler del Girl of my dreams, de Glenn Gray. Fue elegida Mejor canción de Rock de 1997 por el programa La sustancia verde, de Raul Tamarit.
A tus pies era la tercera canción del disco. Luis y yo nos conocimos compartiendo pasión por el White Album. Cuando empezamos a hacer canciones, teníamos el reto de componer una que tuviera la secuencia de acordes A- y F7, como Glass Onion, que era una de nuestras favoritas o, ya de Lennon en solitario, How do you sleep. Luis se me adelantó componiendo esta burrada de canción que escuchada ahora sigue siendo un bofetón.
Goodbye Johnny es una canción que podría ser ya de Señor Mostaza, con unos arreglos de guitarra y bajo, compuestos por Luis, que nos dejaron flipados entonces. La letra es extraordinaria, los solos geniales. Un verdadero hit. El videoclip que se hizo entonces para el programa Compact Dick representa, para mí, y junto el pelo de Javier Moragas, las catacumbas del feísmo. Debajo de esto está la nada.
Tunos es la canción psicodélica por excelencia. Es como una versión acelerada y pasada de vueltas del Rain de los Beatles. El estribillo “Tengo los pies en la cabeza…” me sigue encantando y lo que va inmediatamente después, no tanto. La letra es un constante ir y venir de imágenes lisérgicas. ¿Qué es lo más raro que puede salir de la frente de una persona? ¿Un tuno? Venga, que sean varios. ¡Y titularemos así la canción!
Escoplos es otro título enigmático para una canción cien por cien soul, rock stoniano-nianoniá en los estribillos y final gospel. Se llama así porque en una primera versión la letra, en el estribillo, decía “…es sólo cosa de pocos” y a Eliseo le pareció oír “…es sólo cosa de escoplos”. La letra del estribillo pasó a decir “cerca de ti, yo estaré cerca de ti”, pero para nosotros siguió siendo Escoplos.
Chanquete Trip era, como diría Juan de Pablos, “ahora un instrumental para separar fases”. Cacofonía en la que, con sonido de mellotrón, tocamos la melodía final de Verano azul, armonizada politonalmente y, si me apuras, dadaísticamente. Luego nos pusimos los cuatro a leer críticas de grupos noise con frases de esa época tipo “imaginación y emociones que fluyen de la distorsión”, etc… Nos reimos mucho.
Com Power, el título empezó siendo de trabajo ya que era nuestra canción más powerpop. Un trallazo a lo Supergrass del primer disco con muchos cromatismos en el bajo. La única canción de este disco que Señor Mostaza tuvimos a bien recuperar para el directo. Esta apareció en el recopilatorio de la Explosión Naranja que salió con la revista Factory en el 98.
Deja de temblar empezaba con jolgorio y luego entraba la guitarra acústica y la voz. No es de mis favoritas, sobre todo por la parte funk y el riff de guitarra con el que la relleno, fusilado del Always on the Run, de Lenny Kravitz, una de las canciones que menos me gustan de la historia de la música, junto al Amor de hombre, de Mocedades y El Condor Pasa, de Simon and Garfunkel.
Al estribillo de Deja de temblar sí que le veo mucha gracia. Me encanta.
Fácil empieza con el ruido de Eliseo entrando en la habitación y encendiendo una cerilla (casi se carga el micro he de decir), luego sonido de cables, guitarra distorsionadas… Esta es, probablemente, la canción más rock del disco. Una apisonadora. No tiene un respiro. Es stoniana y muy negra. De todos los solos nerviosos de guitarra que toco en el disco éste es mi favorito.
A Sin gritar si le quitas los innumerables Ohyeahs, mi voz gritando en el estribillo y el interminable solo de guitarra final, está muy bien y me siento muy orgulloso de haberla compuesto. Me gusta mucho la melodía, tanto de la estrofa como del estribillo y pone el “broche final” a este disco que me encanta haber redescubierto.
Nunca me lo he pasado tan bien grabando y seguro que Luis opina lo mismo. Éramos adolescentes musicales, no demasiado conscientes del entorno que nos rodeaba, pero viviendo en una burbuja y creyendo estar haciendo algo definitivo que pasaría a la posteridad. Evidentemente pasó únicamente a nuestra posteridad, pero esa actitud impregnó los 11 cortes del disco convirtiéndolo en una especie de rareza anacrónica que a día de hoy sigue radiante. Me cuesta encontrar un disco que me transmita tanta energía.