A Chez Lyon no se va sólo a comer. Mejor dicho, uno cree que va solo a comer y acaba por formar parte para siempre, de ese restaurante que no debería nunca desaparecer. Con una cocina de raíces francesas, se peregrinaba aquí y a El Gastrónomo (ambos nacieron en los ochenta), cuando el cuerpo rugía por un steak tartar. Con toda la confianza que da una matería prima excelente y una ejecución sin riesgos. Hoy en día este plato se ha generalizado, pero en el pequeño restaurante de puerta blanca, en la calle En Llop, es un placer tomarlo, junto al magret de pato con crema de castañas, las habitas con foie o la tarta tatin…
Cuando cenas a la carta, te reciben con una copa de bienvenida rosa transparente. Una adaptación del Kir Royal, a base de champán y licor de casis (grosella negra), perfumado con corteza de naranja (toque local). En 1985, una noche, un cliente les propuso el cóctel de bienvenida, y hasta hoy. Hablando de los asiduos al establecimiento, posiblemente el 70% de las veces, en las mesas colindantes se estará hablando de política o cultura valenciana. Confesiones que dinamitarían el confidencial de cualquier periódico. Porque Chez Lyon cobija y protege la intimidad. Y la buena comida y bebida hace el resto: propiciar el intercambio de secretos. En cuestión de clima y de calidad, la culpa entera la tiene su propietario, Francisco Mateu. Un caso curioso de maître-poeta, con la natural amabilidad e ironía de la calma, como principales rasgos de su carácter frente al público. Que hasta ha sido capaz de embotellar sus poemas y los de los otros, por bonitas causas.
Ahora, Chez Lyon abraza los nuevos tiempos de menú todo incluido en las comidas, con diferentes vestidos para cada día de la semana. Continuación de su larga tradición de productos frescos y perfectamente tratados (croquetas de morcilla, manzana y cilantro, flan de setas perfumadas con jengibre y crema de cítricos, salmonetes con quinoa y verduritas, blanquette de pollo con trío de arroces, apple crumble, torta de zanahoria con mousse de yogurt…). Y siempre habrá alguien que seguirá solicitando, como quien se acerca al pianista, un plato clásico elaborado con maestría. En este local de madera que cruje, y una altura para elevar el espíritu.
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