Eva Muñoz continúa su ir y venir por Valencia cual gourmet solitaria, escogiendo sus platos favoritos. Una galería de sabores, texturas, aromas, de aquellos platos que forman su lista de reproducción sobre la que podría volver una y otra vez. De los más sencillos, a los más creativos, cocinas genuinamente valencianas y/o de otros mundos. Una selección deliciosa para que el lector de Verlanga o el turista ocasional que pase por Valencia, pueda disfrutar al menos una vez. ¡O más!
En los bares localizados dentro de los mercados municipales se puede tener casi la certeza de comer bien. El restaurante Rojas Clemente situado en el mercado del mismo nombre, no es una excepción. Con una trayectoria de más de 45 años en la ubicación habitual, Enrique lo regenta desde que llevaba pantalones cortos, 17 años. Su padre, maitre del Hotel Astoria se lo montó y el resto es oficio y mucha dedicación. Una jornada que se inicia a las 4:00 de la mañana (aunque el restaurante abre sus puertas a las 7:00), en la que Enrique va preparando los platos que son sus especialidades, entre ellas los postres que ofrece en la carta: mousse de higos, peras al vino, tarta de almendra… y torrija con chocolate! Y es aquí donde nos paramos.
La torrija es un invento tan antiguo como la humanidad, y vive su apogeo en Semana Santa. Asombra como de la combinación de unos ingredientes tan comunes (pan y leche) se puede elaborar un postre tan resultón. La que prepara Enrique con chocolate negro y helado de vainilla, proporciona el mismo gusto que cuando al dormir, sacamos los pies por fuera de las sábanas para regular la temperatura corporal. El contraste del frío helado y la tibieza del chocolate, unido al esponjoso pan mojado en leche que actúa casi como bizcocho, es indescriptible. Nunca un postre tan sencillo dio más felicidad. No hay truco, la magia es poder admirarla en el plato, antes de que desaparezca. Cronometro mentalmente la acción: la torrija llega y en menos tiempo del que necesita la diligente Pilar (al frente del servicio de mesas) para darse la vuelta y tomar nota a los parroquianos de al lado, me la he comido.
Si la pides en Rojas Clemente tendrás que jugártela: o la torrija de verano (con caramelo) o la de chocolate. O blanco, o negro. Decisiones de esas que te pueden cambiar la vida.
La experiencia incita a pedir más de una. Pero me marcho del restaurante con el deseo de volver, quizás a merendar otro día. Tendrá que ser antes de las cinco. A esa hora Enrique y su equipo echan el cierre a la agotadora jornada, porque en el Rojas Clemente no cabe ni un alfiler a cualquier hora.