Madrid, Helsinki, Pescara, Chicago, Cajeme o Albacete son algunas de las ciudades que recorre Danzantes, el documental dirigido por Juan Vicente Chuliá, que se pudo ver dentro de las Sesiones Especiales de la Mostra de València.
La película es un canto a la universalidad de la danza, en un sentido tan amplio que recorre desde el ballet clásico al flamenco o el hip hop. Un viaje sin fronteras que atraviesa la gran pantalla y traslada la pasión del baile al espectador con la intensidad de un espectáculo en vivo. Hablamos del film con Juan Vicente Chuliá.
¿Por qué Danzantes?
Tras dos largometrajes sobre música contemporánea quería introducir el movimiento en mi trabajo. Era una cuestión de ampliar lenguaje y utilizar nuevos recursos, que siempre revierte en crecimiento profesional, y además tenía mucho que ver con mi trayectoria anterior. Me pusieron en contacto con la coreógrafa y bailarina Cristina Masson y comenzamos a definir un proyecto sobre danza que fuese lo más expansivo posible.
El documental no distingue estilos, edades, países, … ¿por qué optasteis por mostrar esa visión universal (e integradora) de la danza?
Primero, porque mis trabajos anteriores (Temperado, El Proceso) habían sido documentales sobre disciplinas artísticas, donde siempre había tratado de crear tapices que fuesen a su vez panorámicas de una manifestación cultural. Así que hay cierta continuidad en la intención.
Segundo, porque no se puede crear una panorámica de una manifestación cultural sin abrir el foco a todos sus participantes y todas sus variables. Yo no provengo del mundo de la danza, así que mi mirada es la de alguien tratando de comprender el conjunto, y es a su vez lo que trato de trasladar al espectador.
Y, por último, porque en las reuniones con la directora artística, estuvimos de acuerdo en que era el enfoque más rico y adecuado a nuestro propósito. Desde nuestra percepción de lo que es la danza era necesario mostrar la diversidad más absoluta sin entrar en juicios de valor, tan sólo mostrándola en pantalla. Definirla como integradora tiene más que ver con una percepción externa o un resultado que con nuestro propósito inicial. Nosotros sólo queríamos mostrar la diversidad tal y como es.
Dice Elías Lafuente en el documental que «La danza es libertad absoluta». ¿Compartes sus palabras a partir de tu propia experiencia en el rodaje?
Elías lo menciona para el caso específico de su compañía. Y sí, la danza es libertad absoluta. Pero es muchas otras cosas. La danza también es disciplina estilizada (ballet clásico), comunicación intrageneracional (danza urbana), tradición heredada (flamenco) o expresión íntima (contemporánea). Y todas ellas tienen algo de las otras. No se puede resumir en una sola frase porque sería una reducción al absurdo.
Hay una secuencia inicial muy potente, un plano secuencia en el que la conductora del documental va andando a cámara y encontrándose con distintos bailarines que ejecutan su número, un plano que tiene mucho de coreografía, ¿costó mucho planificarlo y rodarlo?
Gracias. No te voy a mentir y decirte que pasamos meses diseñándolo. Cuando visité el espacio físico, que es el Centro Daoíz y Velarde de Madrid, enseguida vi el potencial visual e imaginé el plano secuencia. Otra cosa es la logística de conseguir la participación de bailarines de diferentes estilos y cuadrar fechas, ese es un arduo trabajo de producción que hay que agradecer a María J. Gómez.
Se grabó un 30 de julio a 42 grados, así que había que sacarlo bien lo antes posible o los bailarines se nos deshidrataban… Creo que hicimos 3 ó 4 tomas y todos coincidimos en que se había logrado la estética que buscábamos. Desde aquí mi agradecimiento a todos ellos por sudar la camiseta.
Uno de los retos a la hora de rodar sería mantener todas esas sensaciones que provoca la danza cuando se ve en directo. Y la verdad es que el documental saca una nota excelente en ese sentido. ¿Era algo que te preocupaba especialmente? ¿Cómo lo planificaste?
Gracias. Al abordar un documental de este tipo mi preocupación era cómo mostrar estilos dancísticos tan diversos manteniendo una estructura formal coherente y continua. Por un lado, hay que respetar cada uno de los lenguajes y editar de un modo respetuoso: no se puede abordar con el mismo patrón una secuencia de hip hop que una de ballet clásico. Por el otro, el conjunto debe estar cohesionado para ofrecer un discurso fílmico identificable. ¿Cómo se sale de esa contradicción?
Para ello se tomaron varias decisiones: una decisión de estructura, donde las secuencias mantienen una progresión similar que ayuda a cohesionar; una decisión logística, trasladando los bailes a los paisajes urbanos de las ciudades donde transcurrían; y una serie de decisiones estéticas basadas en la banda sonora, el color, las narraciones en off y el personaje de Cristina, que van conectando y dando consistencia.
¿Satisfecho con el resultado?
La satisfacción viene no sólo del resultado, también de sortear los miles de factores que intervienen. Sabiendo todo lo que uno pasa durante un rodaje, creo que el resultado es bueno. Pero el espectador es soberano.
Danzantes es como un viaje al mundo de la danza con escalas por diversos partes del mundo. En algunos de esos lugares no has rodado tú, pero eso resulta imperceptible en el resultado final.
Hay que matizar que mi trabajo no es rodar la película, es dirigirla. Se trata de tener una visión e integrar en la misma diferentes elementos que pueden provenir de imágenes de archivo, de segunda unidad… vamos, lo normal en cualquier producción. Otra cosa es que yo sea un control freak y acabe haciendo labores de edición, fotografía o elaboración del cartel, o me desplace a Italia o Finlandia porque me parece que me lo voy a pasar muy bien.
A veces, por cuestiones de logística o presupuesto, no puedes estar presente (por ejemplo: no viajé a Tokio para grabar siete segundos del documental), así que ahí entra mi labor como director para integrar esos planos de la forma más coherente posible.
Y para conseguir la perfecta integración de ese material en cuya grabación no estuviste presente, ¿diste indicaciones muy concretas o el resultado es gracias al trabajo posterior en la sala de montaje?
Eso se consigue, como bien preguntas, con la planificación previa y la edición posterior. En los casos en que se utiliza segunda unidad doy una referencia de estructura de las secuencias, que a pesar de ser muy distintas entre sí tienen un esqueleto similar, entrego los textos que serán leídos en off y pido una serie de planos que sé que voy a utilizar como elementos de fijación y continuidad. Después, la edición trata de armonizar los materiales que me envían con el resto de la película sin que pierda la personalidad como secuencia independiente, y el etalonaje final ayuda a que el aspecto visual sea consistente.
¿Cómo han ido los pases que ya se han realizado de Danzantes?
Ya imaginas que el momento del estreno es importante, especialmente para pulsar la conexión entre la propuesta que realizas y el público que la recibe. En ese sentido, muy feliz. Todas las proyecciones han tenido las salas llenas y, desgraciadamente, se ha tenido que quedar gente fuera. Las reacciones han sido excelentes y han destacado la belleza del documental, pero, sobre todo, el hecho de abrirles los ojos a una disciplina artística a la que no habían prestado atención. Así que misión cumplida.
¿Hace especial ilusión que ahora se proyecte la película en tu ciudad?
No es que me haga especial ilusión, sino que he esperado meses a realizar el estreno oficial para poder estar en la Mostra de València en lugar de adelantarlo a otro festival nacional. Todos tenemos una educación sentimental, y la mía en el mundo del cine viene de València y se basa mucho en la Mostra y en las estrellas del paseo de la Malvarrosa.
Hacia el final del documental se pregunta a los protagonistas del documental que expliquen que es la danza para ellos, ¿y para ti? ¿qué es la danza?
La danza es movimiento, es todo lo que sucede a nuestro alrededor. Lo que se conoce culturalmente y antropológicamente como danza es, sin embargo, movimiento codificado, depurado, para transmitir emociones o ideas, adquirir salud, demostrar poder. Me fascina la idea de que cada cultura codificase sus movimientos de un modo preciso y diferente de las demás, al igual que hizo con su música o su pintura. Pero lo que entiendo como danza es más amplio, y tiene que ver con una forma de expresión de lo físico hacia el mundo, de cómo exploramos con nuestro cuerpo el espacio alrededor nuestro y lo convertimos en algo único. En ese sentido la danza contemporánea rompe los códigos culturales y se vuelve de nuevo un elemento de expresión absolutamente personal.
También se les pregunta por su mito dentro del baile. Extrapolando la pregunta a tu trabajo, ¿qué referentes tuviste en mente a la hora de realizar el documental?
Los referentes son diversos porque la danza que se muestra y mis gustos también lo son. La secuencia inicial está inspirada en un videoclip de Childish Gambino, las declaraciones en off de los protagonistas son un homenaje claro al documental Pina de Wim Wenders, el montaje con Cristina Casa se basa en la misma producción de la Compañía Nacional de Danza: El Cascanueces… Y, por supuesto, la música que suena a lo largo del documental (con Ramón Paús, Alejandro Román, Andrián Pertout, Federico Jusid o Juanjo Talavera) me ha ayudado mucho a crear la textura de la película. Al final, en una producción audiovisual, los referentes se van acumulando en capas desde disciplinas muy diversas.