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Andreu Buenafuente se quedó huérfano en mayo del 2012. Antena 3 retiraba de su parrilla el programa «Buenas noches y Buenafuente» y el cómico catalán ante la extraña sensación de encontrarse sin late night que echarse a la boca, decidió emprender un viaje. Argentina (San Nicolás de los Arroyos, para ser más exactos) fue su primera parada. Un mail enviado por un espectador de allí que le agradecía los buenos momentos pasados fue la excusa. Pero lejos de querer peregrinar geográficamente, la intención del showman era caminar hacia su interior o más concretamente hacia el de su profesión, el difícil arte de hacer reír. Eso, se supone, es el argumento del documental «El culo del mundo» (sin sala de estreno en Valencia y que Canal + emite esta noche), dirigido por él.

Un solo plano escenifica, a la perfección, la «angustia» de Buenafuente. Entra, unas semanas después, al plató del programa clausurado. El silencio, las sombras, el vacío, la tristeza que envuelve algo abandonado parece incorporarse a la figura del presentador. Y como si de la consulta de un psicólogo se tratara, se convierte en el punto de partida de una sesión que, bajo la excusa de indagar en el mecanismo del humor, tiene como motor central viviseccionar su perfil.

Buenafuente, y no la profesión de cómico, es el protagonista absoluto. Y precisamente ahí reside lo atractivo, pero también lo decepcionante, de este documental. La cinta no descubre nada nuevo sobre el carácter del humorista. Dice de él, José Corbacho, que tiene un ego mas grande que el Santiago Bernabeu y su pareja, Silvia Abril, lo define como un obsesivo que se tortura mucho y con ciertos ramalazos preocupantes de egoismo. Todo eso y más, ya se pudo descubrir en el capítulo que el programa de tv3 «El convidat» le dedicó o en las «Conversaciones Secretas» que el escritor Juan José Millás mantuvo con él para Canal +.

No hay, pues, una reflexión sobre la noble ocupación de hacer que el prójimo ría como si no hubiera un mañana. Buenafuente se pierde en circunloquios para acabar siempre con la palabara felicidad en los labios. Y los humoristas que van desfilando (excesivamente cercanos al protagonista, tanto por complicidad o amistad, como por generación) acaban glosando la figura del showman catalán o contando anécdotas propias que no van más allá de lo que son.

Sin embargo, «El culo del mundo» sí tiene un valor como documental. Testifica el ocaso humorístico de un hombre que ha escrito grandes momentos de la historia de la televisión, pero que hace tiempo que perdió el punch y que como al emperador del cuento, nadie le dice que su traje no es invisible. Igual que Beckenbauer fue retrasando su posición en el campo para acabar en los despachos, Buenafuente se debería empezar a plantear quedarse en la sala de máquinas de sus nuevas aventuras. Nadie discute que es una voz autorizada (hay dos frases de Berto que trazan un perfil incontestable: «Su vida es la comedia» y «Andreu sin tele no está completo»), pero hace tiempo que circula con un tempo desfasado que se limita a dar vueltas por la misma rotonda, aunque se le cambie el decorado y el título. Y puede que esa hiperactividad creativa que desarrolla en otros campos venga a demostrar que él es consciente de ello.

Hay un momento de la película que ejemplifica esta sensación. Se trata del gag que el propio Andreu y Carlos Areces (el porqué él es el único representante de esa nueva, y estupenda, generación de cómicos españoles surgida, en los últimos años, merecería un párrafo aparte, pero cuesta creer que es casual) ejecutan bajo la dirección de Isabel Coixet. No hay ritmo, no hay gracia, es un bucle adormilado de espacios comunes, que acaba convirtiéndose en una pequeña eternidad. La misma impresión que asalta al espectador que por las noches se sienta a ver «En el aire» en La Sexta. La de que cualquier tiempo pasado fue mejor.