El verdugo (Luis García Berlanga, 1963).

El Festival internacional de arte y literatura con humor Ja!, que se celebra en Bilbao, es una absoluta referencia para los que militamos en la comedia, la risa, la sonrisa o la carcajada. Reconocemos que nos produce envidia no tener algo similar en nuestra ciudad. Durante unos días se ríe, se comparte, se conversa, con buen condimento y jovialidad (podéis comprobarlo en su canal de youtube). Teniendo en Verlanga una sección dedicada a Berlanga no podíamos dejar pasar la ocasión de invitar a la misma a sus responsables.

Juan Bas y Carolina Ontivero son quienes dirigen el certamen. Juan es escritor, columnista y ha sido guionista de cómics (El Víbora, Cimoc…) o de series de televisión (Farmacia de guardia, Turno de oficio…). Carolina es licenciada en Periodismo, Publicidad y Relaciones Públicas y lleva en el Ja! desde que comenzó a balbucear allá por 2010 y se llamaba La Risa de Bilbao. Los dos eligen a su Berlanga favorito:

Juan Bas y Carolina Ontivero. Foto: Dani de Pablos.

El Berlanga de Juan Bas

Mi película preferida de Berlanga es El verdugo (1963), que junto con Plácido (1961) me parecen sus obras maestras. De El verdugo me hace mucha gracia una breve secuencia, que suele citarse menos que la de las cuevas del Drach o la de reo y verdugo sostenidos por los funcionarios camino del garrote vil, que condensa el vitriólico humor de Rafael Azcona. Me refiero a la que María Luisa Ponte sostiene a su hijo pequeño en brazos mientras le pega la bronca a Nino Manfredi, su cuñado. José Luis López Vázquez, que es sastre, marido de la Ponte, hermano de Manfredi y padre del niño, merodea por allí con la cinta de medir en la mano. Mientras su mujer se acalora con la discusión, López Vázquez, como quien no quiere la cosa, silbando y haciéndose el distraído, le mide con la cinta el perímetro de la cabeza a su hijo. Su mujer lo espanta y le dice: «Te he dicho mil veces que el niño es normal, que lo de mi padre no es hereditario».

El Berlanga de Carolina Ontivero

«¿A usted qué le ha tocado, anciano del asilo o pobre de la calle?» Todo lo berlanguiano cabe en esta frase de Plácido, la película que a su vez contiene todo el cine de Berlanga. Todas sus señas de identidad. Y algo más que la hace especial: el encanto de lo inaugural. Ahí está ese coro multitudinario y descacharrante de personajes mezquinos y egoístas que, a pesar de todo, resultan adorables gracias a la mirada llena de humanidad que lanza sobre ellos Berlanga. No faltan tampoco ni su recurrente mención al imperio austrohúngaro (a un indigente veterano de guerra: «¿La de África? No, la austrohúngara»), ni sus característicos planos-secuencia, que surgen aquí por primera vez y de la manera más natural. También es Plácido la primera película del matrimonio en estado de gracia que le unió a Rafael Azcona, y la primera en la que intervino uno de sus actores fetiche, Luis Ciges, en un pequeño pero memorable papel. Sin olvidar la cojera castiza y tronchante de Manuel Alexandre, todo brilla como la estrella del motocarro de Plácido/ Cassen.