El disputado voto del Sr. Cayo (Antonio Giménez Rico, 1986).

Dicen que Miguel Delibes intentó convencer al director Antonio Giménez Rico para que Paco Rabal no fuera Cayo en El disputado voto del Sr. Cayo (1986). Prefería alguien más desconocido. Temía que la popularidad y prestigio del actor murciano (dos años antes había sido el Azarías de Los santos inocentes, adaptación de otra novela suya) interfiriera en los espectadores y no reconocieran al humilde hombre de pueblo al que tenía que dar vida en el film. Giménez Rico no le hizo caso.

Delibes visitó el rodaje de la película, conoció a Rabal y se hicieron amigos. Tanto, que según cuenta Juan Ignacio García Garzón en el libro Paco Rabal. Aquí un amigo (Algaba Ediciones, 2004), viajaron juntos a Águilas para que el escritor conociera las raíces del actor e, incluso, barajaron la posibilidad de trabajar juntos, cosas que nunca sucedió.

El 6 de noviembre de 1988, Miguel Delibes, después de volver a ver El disputado voto del Sr. Cayo, dedicó a Paco Rabal un artículo (titulado «La mirada del actor») en el diario ABC de una página, la conocida como La Tercera, que después recuperó en su libro Pegar la hebra. Escribió: «Durante muchos minutos del filme la historia se registra en los ojos del protagonista. A través de sus pupilas es como llega al espectador. Y esta es, a mi entender, la prueba de fuego para el actor de cine. Poco dice Rabal cavando la tierra, gesticulando o extrayendo reteles del río. El actor muestra en esas actividades esa especie de gravidez espesa que caracteriza su movilidad y que, tratándose de un viejo campesino, le va muy bien. Pero con lo que Rabal comunica el apego a la tierra del señor Cayo, su humanidad profunda, su orgullo, su soledad, es con los ojos, en los primeros planos de los que tan frecuentemente echa mano el director. (…) En suma, se trata de una mirada polivalente, la mirada de un gran actor de primeros planos -eso es Rabal- o, lo que viene a ser lo mismo, de un gran actor cinematográfico».

➡️ El disputado voto del Sr. Cayo se podrá ver este martes, 24 de septiembre (18.30h, entrada libre) en la Sala SGAE Centre Cultural de València, dentro del ciclo Tiempos salvajes, dedicado al cine de la Transición. Se trata de la adaptación de la novela homónima de Miguel Delibes dirigida por Antonio Giménez Rico, autor también del guion junto a Manuel Matji. Interpretada por Francisco Rabal, Juan Luis Galiardo, Iñaki Miramón y Lydia Bosch, recrea el viaje de un diputado socialista junto a dos jóvenes militantes, durante la campaña electoral de 1977, por varios pueblos de la provincia de Burgos y su encuentro con el alcalde de una villa de tres habitantes, el señor Cayo.

El disputado voto del Sr. Cayo fue galardonada con la Espiga de Plata en la Semana Internacional de Cine de Valladolid.

Hasta en tres ocasiones Giménez Rico ha llevado novelas de Delibes al cine. Antes de al Sr. Cayo, ya había rodado Retrato de familia (1976) basada en la novela Mi idolatrado hijo Sisí. Y en 1997 adaptó Las ratas.

En la novela El disputado voto del señor Cayo, los protagonistas no pertenecían a ningún partido político en concreto, en la película sí, al PSOE.

La idea de la novela se le ocurrió a Delibes después de vivir en la ciudad lo que él llamó «carnaval preelectoral» (campaña electoral de 1977) y el contraste que encontró al trasladarse días después a su pueblo.

La película estuvo nominada al Goya a la Mejor Música Original de Emilio Arrieta.

Ángel Fernández-Santos escribió en El País (06/11/1986): «En El disputado voto del señor Cayo es una delicia oír a Rabal esculpir las palabras del viejo campesino castellano, último de una estirpe, que encarna en una composición admirable. Las dice, incluso en algunos enrevesados giros locales, como quien respira (…) Otro acierto del filme es su sencillez expositiva, su eficaz manera de ir al grano e impregnar de humildad a la cámara, para que se limite a capturar con transparencia lo que hay frente a ella. Es en este sentido,  una película poco, por no decir nada, pretenciosa. Es un filme si se quiere menor, pero que va a arrastrar, por esa condición emotiva, directa y discreta de su factura, además de por la autenticidad de su idioma y su interpretación, a muchísima gente a las despobladas salas españolas, y cuando digo españolas lo digo en la anchura del término. Las elites cinéfilas van a ignorar probablemente un filme que no va a ser ignorado por el grueso de la población consumidora de cine español, pues se habla en él, sin pedantería y sin florituras, de tipos y cosas que le conciernen. Precisamente cuando Giménez Rico se mete en florituras la película se viene abajo».