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El PP ha conseguido con el inaceptable cierre de RTVV lo que ningún director del ente con su programación: que la gente se identificara y sintiera como suya la radiotelevisión autonómica. Ayer, leyendo los numerosos tweets que inundaban la red costaba creer que iban referidos a esa televisión tantas veces pataleada por su manipulación y algunos vergonzosos programas. Lo que no había logrado, por ejemplo, los criminales recortes por parte del Gobierno hacia los dependientes, la convocatoria anticipada de elecciones, era exigido ahora a grito pelado. La televisión de pírricas audiencias y nulo prestigio era reivindicada por todos como algo vital para el discurrir democrático.

Ayer todo el mundo daba su opinión aunque nadie se la pidiera. O mucho peor, sin que tuviera interés alguno. Joan Lerma dando lecciones de comportamiento cuando él fue el primero en impedir que nuestra televisión naciera a imagen y semejanza de la tv3. Pedro J. Ramírez aplaudiendo la decisión del cierre, olvidando cómo en su día su productora esquilmó las arcas públicas (gracia a su amigo Eduardo Zaplana) con nefastos formatos televisivos e incluso siendo alojados en las mismas dependencias de Canal 9 sin pagar nada por el alquiler.

El olvido es el gran aliado del que no puede mirar a los ojos a su pasado. Y lo malo es que hemos acabado aceptándolo. Como si olvidar fuera la única manera de sobrevivir. Como si el olvido del otro fuera suficiente para aceptarlo. Así si a Luis Motes le ha dado ahora a jugar a periodista molón y el Levante-EMV le publica sus artículos en los que juega a soltar referencias sin ton ni son, hay que aceptarlo sin decir ni pío. Aunque en uno de los más recientes se pregunte por qué en las televisiones españolas no hay sátira política. ¡Él! Que junto a Pau Pérez Rico protagonizó una de las etapas más negras de la manipulación y la censura informativa en Canal 9, estableciendo un regímen de terror hacia los trabajadores propio de unos mafiosos.

El episodio que se vivió ayer, en directo, en Canal 9 es otro ejemplo. Daba grima ver a algunos trabajadores servilistas con el poder lucir rostro compungido porque se cerraba una televisión por la que no han luchado jamás. Presentadoras que se creían que el canal era suyo y de su marido; realizadores que parecían salidos de una película de Fernando Esteso, manos derechas que no sabían distinguir esa de la izquierda. En el informativo de la noche se denunció que algunos exdirectivos de la casa estaban relacionados con la trama Gurtel. Incluso se atrevieron a recordar las acusaciones de abusos sexuales, por parte de unas trabajadoras,  contra otro alto cargo del canal. Que pena que cuando aquello salió a la luz, nadie invadiera el plató de informativos no sólo para denunciar los hechos y la repulsa que provocaban los mismos, sino también como acto de apoyo a las afectadas. Pero todo eso hay que olvidarlo.

El ERE también nos proporcionó imágenes para olvidar. Chalecos que exigían una televisión pública de calidad que ni se solía hacer (pero sí se cobraba religiosamente cada mes, sin importar el resultado), ni cuando se hacía, se veía. Denuncias de corrupción y manipulación hechas al calor del que nada tiene que perder. Sindicatos (de su desinterés por las condiciones laborales en las productoras habría mucho que hablar) que callaron cuando los gastos de la visita del Papa se llevaron por delante a un buen puñado de compañeros (en un ERE encubierto que no arrancó ni un miserable titular de prensa) y ahora lucían como paladines de la libertad. Y de nuevo, la vergüenza de ver en las manifestaciones a personas que habían prostituido el concepto de servicio público. Ese productor que hacía horas sin sentido para después librar días enteros y que ahora sujetaba las pancartas. Ese sindicalista que sólo trabajaba los fines de semana pero se pedía hora para el médico justo esos días. Esos periodistas que se afiliaron a USO, el sindicato que defendía los intereses de esa empresa que ahora maldecían, porque creyeron que compraban seguridad. Ese periodista que aprobó unas oposiciones sin tener, prácticamente, ni idea de valenciano. Esa periodista, con aires de diva, que aprendió a vivir en la marginación laboral sin atender a sus nuevas obligaciones aunque eso supusiera más trabajo para otros compañeros. Allí estaban todos. Exigiendo. Y todo eso había que olvidarlo.

Como yo mismo, cuando trabajé allí, olvidaba todos los veranos que los compañeros técnicos eran despedidos (porque disminuía el volumen de trabajo) y pasaban unos meses con la incertidumbre de si volverían a ser llamados. O cuando olvidabas que una productora, amiga personal de Camps, enchufaba a un supuesto psicólogo en un programa infantil, aunque no tuviera ni idea de televisión, ni de niños, mientras a otros trabajadores no se les renovaba su contrato. Olvidar. Esa era la consigna. Parece que cuando uno olvida vive mejor. E incluso llega a construirse un otro-yo mucho más llevadero. ¿Qué importaba que Genoveva Reig cortara la cabeza de un guionista que, según ella, se había referido de manera incorrecta a no-se-qué virgen? Nadie invadía platós, ni hacía comunicados, ni se manifestaba. Unos intentábamos salvar nuestra nómina, otros pasaban las horas minutando los informativos para demostrar que el PP ocupaba gran parte de los mismos. Pero una persona con nombres y apellidos se iba a la calle caprichosamente.

Por olvidar hay gente que hasta ha olvidado que votó al partido que ha cerrado RTVV. Y ahora le insulta a la cara, cuando antes celebraba sus despropósitos. Resulta estremecedor comprobar cómo un sólo partido político, arropado por continuas mayorías, ha sido capaz de arruinar toda una comunidad a golpe de amateurismo, cobrando a precio de profesionales. ¿Cómo puede ser que no hubiera un plan B por si pasaba judicialmente con el ERE lo que ha pasado? ¿Cómo pueden haber tantos asesores a la sopa boba y que ninguno aporte ninguna solución al conflicto más que cerrar el ente? ¿Cómo es posible que el mismo señor que por la mañana no tenía vergüenza en hacer el ridículo diciendo, públicamente, que los datos del paro eran positivos, no tuviera la valentía y responsabilidad mínima que se le exige a un gobernante y diera la cara y no un comunicado? ¿Cómo es posible que todo el dinero público invertido en la nueva Nou se vaya al cubo de la basura cuando hay gente que no tiene ni para comer y no haya ningún responsable del desaguisado? ¿Cómo es posible que cuándo se atisbaba cierta pluralidad informativa en los informativos, el PP baje la persiana amparándose en unas cifras que manipula a su antojo? ¿Cómo es posible que quiera aparecer como Señor Lobo el que ha ocasionado el problema? ¿Cómo es posible que la derecha mediática apoye el cierre cuando ellos han sido parte del inmenso agujero económico que ahora se argumenta para tomar la decisión? ¿Cómo es posible que haya gente que sólo vea en el fin de RTVV el fin de una radiotelevisión sin más y no aprecie el significado de perder un medio de comunicación en valenciano? ¿Cómo es posible que un señor que no fue elegido en las urnas pueda poner punto y final a 24 años de historia? ¿Cómo es posible que en el epicentro de una crisis brutal nos estén gobernando unos aficionados? ¿Cómo es posible tener tan poca vergüenza y justificar el cierre de la cadena en pos de preservar la sanidad y educación pública cuando llevan masacrándola meses? Hay cosas que deberíamos empezar a no olvidar.