César Tormo siempre ha tenido un aire tímido y de buena persona. Ocurría a finales de los noventa cuando con sus hermanos Juan y Vicen, e Isma Rumbeu, llenaron Valencia de color, diversión y buenas canciones con Los Magnéticos; y reconforta comprobar que más de diez años después continua igual. No importa que haya pasado todo este tiempo sin verle. Sigue aunando humildad y talento cuando habla. Y sinceridad. Ahora que más de uno se cuelga una guitarra y se cree una estrellita, él opta por la sencillez y la franqueza. Con su grupo grabó en uno de los sellos más importantes del primer indie español (Grabaciones en el Mar), actuó en el FIB, sonaban en Radio 3 y llenaban esas salas de la capital en las que ahora tanto cuesta colgar el «sold out». Pero cuando le recuerdas aquellos años, parece querer girar el cuello esquivando el protagonismo y buscando detrás de él a un posible receptor de las preguntas. Se le escapan algunas sonrisas nostálgicas, fruto de lo bien que se lo pasaron esos años.
La transformación que sufría encima del escenario contrastaba hasta extremos límites con la tranquilidad que mostraba fuera de ellos. Por eso, la noticia de que emprendía nueva carrera como actor me sorprendió tremendamente. Y ahí anda. Sin querer hacer ruido y caminando poco a poco. Y, de nuevo, sin ponerse medallas que le pellizcarían la piel más que otra cosa. Con los pies en suelo, trabajando, como siempre ha hecho. Luciendo una serenidad contagiosa e, incluso, juvenil. César no tiene facebook ni whatsapp y eso quiere decir muchas cosas.
¿Cuál es tu primer recuerdo artístico?
Tengo uno muy claro. Yo nací en Valencia, pero al año me fui a Bugarra porque mis padres empezaron a trabajar allí de maestros, así que toda la infancia la pasé en ese pueblo. El colegio en el que daban clase mis padres participó en un concurso de dibujo, que en los años 70 organizaba El Corte Inglés y yo lo gané con 3 años, aunque sólo podían participar niños a partir de 5 ó 6. Eso siempre se ha recordado en mi casa, (cambia la voz) «con 3 años ya ganó un concurso». La temática del concurso era el deporte y yo hice un nadador, con un brazo superlargo… el dibujo aún lo tenemos por casa.
¿Se respiraba ambiente artístico en tu familia durante esos años?
A mi padre le gustaba mucho pintar. Tenía como un tallercito, aunque nunca se dedicó profesionalmente, en el que hacía copias de Rembrandt, Dalí,… Y mi madre también pintaba, aunque un poquito peor (risas), que no se enfade, pero es que mi padre era muy detallista, hacía, incluso, miniaturas. Y nosotros tres de pequeñitos siempre dibujábamos.
¿Y había tradición musical?
Ninguna. A mi padre le gustaba mucho Nino Bravo. En casa y en el coche, un 600 en el que íbamos los cinco, siempre estábamos escuchando sus canciones. Nos las sabemos todas.
Cuando los tres hermanos os decidís por la música, ¿cómo reaccionan vuestros padres?
Siempre nos han apoyado mucho. De hecho, nos obligaron a estudiar solfeo en la banda. Yo empecé con 6 ó 7 años con todos los niños del pueblo, pero a mí no me gustaba, prefería irme a jugar al fútbol. Recuerdo, perfectamente, un día que mi padre me obligó y seguí por eso. Yo tocaba el clarinete y mis hermanos la trompeta y el trombón. Vicen era el que más facultades tenía.
¿Cómo se pasa de tocar en la banda del pueblo a formar un grupo como Los Magnéticos?
Con 19 años empiezo Bellas Artes y descubro que hay mucha gente que toca la guitarra, que está en grupos,… como Dani Cardona, que estudiaba allí y tocaba en Los Flacos. Conozco a Oscar Mora e Ismael Rumbeu, que organizaban las fiestas rock de la facultad. Yo, por entonces, no sabía tocar la guitarra y llegaba a mi casa los fines de semana y les comía la cabeza a mis hermanos con que había que montar un grupo de rock que era lo que molaba. Y por eso aprendimos.
¿Fueron Los Magnéticos vuestro primer grupo?
Como nosotros tocábamos los instrumentos de viento pensé que una manera de introducirnos en la escena musical era tocarlos en algún grupo y empezamos con Los Renegados, una banda rockabilly. Trompeta, trombón y yo me pasé al saxo, estudiándolo en el conservatorio y todo. Las Máquinas nos vieron en un concierto y nos ficharon. Y aquí sí ya se puede decir que se empiezan a gestar Los Magnéticos, preguntándoles a esta gente por cosas técnicas, que si este pedal nosequé, que si este cable…
Los Magnéticos lo formabais los tres hermanos Tormo e Isma Rumbeu, ¿no se veía nunca en minoría?
Había mucha gente que se creía que los cuatro éramos hermanos (risas). Era amigo mío, estudiábamos juntos.
Elena Garrido también formó parte del grupo.
Sí, pasaron varias personas por Los Magnéticos. Sergio Devece, que tocó luego en La Muñeca de Sal, fue guitarrista nuestro. Después, cuando ya no estaba, entró Elena a tocar el bajo. Estaría un año y medio o dos, que fue cuando ganamos el Circuito Rock.
¿Cómo era la Valencia de entonces?
Recuerdo ir jueves, viernes, sábados e, incluso, domingos por la tarde, a conciertos. Nosotros ensayábamos cuatro días a la semana. Había muchos grupos, sobre todo de pop. Fueron unos años muy excitantes. Surgió aquello de la Explosión Naranja, parecía que iba a trascender a nivel nacional, pero al final quedan como unos años en los que lo pasamos muy muy bien, editando discos, tocando, pero salvo la Habitación Roja o Doctor Divago, que todavía perduran, se quedó en nada.
En 1997 Los Magnéticos ganan el Concurso Circuit Rock.
Ese año salimos a ganarlo. Era la tercera vez que participábamos. La primera fue una toma de contacto, la segunda ya tocábamos mejor y la siguiente tenía que ser la nuestra. Pensábamos que al ganarlo editaríamos un disco y sería como el primer paso importante, porque nosotros teníamos en mente algunos objetivos, como tocar mucho, actuar en el FIB y llegado el caso, ser profesionales y vivir de eso. Nos curramos mucho nuestra actuación en Roxy. Salimos disfrazados de una manera especial, un poco heredado todo de Las Máquinas, que era un grupo que nosotros teníamos como referencia. Les copiamos el confeti que tiraban en sus actuaciones.
¿Influía en ese concepto del directo que Isma y tú hubierais estudiado Bellas Artes?
Sí. Recuerdo un concierto en Wah wah que convertimos el escenario en una nave espacial de cartón, con todos los amplis forrados,… Fuimos un día antes a prepararlo todo. Nos lo currábamos bastante.
¿Tuvo la repercusión esperada ganar el Circuit Rock?
Nos dio a conocer más en Valencia, pero sobre todo fue como un reconocimiento, como un impulso para seguir dedicándonos a ello. Coincidió que ese año ganamos, también, el concurso de El País de las Tentaciones. En ambos casos funcionó como una motivación para continuar hacia adelante.
El concurso de El País de las Tentaciones acabó siendo una mala experiencia.
Era un concurso de maquetas organizado por el Tentaciones, que era un suplemento que salía los viernes con el diario El País. En el apartado “Pop” ganamos nosotros. El premio, en realidad, era negociar con una editorial la publicación de un disco. Fuimos a Madrid, a hablar con Nuesa, que eran los que se iban a encargar, y nos recibió un ejecutivo que nos decía que no nos preocupáramos de nada, que siempre íbamos a tener toallas en el camerino, una botella de whisky,… nos hablaba así, rollo rockero. Pero lo peor llegó cuando nos dijo que teníamos que ceder los derechos de las canciones, y que si consideraban que alguna tenía que tener un rollo más latino o más jazz, que habría que cambiarlas. También nos explicó que tendríamos unos asesores para la imagen del grupo. Vamos, que sólo teníamos que hacer el germen de la canción y ya ellos se encargaban de todo. Tuvimos claro que aquello no iba con nosotros, además éramos un grupo que nos gustaba mucho controlarlo todo.
¿Hubo unanimidad en el grupo a la hora de tomar la decisión?
Sí. Lo hablamos y coincidimos todos en que rechazar el premio era lo mejor.
¿Y os habéis arrepentido alguna vez?
Igual podíamos haber negociado un poco o haberles propuesto alternativas como que el disco lo sacara Subterfuge u otro sello, medioindependiente, pero ya profesionalizado. Pero no, decidimos renunciar.
La jugada os sale bien porque poco tiempo después ficháis por el sello zaragozano Grabaciones en el Mar. ¿Cómo surge su interés?
Yo era muy amigo de Jorge, el cantante de La Habitación Roja, que ya estaban en el sello, y por mediación de él les enviamos nuestra maqueta y dos videoclips que teníamos y les gustó.
Fuisteis poco a poco hasta la publicación de vuestro primer disco grande. Primero con el mini-lp “Amarillo” (1999) y después con un ep, “Claro que sí” (2000). ¿Fue decisión vuestra?
Antes, incluso, metimos un tema en un recopilatorio del sello. Fue cosa de Pedro (Vizcaíno, jefe de Grabaciones en el Mar), que sí, quería ir poco a poco. Y nosotros tampoco teníamos prisa.
“Indestructible” sale en 2001 y, al menos, desde fuera parece una apuesta fuerte por parte del sello, con una tirada limitada de 1.000 copias que iba acompañada de una baraja de cartas, ilustrada por Isma Rumbeu.
Aquello estuvo muy bien. Nosotros proponíamos cosas y ellos solían decir que sí, Así fue lo de la baraja. Grabaciones en el Mar corrió con todos los gastos. Esas cosas nos encantaban.
Cumplido uno de vuestros objetivos, editar un LP, no tardáis en hacer realidad otro, y ese mismo 2001 actuáis en el FIB.
A base de ensayar y trabajar mucho, seguíamos avanzando. Pedro Vizcaíno tenía mano en el FIB y siempre conseguía colocar algún grupo: La Habitación Roja, Carrots, El Regalo de Silvia,… Además, Julio Ruiz nos apoyaba bastante. También, Tanis de Jabalina. Y a los hermanos Calvo les gustaban Los Magnéticos. Imagino que por todo eso acabamos en el cartel.
¿Cómo fue la experiencia?
Increíble. Salimos de Valencia a las cinco de la mañana porque probábamos sonido a las ocho. Pero fue todo genial. En la zona VIP, con la piscina, cenando al lado de Jarvis Cocker, de Pulp, decías “esto es jauja, hay que aprovecharlo bien”. Pagarte no te pagaban mucho. Te llegaba para la furgoneta y poco más, pero la experiencia estuvo muy bien. Tocar en condiciones y con el equipo que quisieras. Podías pedir el ampli que necesitaras. Tocamos a las cinco de la tarde del domingo, con un sol de frente brutal, pero aún así estuvo bien de gente.
En ese momento, ¿pensabais que podrías vivir de la música?
Tocábamos mucho, pero en nuestro caso por la puesta en escena eran todo gastos. En el Socarrat se nos acercó una chica y nos preguntó si éramos millonarios, que se comentaba por ahí que Los Magnéticos estábamos forrados y por eso nos gastábamos tanto dinero en disfraces y demás cosas (risas). Lo que estábamos era arruinados, no hacíamos otra cosa que invertir e invertir en el grupo. En la última etapa del grupo compramos una máquina de humo, luces, focos, máquina de burbujas,…
Pero esa era una de las marcas reconocibles del grupo.
Claro, queríamos aportar algo de show, que en escena hubiera algo más que las canciones. Y hacíamos lo que se podía, lo que nos daba el presupuesto.
Erais un grupo pop, pero algo sui generis, los teclados tenían cierto protagonismo, las canciones siempre duraban más de tres minutos,…
Nos gustaban muchas cosas y acabábamos mezclándolas, pero siempre predominando el pop. Pero sin olvidar, como digo, que el rock también nos gustaba. Y ya en la última época la electrónica, y metíamos cosas pregrabadas y bases. Al principio igual fuimos un poco más garageros y sixties.
En “Claro que sí” incluisteis una versión de “Artistas”, de Las Ruedas.
Nos gustaban mucho. También, al menos a mí, Los Enemigos. Y cosas pop, pop, como Los Flechazos. O el rollo ochenta de La Mode. Éramos muy fans de Surfin’ Bichos. Y la puesta en escena de Devo o Aviador Dro está claro que, también, nos encantaba. La idea era mezclar todo eso.
¿Afectaba a la relación entre hermanos el compartir tantas horas en el grupo?
Un poco sí. Discutíamos muchísimo en el local de ensayo. En general nos llevábamos muy bien, pero hubo broncas importantes. Como éramos hermanos, había mucha confianza. Pero es normal.
En el 2002, otro ep, “Sin gravedad”, que acabaría siendo vuestro último trabajo. ¿Por qué se acaban Los Magnéticos?
Por desgaste. Desgaste total. Mi hermano Vicen ya tenía una hija … No sé. Después de diez años y tanto esfuerzo (suspira), no podíamos más. Fue agotamiento.
Curiosamente, ninguno de los cuatro siguió después con otro proyecto musical. Una ruptura total.
Yo pasé cinco años sin ir a conciertos, ni oír Radio 3, estaba saturadísimo. Todos habíamos metido muchas horas de curro. Estaba agotado (suspira), cansadísimo de todo eso. Tenía la espinita de la interpretación y decidí intentarlo.
Tu siguiente contacto con la música fue a través de los Ligres. ¿Cómo surge el colectivo?
Los Ligres empezaron a pinchar a finales de 2004, una vez finiquitados Los Magnéticos, Las Máquinas y Los Mocetones. Echábamos de menos los directos y pensamos que pinchar podía ser, también, muy divertido pero sin tener que quedar para ensayar, ni hacer esfuerzos de carga y descarga. Justo, por aquella época, en Valencia había un circo en la Plaza de Toros en el que salía un ligre, un animal mitad león y mitad tigre. Nos hizo gracia y de ahí sacamos el nombre.
¿Quiénes formabais parte de los Ligres?
Tres miembros de Las Máquinas: Dj Maulet (Joan Toledo), Dj Pig (Epo), Juancho Dj; Paco Plaza Dj, que es el hermano de Juancho; Dj Potens (Pablo Llorens); Dj Capón (Lalo Kubala); Dj Vespa Man (Isma Rumbeu) y yo, Dj Pause.
¿A qué se dedicaba el Colectivo Ligre?
Todos los jueves quedábamos para cenar y en esas reuniones organizábamos las fiestas en las que pinchábamos. Hubo motivos muy dispares: Halloween, nochevieja, llegada del verano, aniversario del 23F (“Los Ligres dan el golpe”), aniversarios ligres,… Estuvimos pinchando en muchos locales de Valencia: Bounty, Latex, Tornillo, Picadilly, Club 47, Mogambo,…
En todas aquellas fiestas, ¿hubo alguna anécdota especial?
Yo no había pinchado nunca y en las primeras fiestas me ponía bastante nervioso. A veces, en lugar de darle al “Play”, le daba al “Stop” y paraba la canción que estaba sonando, antes de que empezara la siguiente. La sala se quedaba en silencio. En otras ocasiones, me saltaban los cd’s por estar un poco sucios. Vamos, que cuando pinchaba yo, había bastantes pausas y la gente, principalmente el resto de Ligres, se burlaba y coreaban: ¡Paaaaauseeee! ¡Paaaaauseeee! Y de ahí salió mi nombre artístico: Dj Pause. Después fui aprendiendo y no me saltaban, pero la gente quería que siguiera la leyenda y yo le daba al “Stop” para que siguiera la leyenda.
¿Cómo lo recuerdas ahora?
Con nostalgia, claro. Eran fiestas muy divertidas donde la gente se lo pasaba pipa. Todavía seguimos quedando algunos jueves y, a veces, recordamos aquellos años.
¿Por qué acabaron los Ligres?
Nos cansamos, como con los grupos. Agotamiento y ganas de hacer otras cosas. Llegó un momento en el que no nos apetecía trasnochar tanto. Paco Plaza todavía sigue pinchando y su hermano Juancho alguna vez lo hace en el bar que tiene en Ruzafa, el Biplaza.
Durante todos esos años no dejaste de dibujar. Tanto tú como Isma, aprovechabais los períodos vacacionales para hacer caricaturas en lugares turísticos.
Isma iba a Jávea y yo estuve durante diecinueve años yendo a Benidorm. Empecé a ir a los veinte, cuando estudiaba Bellas Artes. Hubo un momento que lo dejé porque trabajaba más como ilustrador infantil para Anaya y Santillana, pero desde hace cinco años que las editoriales han notado el efecto de la crisis y han bajado los encargos, he vuelto a hacer caricaturas. Pero ahora es Isma es el que va a Benidorm y yo voy a Altea.
Entonces, durante años lo compatibilizabas con Los Magnéticos.
Sí. De hecho, el año que tocamos en el FIB, tuve que venir de Benidorm a Valencia para ensayar los diez días previos al concierto.
Tantos años en Benidorm deben dar para muchas historias.
(Suspira) La primera vez que fui estaba en Tercero de Bellas Artes, con 21-22 años, y me pegaron y todo. Había unas mafias de dibujantes tremendas. Llegamos otro amigo y yo a la placita de Benidorm de arriba y había como diez o doce caricaturistas. Debieron pensar que llegábamos a quitarles el trabajo. Y recuerdo que estaba en mi sitio y llegó uno diciéndome que ese era su puesto, me cogió del cuello y… En toda la plaza había un rollo muy violento. Te intimidaban para ver si renunciabas y te ibas y no volvías, pero aguanté. A los más problemáticos los fueron echando desde el ayuntamiento y como te digo, estuve yendo durante diecinueve años.
Aunque ya lo has comentado brevemente, ¿cómo llega un licenciado en Bellas Artes, que ha tenido un grupo de música y ha trabajado como ilustrador y caricaturista a la interpretación?
A mí siempre lo que más me ha gustado ha sido la interpretación, aunque desde pequeño, me daba pánico. Era una vocación dormida y asustada. Como dibujaba muy bien, parecía que estaba predestinado a estudiar Bellas Artes. Siempre que pasaba por Arte Dramático pensaba que debía estar allí. Me decía “ya lo haré, ya lo haré”. Pero cuando terminé Bellas Artes estaba con el grupo y me dije “cuando se acabe el grupo lo haré”. Y así fue. Me apunté a la Escuela de Actor con 36 años. En la prueba de acceso me preguntaron si sabía que la edad media era mucho más joven. Claro que lo sabía, pero no me importaba, quería probar. Y tuve suerte porque ese año, en Primero, entró gente más mayor de lo esperado.
El pánico al que te refieres es…
Pánico escénico.
Y a pesar de tener ese pánico escénico, primero montas un grupo y luego quieres ser actor.
Siempre me ha dado mucho respeto eso de ponerse ahí delante, pero me gustaba tanto que me convencía de que había que hacerlo. Y con la interpretación lo mismo. He ido superando esas inseguridades poco a poco, trabajándolas.
Tu primera experiencia como actor fue el cortometraje “La maldición de los hombres triángulo” (2008), de Pablo Llorens.
A Pablo ya lo conocía, había estudiado Bellas Artes, y había cierta complicidad. Él quería hacer algo con personas y como sabía que yo estaba estudiando, me lo propuso. Ahí fue todo más relajado, porque Pablo dirigía, mi hermano Juan era el cámara, Lalo Kubala y yo le habíamos revisado el guión, vamos que había cierto clima de confianza.
¿Cómo viviste esos primeros años de contacto con el mundo de la interpretación?
Era un mundo por descubrir. Durante tantos años estuve tan metido en la música que nunca había ido al teatro. Y fui descubriendo salas, a la gente, autores,… y en realidad vi que era muy parecido a la música, en el sentido de que te tienes que buscar la vida, se paga poco y mal, todo muy precario,… pero mi intención era aprender y aprender.
¿En qué momento o con qué papel te das cuenta de que esto ya va en serio y te sientes actor?
Cuando terminé el cuarto curso, hice “El último ladrido de Claudio”, una obra que dirigió Gabi Ochoa, que había sido profesor mío en la escuela. Se hizo un curso de casting para acceder a los papeles de los cuatro personajes y conseguí uno. Fue una experiencia muy buena, estuvimos ensayando 15-20 días, era algo más profesional. Y ahí fue cuando tuve claro que tenía que seguir, que eso me gustaba y que el margen de aprendizaje era mucho. Lo pasé mal en los ensayos, pero en las representaciones fue todo muy bien.
¿No tuviste miedo al emprender esta nueva carrera que pudiera pasarte como con la música y llegara el día en que te cansaras de actuar?
Eso está ahí y lo he hablado mucho con otros actores. Todo el mundo, en algún momento dice “Yo esto me lo dejo”. Sobre todo en el nivel en el que estamos de que no vivimos de ello. Es que tienes que sacar dinero todos los meses (suspira) y casi con 50 años (risas), que tengo 46. Hago otras cosas al margen de mi trabajo como actor. Las caricaturas en Altea, los fines de semana también las dibujo en un parque infantil de la Plaza Holanda en los cumpleaños, … y con dos o tres cositas, con eso vivo. Y eso que últimamente llevo una racha de varias obras de teatro y entre unas y otras, también, voy sacando algo de dinero de ahí.
Repasando tus trabajos hasta la fecha llama especialmente la atención tu participación en “El gran Vázquez” (Oscar Aibar, 2011), ¿cómo llegas a la película?
Fue un poco de rebote. Yo hice una prueba para la tv movie “Asunto Reiner” (Carlos Pérez Ferre, 2009) y me dieron un papelito de médico que tenía tres frases. Tiempo después me llamó el director de ese casting, Pep Armengol, y me explicó que se iba a rodar “El gran Vázquez” en la Ciudad de la Luz y que por un convenio firmado tenían que trabajar actores valencianos. No me hizo casting ni nada. Me dijo que tenía que interpretar a un dibujante y yo le pregunté si por eso me había elegido, pero él no tenía ni idea. Fueron diez días en la Ciudad de la Luz fabulosos. Hice caricaturas para todo el equipo y aprendí mucho. Sólo tenía una frasecita, y luego otra que se inventó el director, pero para mí estar viendo trabajar a Álex Angulo, Santiago Segura, Enrique Villén, … fue como hacer un curso de interpretación.
¿Salías dibujando en la película?
Sí se grabó una secuencia en la que salía dibujando, pero al final se cayó del montaje final y aparece en los extras del dvd.
Has hecho cine, teatro y televisión, ¿con cuál te quedarías?
Lo que más me gustaría es hacer cine. El teatro, por supuesto, también me gusta. Desde que empieza la obra hasta que acaba estás ahí, a flor de piel, a tope de energía. Pero es que el cine me atrae mucho. Y no sólo delante de la cámara. He dirigido un corto, “Ciencia ficción”, con amigos de clase, también edito en vídeo,… todo lo que es el audiovisual me interesa mucho.
¿Qué importancia tienen Pérez & Disla en tu carrera teatral?
Muchísima. La primera obra que hicieron ellos como Pérez y Disla, “Expuestos” (2011), ya contaron conmigo. Me habían visto en “El último ladrido de Claudio” y me llamaron. Después también participé en “La gente” (2012), y ahora en “El hombre menguante” (2014). He estado en todas. He aprendido mucho con ellos. Jaume (Pérez), que es el director, me ha ayudado un montón a mejorar mi presencia en escena, a como abordar las cosas, … y trabajar con Juli (Disla) es un gustazo, tanto por lo que escribe como por tenerlo de compañero.
“La gente” fue finalista a los Premios Max a la Mejor Autoría Revelación, ¿cómo recibisteis la noticia?
Con mucha alegría. Además, que una cosa de Valencia sea reconocida a nivel nacional es doble premio, porque que te hagan caso desde Madrid es más fácil. El día que nos enteramos íbamos en la furgoneta, creo que de camino a Cadiz, llamaron a Juli para darle la noticia y nos pusimos como locos. Es un reconocimiento muy importante. Luego ya ganarlo sabíamos que era muy difícil porque estaba lo de Juan Diego Botto (“Un trozo invisible de este mundo”) que tenía un montón de nominaciones.
La obra en sí, como actor, teniendo en cuenta lo expuestos que estabais, ¿daba cierto vértigo?
Era una cosa muy especial. Además, estas sentado toda la obra y hablando con el público. Y sí, da vértigo. Nunca sabes cómo va a reaccionar la gente. Los hay que lo viven tan de verdad que participan y te dicen cosas, claro entonces tienes que improvisar y reconducirla. Pasa muchas veces y como ven que les contestamos se animan. Al principio sí que nos quedamos un poco sorprendidos, pero lo fuimos superando e incorporando a la propia obra, hasta el punto que cuando no interactuaba nadie nos quedábamos un poco apagados (risas).
¿Y recuerdas, especialmente, alguna de esas intervenciones del público?
Hay gente que se cree que se ha colado en una reunión de verdad. O que se levantan y se van. En La Rambleta nos pasó. Una chica se levantó y dijo que ella había ido a ver una obra de teatro, que la entrada le había costado diez euros y que se había debido equivocar porque allí estábamos reunidos…Al final se fue y al rato, alguien se lo explicaría fuera, porque volvió a entrar. Y en Valladolid también nos pasó una muy buena. La obra empieza con Toni Agustí diciendo que no sabe cómo se ha hecho la convocatoria, pero que hay gente que no se ha enterado. Entre el público estaba la Concejala de Cultura y se levantó, “un momento, un momento, ¿cómo que no hemos hecho publicidad si se han pegado carteles y ha salido en varias revistas anunciado?”. Se le acercó alguien de su equipo y le dijo en voz baja que aquello ya era parte de la obra, que era así, y se calló.
Por tu pasado musical, ¿te han pedido, o te gustaría que lo hicieran, que compusieras algo para un montaje en el que participes?
He hecho cosas. Ahora estoy, también, en un infantil, “On són els llibres de Jaume I?”, una producción de Escenoart, que son de Villarreal, y la música la he compuesto yo. Hay dos o tres cancioncitas y algunos detalles de apoyo, como de banda sonora. Tenía que hacerlo alguien y me ofrecí. Y con el secuenciador que utilizaba para las canciones de Los Magnéticos lo hice.
¿Qué tipo de actor eres?
Lo que más me gusta es la comedia.
¿Y eres de estos intérpretes obsesivos que se llevan el papel a casa? ¿O de esos otros que piden saber la máxima información posible sobre la vida de su personaje?
Cada papel requiere una cosa. Me leo muchos manuales de interpretación, de Stanislavski, de Yoshi Oida, de Mamet,… incluso en biografías leo cosas que me sirven, y voy cogiendo de aquí y de allá lo que me pueda interesar. Gente que trabaja de una manera u otra antes de salir a escena, un tipo de concentración, o una manera de respirar,… y voy probando y tengo un método personal que me va funcionando.
¿Sueles aportar ideas sobre tu personaje a los directores?
Sí me gusta sugerir. Hombre, si veo que él no está por la labor pues no sigo.
Antes has dicho que te gusta mucho el cine, ¿qué películas te interesan?
Woody Allen me encanta. He visto sus películas mil veces. Ese cine de comedia que toca siempre como los mismos temas: la vida, la muerte, el amor, la familia,… me gusta mucho. También, los hermanos Coen. Pero no podría decir que me interese sólo un tipo de cine. Por ejemplo, me gusta la manera que tiene de contar las cosas Todd Solondz, o Alexander Payne, pero también puedo disfrutar con Haneke o Lars von Trier.
¿Se puede vivir de la interpretación en Valencia?
Se puede vivir si haces muchas cosas. Si haces una animación en El Corte Inglés, los sábados, para niños; luego otro infantil; además das clases de teatro en la Casa de la Cultura de no sé donde, … y vas sumando y puedes reunir ochocientos euros y más que vivir, malvives. Y siempre a la espera de entrar en algún proyecto en el que se cobre un poco más. Pero hay mucha gente que está en la cuerda floja, que antes igual trabajaba, en “L’Alqueria Blanca” viviendo muy bien, pero como eso ya no está y llevan un tiempo sin encontrar nada, tienen que buscar salidas por otros lados. Pero siempre se necesita un complemento de, por ejemplo, ir dos días a un bar de camarero para reunir mil euros.
¿Crees que a determinada parte de la sociedad los actores le podéis parecer un colectivo profesional quejica?
Sí que puede que haya gente que lo piense. Puede que otro colectivos no se quejen tanto, pero es que no nos queda otra. Hace falta una fuerte inversión en cultura y no llega, y ves encima que se lo gastan golfeando por ahí…o viene un montaje de fuera y se dejan casi todo el presupuesto. Pero aún así, es cierto, y los actores lo hemos hablado muchas veces, que estamos hartos un poco de tanta queja.
¿La carrera de Los Magnéticos sería un buen argumento para una película o una obra de teatro?
Sí, hay algún que otro episodio muy gracioso. Además, en España nunca se ha hecho bien del todo las películas que han tratado sobre grupos musicales. No recuerdo ninguna que refleje la realidad de verdad. Siempre se hace mal.
Hace dos años, Los Magnéticos se volvieron a juntar y en este 2014 ha ocurrido lo mismo, ¿qué sensaciones tuviste?
Muy buenas, porque sabes que sólo va a ser para tres meses. Aún así, durante ese tiempo recuerdas porqué lo dejaste (risas).
¿Qué ha sido del resto de Magnéticos?
Juan tiene una productora audiovisual, Tritón Media, en la que trabaja también Epo, de Las Máquinas. Vicen es profesor de música en un instituto del Cabanyal y tiene una banda de jazz, The Black Cats. E Isma, como yo, se dedica a hacer varias cosas, ilustraciones, caricaturas,…
¿Qué proyecto más inmediato tienes?
En Madrid hay una sala que se llama Teatro del Barrio, que van a producir una obra que ha escrito Gabi Ochoa, “Las guerras correctas”. Y voy a ser uno de los cuatro actores. Estrenaremos en febrero y desde enero estaré allí ensayando.
Agradecimientos: Las Naves.